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Al PSG le sobra dinero, pero le faltan identidad y compromiso
MADRID.– París piensa en el fútbol, pero el fútbol no acaba de pensar en París, la ciudad donde se fundó la FIFA (1904), se creó la Copa de Europa (1955) y se instauró el Balón de Oro. O sea, la estructura gobernante global, la competición más prestigiosa del mundo en el ámbito de los clubes y el premio más perseguido del fútbol. Por todas las razones que se quieran, desde su carácter de megalópolis hasta su trascendencia política y cultural, la capital francesa debería disponer de un gran equipo, pero nunca lo ha conseguido. Es posible que el París Saint Germain (PSG) alcance algún día la importancia que su ciudad merece. Por ahora no logra evitar su condición de club sin apenas identidad, edificado con los petrodólares –o los gasodólares en este caso– inyectados por Qatar y eliminado rápidamente en las dos últimas ediciones de la Champions League. El pasado año lo destrozó el Barça en una remontada histórica (6-1 en el partido vuelta). Esta vez ha sido el Real Madrid, cómodo vencedor de la eliminatoria.
El PSG fue creado en 1970 como la alternativa necesaria al poder del Olympique de Marsella y, en menor medida, del Olympique de Lyon, Girondins de Burdeos y Saint Etienne. La mayor ciudad de Europa sólo contaba con el débil Red Star en la Primera División, una situación inaceptable en la capital de la grandeur francesa. No ha sido sencilla la trayectoria del PSG desde entonces. Entre sus propietarios han figurado un empresario de moda (Daniel Hechter), la principal compañía francés de televisión por cable (Canal +) y ahora Qatar Investment Authority, que se hizo cargo en 2011 del club, al borde de la quiebra.
Al frente del club figura Nasser Al Khelaifi, el hombre que ha invertido una cantidad abrumadora de dinero para colocar al PSG entre los mejores de Europa. Su apuesta está cargada de lógica en el escenario del fútbol, dominado por las leyes del mercado. Más pronto que tarde se diseñará una Superliga integrada por los equipos más ricos de Europa, con una predisposición comercial favorable a los clubes instalados en las principales ciudades.
Desde su nacimiento, la política del PSG ha seguido un patrón: utilizar París como factor de magnetismo para los jugadores. Por el club desfilaron George Weah, David Ginola y Valdo en los años ‘90, la primera gran época del equipo. Ronaldinho tomó el relevo después. Desde la llegada del dinero qatarí, las estrellas se han sucedido: Ibrahimovic, Thiago Silva, David Luiz, Di María, Cavani, Mbappé y Neymar, entre otras figuras de calibre mundial. Esta característica, la de una sociedad mercantil al servicio de sus estrellas, le ha permitido progresar con rapidez en la escala jerárquica. En Francia no tiene rival, pero en Europa es víctima de una estructura demasiado epidérmica.
ENSEMBLE NOUS SOMMES INVINCIBLES ??#PSGREAL@djsnakepic.twitter.com/xEsJQ0W3uP&— Paris Saint-Germain (@PSG_espanol) 1 de marzo de 2018
El pasado verano, el PSG lanzó una ofensiva espectacular en el mercado de pases. La contratación de Neymar por 222 millones de euros y del joven Mbappe días después (175 millones de euros) se interpretó como el asalto definitivo a la cima que habitualmente frecuentan el Real Madrid y el Barça. La primera lectura invitaba a pensar en el PSG como uno de los grandes favoritos en la Champions League. No le faltaban nombres: Neymar, Cavani, Di María, Mbappé, Verratti, Thiago Silva, Marquinhos y Alves, además de Rabiot, Draxler, Motta, Pastore y Lucas (recientemente traspasado al Tottenham). El encargado de dirigir a esta colección de estrellas era el entrenador vasco Unai Emery, procedente del Sevilla, donde se había ganado fama de táctico obsesivo.
El problema de Emery, y de cualquier entrenador del PSG, radica en una estructura donde la competencia táctica es mucho menos importante que la gestión de las vanidades. Un mes después de la llegada de Neymar, se hablaba de las pésimas relaciones del brasileño con Cavani, Di María y Pastore. Los repetidos ataques de L’Equipe, el principal periódico deportivo de Europa, a Emery no favorecían al técnico en la otra gran cuestión pendiente: el poder. Emery no es Guardiola, ni Mourinho, dos entrenadores provistos de un poder casi absoluto en sus clubes. Hablamos del Manchester City de Guardiola o del Manchester United de Mourinho. Nadie habla del PSG de Emery.
Lo que parecía una ofensiva contra la vieja aristocracia del fútbol se ha transformado en un desastre para el PSG. Lo superó sin demasiados problemas el Real Madrid menos galáctico de los últimos años, pero el más laborioso. Después de una temporada decepcionante, el Madrid manifestó de nuevo su empaque. Lo hizo con una alineación en la que figuraban Keylor Navas, Carvajal, Varane, Casemiro, Lucas Vázquez y Asensio. Todos ellos le han costado 30 millones de euros al Real Madrid, la séptima parte que Neymar al PSG. Todos se vaciaron en el campo.
La lesión del astro brasileño terminó por desarmar al PSG, privado de su mejor futbolista. Cuando necesitó estructura y compromiso, el equipo no tuvo nada. Le faltó criterio y le sobró desorden y vulgaridad. Peor aún fue la dejadez que transmitieron varios jugadores, Pastore particularmente. Su desinterés explicó menos la derrota que la crisis de un club multimillonario pero sin el necesario orgullo futbolístico. Y eso no se compra con dinero.
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