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Adrián Martínez, una de las figuras del fútbol argentino: estuvo preso por un hecho confuso, empezó a jugar de grande y hoy es un goleador implacable
El atacante de Instituto, de 31 años, tiene una historia de vida impactante
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“Desde el primer día estaba consciente de que iba a salir de ahí adentro, porque sabía que no había hecho nada”, dice una voz relajada al otro lado del teléfono. El autor de esa frase es Adrián Martínez. Es futbolista, tiene 31 años y brilla como delantero de Instituto de Córdoba. Si alguien lo busca en la tabla de goleadores de la primera división del fútbol argentino, lo encontrará entre los máximos artilleros. Le dicen ‘Maravilla’: “Me pusieron así en Zárate, cuando jugaba ahí, por el boxeador”, aclara, pero prefiere que le digan ‘Adri’. Martínez es el dueño de una historia de vida muy dura. Como cualquier niño, creció divirtiéndose en el barrio con amigos. No terminó la escuela, a los 16 años decidió trabajar, a pesar de que en su casa nunca faltó nada.
Primero se desempeñó como albañil. Luego, trabajó en una fábrica de cervezas. También fue recolector de basura, pero un accidente de moto, en el que casi pierde una mano, hizo que tuviera que dejar el oficio. Fue entonces cuando le tocó enfrentarse a uno de los momentos más difíciles de su vida: un hermano fue herido a balazos, en un confuso hecho. La bronca contra los prepetradores del hecho terminó con Adrián en la cárcel. Estando preso se aferró a la fe y fue Dios quien lo guio a través de un versículo de la biblia que le abrió su cabeza: “Lo hice por la salvación de mi familia”. Pudo recuperar su libertad. Un amigo, que lo ayudó mientras estaba entre las rejas, lo motivó para pelear por su futuro: jugar al fútbol. “Siempre me gustó jugar a la pelota, pero siempre estuve clubes de barrio, nunca me dediqué a full”. A pesar de tener todo en su contra, luchó, y a los 22 años fue a probarse a Defensores Unidos de Zárate, club que entonces militaba en la Primera C.
Martínez quedó y allí empezó su sueño de futbolista. Continuó en Paraguay, en Brasil y ahora en Argentina donde ya le hizo goles a equipos grandes. Sueña con jugar en Europa. Pero junto a su familia, integrada por su esposa y dos niños, también se ilusionan con ayudar a la gente en agradecimiento a todo lo que recibió en su vida.
La familia, la niñez y sus primeros trabajos
Su transparencia le impide hablar con el casete puesto durante toda la charla con LA NACION. La niñez y la adolescencia de Adrián Martínez sucedió en Campana, en la Provincia de Buenos Aires: “Me crié con mi mamá y mi padrastro, y hasta el día de hoy estoy con ellos. Tengo seis hermanos. Cuando era chico me gustaba jugar al fútbol. En mi familia siempre me llevaron a clubes de barrio, pero nunca me dediqué a full, siempre jugué en el barrio, en el club Las Acacias, donde estuve hasta de grande, pero en ligas de barrio de ahí de Campana”.
Su amor por la pelota y sus diversiones fueron como las de cualquier chico de esa generación: “Viste que cuando éramos chicos no había teléfonos, no había nada, yo recién a los 18 tuve mi primer teléfono. Entonces, como no existía todo eso íbamos a la canchita de la esquina de mi casa. Salíamos de la escuela y nos íbamos ahí temprano, comprábamos una Coca, nos quedamos jugando la pelota en la cancha de la esquina que era de la familia Gaitán -entonces le decíamos ‘la canchita de los Gaitán’- y estábamos todo el día ahí porque no teníamos nada para hacer”. Otro entretenimiento que tenía Adrián de más pequeño estaba en el campo: “A mí siempre me gustó cazar, entonces salíamos a cazar liebres, cuises, nutrias. Nuestros días eran así”, recuerda el goleador.
