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Alemania tuvo un estreno lleno de fútbol ante Escocia por la Eurocopa, goleó 5-1 y ya sueña con vivir un nuevo cuento de hadas
El conjunto de Julian Nagelsmann fue la aceitada máquina de fútbol que añoraba su público y se impuso por los goles de Wirtz, Musiala, Havertz, Fullkrug y Can
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Dieciocho años atrás, los alemanes vivieron lo que ellos mismos definieron como un impensado “cuento de hadas”. Organizaron un Mundial, el de 2006, en medio de la frialdad y la desconfianza general, pero cuando la pelota comenzó a rodar y el equipo que por entonces dirigía Jürgen Klinsmann ganó un par de partidos, esa misma gente que miraba el acontecimiento con cierto desdén se fue subiendo al carro del éxito. El entusiasmo ganó las calles y las banderas negras, rojas y amarillas comenzaron a decorar casas, coches y vidrieras como, aseguraban, nunca antes había ocurrido desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial. La derrota ante Italia en semifinales dolió en su momento, pero lo que quedó en la memoria popular fueron la fiesta y la unión entre las distintas comunidades que pueblan el país que el fútbol había sido capaz de lograr.
Klinsmann estuvo en el césped del Allianz Arena de Munich, acompañando a la viuda de Franz Beckenbauer y con la Copa de Europa de Naciones en sus manos durante la ceremonia inaugural, quizás buscando el lazo de unión entre aquel mágico mes de dos décadas atrás y un presente que se le asemeja en varios sentidos.
En la vida cotidiana, el conflicto en Ucrania, la economía que no arranca, la extrema derecha que gana espacios en las instituciones y las discusiones políticas suman malestar y preocupación. En el fútbol, el arrastre de varios fracasos en las últimas citas importantes y una selección que acumulaba críticas no invitaban al optimismo. Las dudas surcaban el aire mientras decenas de miles de escoceses se robaban el protagonismo previo. Pero todo se desmoronó en cuanto la pelota dio un par de vueltas sobre sí misma. Porque desde ese momento, Alemania y los alemanes -al menos los presentes en el estadio del Bayern- pusieron en marcha la ilusión de una segunda versión de su particular cuento de hadas.
El conjunto de Julian Nagelsmann fue la aceitada máquina de fútbol que añoraba su público. Es cierto que contó con la involuntaria colaboración de una Escocia que acumuló excesivos errores colectivos e individuales, pero también lo es que, en los papeles, pintaba como un rival tan incómodo como muchos de los que en los últimos tiempos amargaron a Die Mannschaft.
“Cuando miro a los jugadores a los ojos puedo ver que quieren una victoria en el primer partido”, dijo en conferencia de prensa el técnico más joven en la historia de la selección cuatricampeona del mundo. Vidente o no, Nagelsmann logró que sus futbolistas rompieran la racha de tres derrotas al hilo en el estreno en grandes torneos con una actuación soberbia.
Alemania tuvo determinación, orden, funcionamiento, paciencia y destacadísimas producciones individuales para alcanzar un 5-1 que engaña por los dos costados: pudieron ser más en la red escocesa y menos en la de Neuer, ya que los británicos no patearon ni una vez al arco en los 90 minutos (su gol fue un cabezazo horizontal de Scorr McKenna que rebotó en la frente de Antonio Rüdiger y se metió por arriba del arquero local).
La actitud agresiva para presionar bien arriba en la salida rival y las líneas juntas para evitar sociedades en mitad de cancha le dieron al equipo germano el monopolio de la pelota desde el minuto uno, y a partir de ese dominio comenzó un recital que fue brillante en la primera mitad y sólido en la segunda.
Lo mejor del partido
Escocia cometió varios pecados a la vez. Quiso estirar el bloque hacia adelante olvidándose de apretar a los defensores, se metió demasiado atrás una vez que el balón superaba su mediocampo, y sobre todo dejó libre a Toni Kroos. A partir de su batuta, que elegía tocar en corto, filtrar pases verticales o meter sus siempre infalibles cambios de frente, el ya ex jugador del Real Madrid desató un vendaval que tuvo a Jamal Musiala como figura excluyente.
Sin apresuramientos, con la movilidad permanente de los que jugaban por dentro -Kai Havertz, Florian Wirtz, un notable Ilkay Gündogan-, y la proyección de Joshua Kimmich y Maximilian Mittelstädt por afuera, los germanos tejían las jugadas e iban descubriendo los huecos que a simple vista parecían no existir en la defensa escocesa. Hasta que la pelota caía en los pies de Musiala, que con su gambeta solista terminaba de iluminar el escenario.
Los tantos fueron cayendo por decantación en los 45 iniciales, y por peso específico en la parte final. Cuatro de ellos, golazos por concepción y definición; el otro, un penal que se sancionó a partir de la intervención del VAR y que le costó la expulsión a Ryan Porteous (planchazo a Gündogan). Marcaron los titulares -Wirtz, Musiala y Havertz-, y los que fueron entrando -Niklas Füllkrug y Emre Can-, celebraron todos.
La fiesta que estaba teñida de azul antes del comienzo fue virando al blanco a medida que trascurrían los minutos. Los hinchas, que saludaron con emoción el recuerdo de Beckenbauer en el acto inaugural, fueron ovacionando uno a uno a sus jugadores y se marcharon cantando a sus casas, pensando que tal vez la Alemania confiable y contundente por fin ha vuelto, soñando con vivir un nuevo cuento de hadas.
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