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A 25 años de la peor final de un Mundial de la historia y el fantasma de Senna
El 17 de julio de 1994, en los Estados Unidos, se jugó la peor final de la historia de los Mundiales. El primer 0 a 0 en 120 minutos de juego: los 90 tradicionales, los 30 de la prórroga. El primer campeón sellado en una dramática definición por penales. Un hechizo hubo en los arcos: apenas cinco situaciones claras de gol y el ganador se resolvió con un insípido 3 a 2. El estadio Los Ángeles Rose Bowl, al calor del mediodía, fue el escenario de la finalísima, que tuvo 94.194 espectadores, el cuarto choque decisivo con más hinchas en un estadio, detrás de México ’86 (114.600), México ’70 (107.412) e Inglaterra ’66 (97.924). Brasil fue el campeón, luego de 24 años. Pero eso fue un detalle: el fantasma de Ayrton Senna, el héroe imposible de la Fórmula 1, muerto trágicamente apenas 77 días antes, fue parte de la fábula.
Fue el campeón mundial de la melancolía: por el recuerdo –vivo, fresco, conmovedor- del tres veces campeón de la F1, muerto el 1° de mayo, a los 34 años, en el circuito de Imola, y por el definitivo cierre de la época dorada, romántica, del jogo bonito. El adversario, otro gigante del fútbol, fue Italia: allí en donde acabó la última curva de su vida. El Gobierno de Brasil decretó tres días de luto y un entierro con honores de Estado; más de un millón de personas participaron en su traslado al cementerio. Los jugadores –sobre todo, Taffarel, el arquero-, lloraron de tristeza y flamearon una bandera en su homenaje. "Senna... aceleramos juntos, el Tetra es nuestro". La imagen, de todo el plantel, con la copa y la bandera, representa el inequívoco sentimiento. El fútbol, auténtica pasión de multitudes en Brasil, se había convertido en la mezcla perfecta de drama y comedia a cielo abierto la tarde de la cuarta copa.
Carlos Alberto Parreira creó una fortaleza inexpugnable, granítica. Le convirtieron apenas tres goles en siete partidos. Un 4-4-2 rústico, inmóvil, sólo transformado por la alegría de dos llaneros solitarios. El mejor del equipo fue Romario, el chapulín, con 5 tantos, enfrentado con el entrenador por el encierro ideológico y su modo jovial de entender la vida… y el fútbol. Estrellas sobraban, en realidad: Raí, Dunga, Branco, Jorginho, Cafú y un joven Ronaldo, que no jugó ni un minuto. Pocos sabían que, años más tarde, iba a convertirse en una leyenda. Y Bebeto… –¡cómo olvidar el festejo de sus goles, moviendo los brazos, como si arropara a su bebe nacido apenas diez días antes y que no conocía! -; Mattheus Oliveira, Bebetinho, tiene 25 años recién cumplidos y juega en Vitoria, de Portugal. Es volante y no heredó su habilidad. "El modo de festejo fue algo simple, que se convirtió en algo grandioso con el tiempo", aseguró Bebeto.
La inolvidable definición de los penales fue el ocaso para una estrella mundial: Roberto Baggio –exquisito, irreverente-, dispuso del último tiro, que acabó en el cielo. El crack italiano, un número 10 de los de antes, encontró un extraño modo de defensa. "Cuando fui hacia el punto de penal estaba todo lo lúcido que se puede estar en esos momentos. Sabía que Taffarel se tiraba siempre, por eso decidí tirarlo al medio, a media altura, justo para que no pudiera despejarlo con los pies. Era una elección inteligente. Sin embargo, el balón -no sé cómo- se elevó tres metros y se fue arriba. He fallado pocos penales, pero cuando los fallaba me los atajaban, no se iban a las nubes. Creo que fue Senna quien tiró aquella pelota por lo alto. Fue él quien hizo que Brasil ganara... En ese momento quise cavar un foso para esconderme. Luego pensé que como Brasil tiene muchos más habitantes que Italia, hice feliz a más personas con ese pelotazo…", comentó, años más tarde. En su autobiografía ‘Una puerta en el cielo’, contó algunos detalles de ese misterio.