En su casa nunca faltó nada: “Vivíamos bien, como una familia normal. Mi padrastro siempre trabajó de camionero. Al ser tantos, no nos podíamos dar todos los lujos, pero bueno, por lo menos siempre tuvimos nuestra casita, algunas cositas para moverse y siendo tantos obviamente no teníamos cosas de lujo, pero dentro de todo fuimos bien criados”. Adrián dejó la escuela, pero sabía que sin la educación, tenía que salir a trabajar y a los 16 empezó como albañil junto a su tío: “Él tenía trabajadores fijos y cuando necesitaba alguno más me llamaba; entonces iba. Por ejemplo, me levantaba 7.30, me venía a buscar y me iba a trabajar con él. Como a las 5 de la tarde volvía a casa, me bañaba y me iba con mis amigos. A los 18, un vecino que era delegado me hizo entrar en un empresa de cervezas de Lima [localidad que pertenece al partido de Zárate]”.
El derrotero laboral de Martínez continuó en una empresa de recolección de basura, pero un accidente cuando conducía su moto truncó todo. “Me corté en la muñeca, casi pierdo la mano. Estuve siete días en terapia intensiva, después unos días más en la clínica”. Martínez se reincorporó al trabajo, pero su intención era dejar de correr detrás del camión recolector; quería ser barrendero. Le tomaron una prueba para ver cómo respondía su mano, pero no tenía movilidad normal. “Entonces me dijeron que no estaba apto. Me pagaron la indemnización, pero me quedé sin trabajo y con la mano jodida. Si sabía que sería así, esperaba a que se me recuperara la mano y después me presentaba. O sea, por quedar bien con la empresa me echaron”. Y como si faltaba más la vida le dio otro golpe: “Justo con todo esto, apareció todo el problema de mi hermano...”.
Violencia, la cárcel y alguien a quien se aferró
Transcurría el año 2014 y una noticia conmovió a la familia: uno de sus hermanos, Braian, de 18 años, apareció baleado. Un día el hermano de Adrián pasaba por la esquina de la casa y una persona lo estaba esperando con un revolver 32 atrás de un árbol. “Cuando mi hermano pasó, esta persona le pegó tres tiros, uno en la oreja que le pasó de lado a lado, uno en el pecho y uno en el brazo. Mi mamá se desmayó por la noticia, mi padrastro llegó al lugar lo levantó y lo llevó en el el auto a un hospital. Estuvo un tiempo en terapia intensiva, pero por suerte se salvó”.
Adrián reconoce que su hermano “no era ningún santo, era problemático, pero lo era como la familia de la persona con la que tuvo el problema, esa es la realidad. Siempre tuvieron problemas ellos dos”.
Una reacción contra el perpetrador y su familia fue uno de los motivos por los que iba a empezar a ser todo más complicado para Martínez: “Mi mamá en un tiempo fue presidenta del club Las Acacias, siempre ayudó mucho y lo sigue haciendo hasta hoy, la gente del barrio nos quiere mucho por todo eso. Entonces, cuando se enteraron que hirieron a mi hermano fueron todos a tirarles de piedras a la casa de esta familia, a la que no quiere nadie. Cuando vieron que no había nadie se ve que uno se metió y prendió fuego las cortinas. Como tenía el techo de machimbre se le prendió fuego todo, pero ahí había más de 100 personas, no es que había cinco personas, eran muchísimos. Entonces, por ese hecho fuimos presos muchos, y uno de ellos fui yo. Con el tiempo nos enteramos de que el municipio quiso armar algo para terminar con el quilombo en los barrios; entonces, nos pusieron en la causa ‘uso de armas de guerra, incentivación de incendio, secuestro, robo en poblado y en banda’... Todo eso era como pasar 10 años preso, como para que nadie molestara más”.
