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Alfredo Di Stéfano y un hecho que conmovió al mundo: hace 60 años era secuestrado en Caracas por un comando guerrillero durante una gira de Real Madrid
Como había ocurrido con Fangio en La Habana en 1958, el futbolista argentino fue raptado para llamar la atención por cuestiones políticas
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Fue una de las operaciones más sencillas y elementales que hicimos. Se trató simplemente de ir a buscarlo al hotel a las 6 de la mañana y llevárnoslo detenido”. Paúl Del Río lo narra casi como una anécdota durante una entrevista que le concede al escritor Antonio Salas y que este incluye en su libro El Palestino. Transcurre el año 2009, Del Río, nacido en Cuba y criado en Venezuela, hijo de un anarquista español exiliado del franquismo, lleva mucho tiempo transformado en un reconocido artista plástico. Ya apagó las velitas de los 65 años y habla de un hecho que mantiene vivo en su memoria aunque lo protagonizó cuando apenas contaba 19, se hacía llamar Máximo Canales y militaba en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). “También fue totalmente limpia. Sin muertos, ni heridos, ni presos”, dice con un punto de orgullo.
Su relato alude a un hecho que de suceder hoy coparía la apertura de todos los medios de comunicación del mundo. El 24 de agosto de 1963, hace 60 años exactos y en un planeta menos globalizado y conectado, la noticia fue un boom, pero de dimensiones moderadas si se la traslada a los tiempos actuales. Aquella madrugada, Del Río y sus compañeros de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) se hicieron un hueco en la historia secuestrando a Alfredo Di Stéfano, la máxima estrella del Real Madrid, por entonces el equipo más laureado del globo.
Los hechos ocurrieron en Caracas, una urbe que intentaba disimular con la organización de un torneo amistoso de fútbol internacional la violencia política que convulsionaba Venezuela en esa época. El objetivo de los autores, declarado desde el mismo momento en que La Saeta Rubia fue introducido en un coche por tres hombres que fingían ser policías, era publicitar la lucha, muy despareja, que el grupo guerrillero formado por el Partido Comunista Venezolano y el citado MIR libraba contra el aparato represivo del gobierno de Rómulo Betancourt. Una táctica similar a la utilizada en 1958 por los rebeldes cubanos que secuestraron a Juan Manuel Fangio en La Habana.
Una década antes, en 1952, los dueños de una empresa llamada Venezuela Deportiva decidieron crear un cuadrangular de verano con equipos que estaban entre los más potentes de Sudamérica y Europa (River fue subcampeón en 1953) y que denominaron pomposamente Pequeña Copa del Mundo. El Real Madrid fue un participante frecuente y hasta se quedó con el título en las ediciones del ‘52 y el ‘56. A partir de 1959, cuando la situación del país comenzó a ser inestable, dejó de jugarse, pero en el 63 se intentó reflotar con un triangular a dos ruedas todos contra todos y el nuevo nombre de Trofeo Ciudad de Caracas. El conjunto merengue, que durante ese paréntesis había alcanzado las cinco copas de Europa y su presencia era requerida en todos los continentes, fue elegido como invitado estelar, junto a Oporto y San Pablo.
La delegación española llevaba algo menos de una semana en Caracas, hospedado en el hotel Potomac. Le había ganado 2-1 al Oporto en su debut y caído por el mismo resultado ante la escuadra paulista. En ese encuentro, jugado el 23 por la noche, las cosas empezaron a complicarse. “Estábamos en medio del partido, un compañero llevaba la pelota y se escuchó un disparo. Dejó el balón y se metió corriendo en el túnel”, recuerda el uruguayo José Emilio Santamaría, marcador central de los merengues y compañero de habitación de Di Stéfano. Los desmanes ocurrían afuera del estadio, pero en un momento se trasladaron al interior, parte del público invadió el campo de juego y el entretiempo debió prolongarse 40 minutos hasta que se calmaron los ánimos. Aunque el verdadero golpe ocurriría en el amanecer del día siguiente.
El relato exacto de cómo sucedieron los hechos quedó algo emborronado por el tiempo transcurrido. El delantero argentino, que transitaba la última etapa de su carrera pero seguía siendo considerado el mejor futbolista del mundo, contó que el teléfono de su pieza sonó dos veces, que le pidieron que bajara porque lo buscaba la policía, que creyó que era una broma de sus compañeros y sólo salió de la cama cuando sintió golpes en la puerta. Santamaría afirma que fue él quien se levantó a ver quiénes los estaban despertando: “Eran tres hombres más el conserje del hotel. Me preguntan por Di Stéfano, dicen que vienen por una denuncia de contrabando de estupefacientes, que necesitaban llevárselo para tomarle una declaración y que volvería enseguida. Uno se abrió la chaqueta y me dejó ver que llevaba esposas y un revólver. Les creí que eran policías y lo llamé a Alfredo”.
