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Murió Alejandro Sabella, el último gran héroe
Al hombre no le interesaban las reivindicaciones, ni los pedidos de disculpas. La procesión siempre iba por dentro. Supieron marcarle la cancha, machacar su voz de mando, destacar cierta endeblez en el liderazgo o ponerlo contra las cuerdas por su mirada política y social. Pero palabras como "revancha" o "venganza" no estaban en su diccionario. Ante el individualismo, pregonaba la unión y el trabajo en equipo. En tiempos de palmadas vacías y métricas de ego, prefería el agradecimiento, las palabras medidas, el todo por encima de las partes. Parte de una teoría de contrastes, fue la calma tras el caos, la serenidad tras el desorden. La AFA de Julio Grondona se movía a ese ritmo. Algo de contrastes, otro poco de acción y reacción. De borrar con la mano lo que ayer se escribió con el codo. Un Bilardo para Menotti, un Basile para Bilardo, un Passarella para Basile, un Pekerman para Passarella. Alejandro Sabella fue el último gesto. Un camaleón táctico que se sostenía sobre sólidas bases de pasión, sacrificio y valores. Un legado que escapa al cruce del Rubicón, o a las buenas y malas decisiones dentro de un campo de juego. Cuando la docencia es acompañada por buenos resultados, la diferencia entre casualidad y causalidad es más grande que el orden de las letras. Fuimos felices, y no lo sabíamos.
Humildad, generosidad y sentido de pertenencia. Una cita a JFK ("No pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país"), una referencia a Mao Tse-Tung, y un guiño a Manuel Belgrano, "el ejemplo a seguir al poner el bien común por encima del individuo". Un escudo y una pelota. La responsabilidad que significa ser representante de sueños e ilusiones. El factor humano y la entrega al 100 por ciento. "Por favor" y "muchas gracias" como bandera. Ideas que aparecían en cada conferencia, en cada encuentro con la prensa, en la previa de un partido o en el después de un éxito. Sin cassette, Sabella dejó como marca la sonrisa de aquellos días en Brasil, pero también un decálogo de comportamiento. Un quien quiera oír que oiga, en tiempos de un fútbol argentino que se desangra.
A los 66 años, "Pachorra" dio pelea hasta el último día. Superó tratamientos y recaídas, pero siempre lo hizo fiel a su estilo: con compromiso, sin bajar los brazos. Con el tiempo, no quedará señalado por una excesiva popularidad, ni su estilo marcará un quiebre. Pero probablemente hará escuela. Más allá de su trabajo como ayudante de campo de Daniel Passarella, su carrera como entrenador principal ocupó poco más de un lustro de su vida. Llegó al banco de Estudiantes a los 54 años y dejó la selección cuando estaba por cumplir 60. Acostumbrado a no ser el vocalista de la banda, tanto como jugador (detrás de "Beto" Alonso, en River) como director técnico (fue asistente durante 18 temporadas), dio la talla cuando tuvo que dar un paso al frente.
Lo hizo dentro del campo, cuando se fue Inglaterra -y en los trenes de Sheffield se podían ver los graffiti de "Sabella is magic"- o cuando decidió volver a la Argentina -convencido por un Bilardo que viajó a Leeds para reclutarlo, junto a una carpeta de recortes de diarios que mostraban la crisis local, para así exagerar el inédito esfuerzo de Estudiantes-. Lo consiguió como entrenador de clubes, cuando llegó al Pincha y salió campeón de América, para después poner contra las cuerdas al mejor Barcelona de todos los tiempos. Y lo concretó en la selección, con el 2012 del mejor Lionel Messi, unas eliminatorias sin sobresaltos y el camino hacia la final en el Mundial 2014. Una final que perdió, pero que siempre atesoró. Tiempo después dio dos detalles de aquella definición. El primero, el pedido al grupo antes del duelo ante Alemania: "Debemos ser ante todo dignos con nosotros mismos, con nuestros compañeros y rivales. En la victoria y la derrota". El otro, tras el segundo puesto: un agradecimiento a los jugadores por tomar nota de los valores que él y su equipo de trabajo quisieron llevar a la selección durante los tres años del ciclo.
Pero no todo fue fútbol. También hubo otro Sabella, menos conocido, más escondido. El 2 de abril de 2013, una feroz tormenta acechó a La Plata y dejó marcas imborrables en el pueblo platense. El número de víctimas fatales, los desaparecidos, las trágicas historias mínimas en cada rincón de la ciudad y las pérdidas económicas dejaron a los vecinos en una situación de tristeza, impotencia y bronca. Fue una lluvia que devastó a la ciudad. Cayeron 392 milímetros de agua en un día. Con el pico de 225 milímetros entre las 17 y las 19 de la trágica jornada. Números que grafican una caída de agua sin precedentes. Mientras, en la calle 4, entre 530 y 531, un hogar se convirtió en un centro de asistencia para las víctimas. Fue en silencio, sin prensa, sin fotos. El dueño de la casa suspendió su actividad laboral y, codo a codo con su familia, preparó comida y hospedó a los damnificados que se acercaban a la puerta. Sabella fue quien eligió Tolosa por encima de Ezeiza y se quedó a dar una mano en donde más lo necesitaban. En uno de los barrios más castigados por la intensa precipitación, su casa, de dos plantas, no sufrió daños de gravedad en comparación con las de otros vecinos, por lo que abrió la puerta de par en par y extendió su mano para rescatar a quienes más sufrían. Todo sin la intención de que su gesto se conociera, por lo que pidió que no se acerquen periodistas, ni se tomen fotografías. Tendía su mano al pueblo y lo hacía en silencio.
La muerte de Sabella sacude un año que no deja de tambalear. Es otro golpe artero. Es el adiós de un exfutbolista y entrenador, pero también de una persona que llegó a la selección como una incógnita -solo se apoyaba en un breve paso por Estudiantes y no muchos conocían detalles de su carrera- y se fue por la puerta grande, con reconocimientos de propios y extraños. Es la muerte de un trotamundo, de un líder sin dobleces, de un maestro. De alguien que intentó mostrar una cara más humana en medio del desaguisado. El de la mística y la planificación. El que seguía a Menotti y Bilardo, a Mourinho y Guardiola. El jugador que combinaba las prácticas con los estudios de abogacía. El diestro que practicaba con la izquierda porque "todos los 10 eran zurdos". El hincha de Boca que conoció la pasión por River y terminó siendo de Estudiantes. El arquitecto de la última ilusión. El hombre que prefería hacer las cosas en lugar de contarlas. El último gran héroe.
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