Sus días tras las rejas tuvieron momentos de incertidumbre y temores. Por su experiencia, Martínez puede contar todo lo que realmente sucede en una cárcel: “Estuve un día en la comisaría y después ya fui preso a la Unidad 21 de Campana durante siete meses. De ahí adentro se cuentan muchas cosas, pero bueno, ahí tenía que estar a las expectativas de lo que iba a pasar porque era todo nuevo, pero yo puedo decir que tuve calle y pude zafar de muchas cosas que pasan ahí. Pero sí, ahí matan gente, se cagan de hambre, por lo menos donde yo estuve me cagué de hambre. Si mi familia no me llevaba para comer, no comía. Adentro tuve varios conflictos, tuve miedo adentro de la cárcel, porque siempre hay uno que es más loco que otro. Aparte, no les importa nada a los presos, porque se pelean y ya conoce las leyes. Dicen que si matan a alguien saben que son dos años más porque es por defensa propia, entonces si tienen 30 años, que sean 32 no les cambia en nada”, relata sobre la dura vida en la prisión.
Sin embargo, en su cabeza sólo estaba la posibilidad de recuperar la libertad, pero no parecía fácil: “Desde el primer día yo estaba consciente de que iba a salir, porque sabía que no había hecho nada. Aparte, ¿miles de personas íbamos a ir presas? Cuando me doy cuenta de que no era una joda, de que me encuentro con la cárcel y de todo lo que pasa ahí adentro, yo decía que tenía que salir. El abogado me decía ‘dame una semana, ya vas a salir’, pero siempre ponían una traba, y así la empezaron a estirar. Pasaron siete meses...”, dice con algo de dolor en la voz.
Pero en todo ese tiempo, encontró un motivo, una luz y una revelación en la que pudo refugiarse. Un familiar suyo que también estaba preso le preguntó si quería acercarse a la iglesia, pero al principio no se sintió seguro de ingresar allí: “Tenía dudas, porque algunos presos que tienen condena máxima se meten en la iglesia para que no los trasladen. Pero algunos quieren cambiar de verdad, como me pasó a mí”. Un versículo de la biblia fue uno de los principales detonantes: “‘Cree en el Señor Jesucristo y estarás salvo tú y tu casa’. Cuando entendí y comprendí eso me aferré a la salvación de mi familia. Entonces, si estoy preso por la muerte de un familiar, ¿cómo no presentarme a Dios? ¿Cómo no voy a poder cambiar y ser mejor persona por mí y por los que viven alrededor mío?”, deja en el aire los interrogantes.
La libertad, el inicio de su carrera profesional y su gran presente
Hasta que para Adrián apareció la luz al final del túnel. “Quien hoy me representa me dio una mano para quedar libre, me decía que iba a salir seguro, y me preguntó si me quería probar para jugar al fútbol cuando yo saliera, en Defensores Unidos de Zárate (CADU)”. Martínez hizo una promesa: “Le pedí a Dios que si él hacía que yo saliera y pudiese jugar al fútbol, iba a perdonar al agresor de mi hermano y a su familia, no los iba a denunciar para que fueran presos por falso testimonio, no los iba a denunciar ni a cobrar venganza. Pero quería jugar al fútbol, porque yo sabía que por mi problema en la mano no podía trabajar y me preocupaba qué iba a hacer cuando estuviera afuera. De ese modo, empecé a confiar en Dios”.
Martínez salió de la cárcel en noviembre de 2014 y el 5 de enero de 2015 se fue a probar a CADU. “El técnico me vio muy bien y me preguntó dónde había hecho inferiores, pero le tuve que decir que sólo había jugado en el barrio. También me preguntó de dónde venía y tuve que decirle que estuve preso. Encima tuve que arrancar a hacer pesas y no podía por la mano. O sea, tenía todo en contra”. Pero al final, con 23 años, comenzó su carrera como futbolista: “Charlamos un poco con ellos y mi representante, quedé ahí y se fueron abriendo las puertas que me llevaron a lo que hice y lo que soy hoy en día con el fútbol, que me llevó a jugar copas internacionales y me dio muchas satisfacciones”.
