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Abran los ojos
No tiene ningún sentido que la final de la Copa Libertadores, si es que se tenía que jugar, no se dispute en Buenos Aires. Ni para los argentinos, porque es su partido, el que jamás se había dado, ni para los europeos, fascinados por el olor, el sabor y el sudor que les llega de la Bombonera y el Monumental. Hace tiempo que el fútbol en Europa se mira más que se siente porque el hincha ha sido sustituido por un espectador que asiste a los encuentros desde un plató de televisión como si se tratara de la final de la Super Bowl. El nuevo reto de LaLiga es conseguir que el Girona-Barça del próximo mes de enero se celebre en Miami.
Tampoco se sabe por qué, una vez sacado de contexto y desnaturalizado, el partido cayó en Madrid y no por ejemplo en Londres, y menos en el Santiago Bernabéu, un estadio cuyos lavabos siempre están en obras cuando no juega el Real Madrid. Aún sin conocer los intereses, tiene unos riesgos muy serios por la violencia de las barras bravas, la enemistad de los aficionados, la rivalidad de los clubes, la distancia de dos equipos vecinos y la importancia de la final River - Boca . A efectos nuestros sería como si el FC Barcelona y el Real Madrid se enfrentaran por fin en la final de la Champions League.
Hablamos por tanto de un espectáculo inédito en el mundo y, como tal, histórico, circunstancia que invita más a que sea tratado de forma excepcional que a cerrar los ojos, temerosos de que ocurra algo grave y por tanto necesitáramos tomar distanciamiento de Argentina, un país derrotado finalmente desde que es incapaz de albergar el encuentro soñado por unos hinchas a los que admirábamos precisamente por su carácter tribal y por unos jugadores que han protagonizado algunos de los mejores momentos del fútbol español como son Alfredo Di Stéfano,Diego Maradona o Lionel Messi.
No se trata de ejemplarizar, ni de purificar, tampoco de liberar y menos de conquistar, de tener una mirada de autosuficiencia sobre Argentina. Una vez que el partido ya no tiene remedio, la cuestión está nada más y nada menos que en ser los mejores anfitriones, ni que sea por un sentimiento de gratitud por lo que nos han dado los argentinos y no por lo que nos deben, si es que deben alguna cosa, conscientes de que un River-Boca, final de la Libertadores, aquel partido que desde niños muchos barceloneses soñábamos poder ver algún día en Buenos Aires, se juega de momento en Madrid. Ojalá un día se dé en Argentina.
* el autor es periodista de El País, de España
Ramón Besa
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