Lo concreto es que La Saeta Rubia bajó las escaleras, salió a la calle y una vez dentro del amplio asiento trasero del coche fue rodeado por dos de los supuestos policías: “Me hicieron un sándwich”. En ese mismo instante le comunicaron la verdad de lo que estaba sucediendo y le juraron que no iban a hacerle daño. Como bien explicaría décadas más tarde Canales/Del Río, “una operación limpia, elemental y sencilla”. Curiosamente, apenas unos meses antes se había estrenado la película La batalla del domingo con la participación de Di Stéfano; en ella, el centrodelantero argentino era secuestrado por una inofensiva banda de delincuentes.
Las siguientes 72 horas mezclaron angustia, nerviosismo, miedo y buenas cuotas de delirio. La noticia corrió como la pólvora (demostrando el acierto de la jugada publicitaria del FALN) y las autoridades venezolanas desplegaron un impresionante operativo para buscar a los captores y proteger al resto de la delegación: “Nos encerraron en el hotel. Nos metimos todos en una habitación y pusimos colchones contra las ventanas”, contaba en un programa emitido por ESPN en 2013 Enrique Pérez Díaz, Pachín, integrante del equipo.
Di Stéfano, con los ojos vendados, fue paseado por diferentes puntos de la ciudad hasta que quedó alojado en un pequeño departamento del centro caraqueño, cuidado durante más de dos días por los nueve integrantes del “comando César Augusto Ríos”, quienes a cara descubierta intentaron sin éxito calmar la ansiedad que envolvía a La Saeta Rubia.
“La verdad es que me trataron bien”, confesaría después Don Alfredo. Los secuestradores lo distraían jugando con él al dominó, las cartas, las damas o el ajedrez, le daban charla, incluso le compraron una paella para comer, pero no pudieron tranquilizarlo. “Pensé en escaparme, pero al final decidí que era mejor no hacerlo”, rememoraría años después el hombre surgido del semillero de River.
El colmo de lo insólito se alcanzó la noche siguiente a la captura. La programación del torneo indicaba que debían jugar Real Madrid y Oporto. Santiago Bernabéu, presidente y sumo hacedor de club español, no había viajado con la delegación. Estaba de vacaciones en la costa valenciana y desde allí ordenó que el show debía continuar, y el equipo, presentarse a jugar. “Nosotros teníamos pánico, pero, ¿qué íbamos a hacer?”, confesaba en el citado documental el mediocampista Ignacio Zoco. Los captores le permitieron escuchar por radio a Di Stéfano la transmisión de la victoria por 2 a 1 lograda por sus compañeros.
El secuestro se prolongaría unas horas más, hasta después del mediodía del 26 de agosto. Si durante la permanencia en el departamento el mayor temor de La Saeta Rubia era que la policía descubriera el lugar y se produjese un enfrentamiento a balazos (de hecho, llegó a pedir, sin resultado alguno, un arma “para que no me maten como a un conejo”), la liberación redobló sus miedos.
Una vez decidida, los captores le cambiaron la campera, lo vistieron con sombrero y anteojos negros y lo montaron en el coche. Di Stéfano pidió que no lo dejaran cerca el hotel. Supuso la presencia policial y volvió a temblar ante la posibilidad de un tiroteo. Logró que el punto de liberación estuviese a poca distancia de la embajada española.
Cuando le indicaron descendió del auto, corrió a esconderse detrás de un árbol, esperó unos minutos, paró un taxi y fue hasta la embajada. En la puerta leyó un cartel donde decía que el horario de atención finalizaba a las 14. Su reloj marcaba las 14.15, pero comenzó a tocar el timbre con desesperación hasta que el portero le abrió la puerta: “Soy yo, Di Stéfano”, dijo y le permitieron pasar. Sus 50 horas de angustia habían terminado.
Un día y medio más tarde, Bernabéu daría una orden más desde la playa: Don Alfredo tenía que ser titular en el partido frente a San Pablo que definía el torneo. Di Stéfano cumplió, jugó el primer tiempo sin ganas ni fuerzas físicas, el encuentro terminó 0 a 0 y los brasileños se llevaron el trofeo.
Tiempo después, Máximo Canales sería detenido por la policía venezolana. Detrás de las rejas comenzó su carrera como pintor artístico que, una vez fuera de la cárcel y reconvertido en Paúl Del Río, dio a conocer su arte en exposiciones en Venezuela, México o Estados Unidos; y a modo de disculpa le envió a Di Stéfano alguno de sus cuadros. Pero no logró redimirse.
Volvieron a verse en 2005, cuando el Real Madrid estrenó una película que cuenta la historia de la entidad. El secuestro de su máximo ídolo ocupa un capítulo del film y para la ocasión el club decidió invitar a Del Río. Aquí las versiones también difieren. “Fue un encuentro muy bonito”, diría el pintor venezolano nacido en Cuba; “Usted le hizo pasar mucho miedo a mi familia. No tenemos nada de qué hablar”, habría sido la reacción de Don Alfredo según el relato de Alfredo Relaño, biógrafo de La Saeta Rubia en el libro Gracias, vieja.
“Esos tres días me parecieron tres años”, confesó alguna vez Di Stéfano, la estrella argentina que como Fangio pagó con el susto de su vida el precio de su fama universal.
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