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¿Cómo olvidarlo? No, imposible. Aquel 10 de octubre de 2009, hace exactamente diez años, Martín Palermo entraba en la historia con uno de sus tantos goles memorables. Esta vez, no por uno de sus cientos de gritos en Boca, sino por anotar el del triunfo por 2-1 sobre Perú. Dicho así nomás, suena a gol del montón. Y no. No fue un gol más.
Ese grito, aquel festejo, estuvo marcado por un tinte épico: una tarde de sábado en el Monumental, bajo una lluvia torrencial, en un duelo de eliminatorias en el que estaba en juego buena parte de las chances argentinas de clasificarse para el Mundial de Sudáfrica 2010. Vale recordar: aquella selección era dirigida por Diego Maradona, elegido por Julio Grondona tras la intempestiva salida de Alfio Basile un año antes.
La Argentina necesitaba ganar. A dos fechas del final, estaba quinta, en zona de repechaje, fuera de los cuatro puestos de ingreso directo. El calendario contemplaba un encuentro que asomaba accesible, como local, ante Perú, el último de la tabla, y en el cierre, una visita a Uruguay, que también luchaba por la clasificación, en el Centenario de Montevideo.
No llegaba bien aquel seleccionado argentino, con tres derrotas en fila ante Ecuador (2-0, en Quito), Brasil (1-3, en Rosario) y frente a Paraguay (1-0, en Asunción). Con la obligación de ganar sí o sí, Maradona dispuso esta formación para recibir a Perú: Sergio Romero; Jonás Gutierrez, Rolando Schiavi, Gabriel Heinze y Emiliano Insúa; Enzo Pérez, Javier Mascherano y Angel Di María; Pablo Aimar; Lionel Messi y Gonzalo Higuaín.
Le costó muchísimo a la Argentina doblegar a aquel conjunto peruano dirigido por el Chemo Del Solar. Nada en el primer tiempo, con algunas combinaciones entre Aimar y Messi, pero sin llegadas de riesgo. Higuaín falló las dos ocasiones que tuvo en esa primera parte y los hinchas empezaron a pedir por Palermo. Maradona metió mano para la segunda parte: adentro el goleador en lugar de Enzo Pérez. Perú, que no había pisado el área argentina en la primera parte, casi provoca un infarto masivo en el Monumental con un bombazo de Vargas en el travesaño. En la réplica de esa acción, vino el 1-0: Aimar dejó mano a mano a Higuaín, que definió cruzado.
La ventaja mínima alcanzaba, pero aún faltaba mucho. Argentina empezó a sufrir. Perú, sin nada que perder, buscó el empate. Romero salvó frente a Fano y luego apareció Schiavi para evitar la igualdad. Adentro Demichelis por Higuaín. La lluvia se convirtió en una cortina de agua que dificultaba seguir con claridad el juego. Debajo de esa tormenta feroz llegó el gol de Rengifo, a los 44. No había tiempo para desanimarse, había que ir en busca del triunfo.
Y llegó, a los 47. Un buscapié de Federico Insúa, que había entrado un rato antes, y apareció Palermo para empujarla a la red por detrás de todos, a un metro de la línea de gol, en un fuera de juego que el árbitro boliviano René Ortubé nunca descubrió en medio de esa lluvia que mezclaba agua, sudor, lágrimas. El Monumental estalló con el hombre de los goles eternos. Maradona salió corriendo a los gritos, se resbaló y se desparramó sobre el césped como si fuera la pileta más grande del planeta.
Increíble. Palermo nos salvó a todos. Sin duda, tiene un Dios aparte. Ese gol nos devolvió la sonrisa a todos. Es un jugador tocado por la varita mágica.
La Argentina se quedaba con un triunfo necesario, con lo mínimo, bajo una catarata de alegría y desahogo, con resabios de otra clasificación heroica ante Perú, aquel 2-2 de 1985 en el mismo escenario. Cuatro días después, otra victoria, sobre la Celeste (1-0), sellaba el boleto a Sudáfrica. De estar con un pie afuera, a renovar el sueño mundialista en cuestión de días. Todo por obra de Palermo, que con ese gol, acaso, también se anotaba para integrar el plantel que acudiría a la primera Copa del Mundo en África. El Titán tenía 35 años y había vuelto hacía poco a la selección, después de una década lejos de la camiseta nacional. "No sé, es el destino o el de arriba que me marca en los momentos en que más lo necesito. Siempre me da esa fuerza y gracias a Dios se dio este triunfo, porque habría sido muy dura la desilusión de un empate y de pensar que nos quedábamos casi fuera del Mundial", dijo el ídolo y delantero, que venía también de anotar, semanas atrás, otro gol recordado: de cabeza, a Vélez, desde 40 metros. Siempre Palermo, el hombre de los goles de película.