Su paso por el CADU fue brillante. Entre 2015 y 2017 marcó 34 goles en 73 partidos y allí fue donde nació su apodo: “Me pusieron Maravilla porque el boxeador Maravilla Martínez peleó un sábado a la noche y yo al otro día hice un gol de volea que ayudó al equipo a jugar un reducido para ascender, entonces el relator dijo ‘Nosotros también tenemos a nuestro Maravilla, los noqueó Maravilla en Villa Fox’, y encima al otro día en el diario de Zárate salió que ‘Adrián Maravilla Martínez noqueó para Defensores Unidos’. Entonces me quedó el apodo”.
De allí se fue a Atlanta. Su buen paso por el Bohemio atrajo miradas del exterior y Paraguay importó sus goles. Primero estuvo en Sol de América, donde anotó 12 goles en 19 partidos y jugó la Copa Sudamericana. Luego pasó a Libertad, donde obtuvo dos títulos, anotó 22 tantos y participó en la Copa Libertadores. Además, vistió la casaca de Cerro Porteño. Luego se fue a Coritiba, de Brasil.
En diciembre de 2022, Instituto de Córdoba lo presentó como refuerzo para afrontar su gran regreso a la primera división. Maravilla Martínez hacía su presentación en el fútbol grande de la Argentina. Y lo hizo de la mejor manera: lleva 18 goles en 39 partidos, y les convirtió a Racing, Boca (en la Bombonera) e Independiente (en Avellaneda), entre otros.
En una vida en la que todo se desarrolla todo con mucha intensidad, Adrián Martínez todavía no se divierte en el fútbol como quisiera: “Me pasó todo tan rápido que no me doy cuenta de si la paso bien. Lo tomo como un trabajo y no sé si lo estoy disfrutando”, admite. Se describe como “un jugador voluntarioso” y con ganas de superarse: “Siempre trato de aprender. Desde el día que arranqué agarraba a los delanteros y les preguntaba qué hacer, lo hago hasta el día de hoy. También hablo con el cuerpo técnico para saber en qué puedo mejorar, porque la verdad es que no me sobra nada en un fútbol muy competitivo. Hablé hace poquito con el analista de video y le pregunté si jugara en contra mío, cómo me marcaría, qué haría”.
Su sostén, un día suyo y sus sueños
Martínez está casado con Anabella a quien conoce hace 14 años y con quien está casados hace nueve. “Ella tenía un nene de dos años, Benjamín, que hoy tiene 16, y después tuvimos a Génesis Delfina, que tiene seis”. Además de ser una figura del fútbol argentino, también cuenta cómo es un día suyo: “Me levanto a la mañana, llevo a la nena a la escuela muy temprano y me voy a entrenar hasta las 12 y algo. La paso a buscar por la escuela, almorzamos, a veces preparo el almuerzo, duermo una siesta, tomo unos mates. Más a la tarde hacemos mandados para la cena y para todos los días, comemos y nos acostamos temprano. Algunos días de la semana también tengo reuniones de iglesia”.
Todos los seres humanos luchan por sus sueños y Martínez tiene dos grandes anhelos. Siempre aferrándose a la fe, desde lo deportivo, desea superarse: “Futbolísticamente desde el día en que arranqué siempre dejé todo en manos de Dios. Mañana puedo tener un accidente y no puedo llegar a ningún lado o puedo sorprender e irme a jugar a Europa, algo que no pasó pero que me faltaría para completar”. Desde lo humano, también se ilusiona con dejar un legado a modo de agradecimiento: “Un sueño que tengo con mi familia es poder hacer algo para Dios, alguna obra para poder ayudar a la gente, ese es mi paso final, porque Dios me dio tanto que quisiera dar algo para que la gente se pueda sentir refugiada en la fe, como me pasó a mí”.
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