Bebeto iba a patear el último penal, el decisivo. "El que define, ése es para vos", le avisó Parreira. Bebeto practicaba de lo lindo: unos 60 tiros por entrenamiento. "La unión fue lo mejor de ese grupo. Todos nos ayudamos, eso hizo la diferencia", aseguró el delantero.
El resumen del partido y los penales
Italia también tenía nombres propios de excelencia, dirigidos por Arrigo Sacchi, un maestro del oficio, que prefirió la cautela, en contra de su esencia. La formación era una suerte de 4-5-1. Un joven Maldini, Baresi, Donadoni. "Ojalá pudiera borrarlo. Ese recuerdo se me ha quedado grabado. No olvidaré el abrazo de Riva, el afecto del cuerpo técnico de la selección, pero yo ya no tenía la cabeza allí. Cuando mis compañeros fueron a cenar, me encerré en mi habitación. Una vez más, para resolver mis problemas elegí el aislamiento. Perdimos, como en Italia’90 (4-3 ganó la Argentina y alcanzó la final, con el ímpetu de Goycochea y la magia de Maradona y Caniggia). Y eso es algo que no acepto. Perder en el campo, aunque no lo merezcas, puede ser justo. En los penales, nunca. ¿Les parece concebible que cuatro años de trabajo se puedan borrar en tres minutos de penales? A mí no", fue su interminable descargo. Que dura hasta hoy.
Romario, Branco y Dunga convirtieron. Y no sólo falló el crack itálico: el otro tropiezo fue el de Baresi, el capitán herido. El zaguero, de 34 años, sufrió la rotura de los meniscos en el segundo partido del Mundial frente a Noruega y fue rápidamente operado en Nueva York. Se pareció a un milagro: en menos de un mes, jugó la final y falló el primer penal. El único futbolista que pateó con las medias bajas: el balón voló al cielo. El crack de la defensa también cree en fantasmas. "Creo que alguien desde el cielo quería que ese Mundial lo ganara Brasil. Todo era demasiado bonito como para que fuera real. Me rompí el menisco en la primera rueda, necesitaba dos meses para recuperarme y hubo un milagro: en solo veinte días estaba jugando la final y marcando a Romario y Bebeto. Fue el mejor partido de mi carrera, pero en la tanda de penales fallé mi lanzamiento... y luego Baggio", aseguró.
El partido –los 120 minutos-, fueron un suplicio. Brasil dispuso de tres situaciones de riesgo, una de ellas, se le escurrió el balón al arquero Gianluca Pagliuca; luego chocó con un palo, mientras que Italia tuvo dos. Oportunidades reales, concretas: el resto, fue un homenaje al viejo catenaccio, una moderna manera de evitar la derrota. No atacar. Arrigo Sacchi recuerda la tarde con emoción: "No perdimos por ese último penal, ganó el equipo que más lo merecía. Mi modo de ver me hace no sólo pararme a pensar en el primer puesto: también es válido ser segundo, tercero o cuarto. Ser segundos del mundo es un logro que se lo deseo a cualquiera en su actividad, para mí fue una satisfacción. Yo lo enfoco de un modo distinto: en Estados Unidos llegamos más lejos de nuestras posibilidades, ya que teníamos un equipo que jugaba mejor en velocidad y la mayoría de los partidos fueron a más de 40 grados con un 80% de humedad. Llegamos exhaustos a la final".
Los goles de Brasil en el Mundial
Parreira, contó, años más tarde, que Brasil logró el título más fácil de su historia.
"Lo más difícil para nosotros fueron las eliminatorias (de 1993). La Copa fue de una tranquilidad total. Brasil se impuso desde el primer partido, nunca fue amenazado"
"Cuando digo eso las personas piensan que estoy ironizando, pero nunca fue tan fácil ganar un Mundial. Sólo contra Holanda, cuando el partido lo ganábamos por 2-0, nos dormimos y ellos empataron. Pero después logramos el 3-2. Brasil no fue amenazado ni en la final"
"Es difícil decir lo que hubiera ocurrido sin Romario pero, con certeza, sin él Brasil habría tenido posibilidades de conquistar el título"
La bandera en homenaje a Senna, en la celebración
Brasil dejó de ser Brasil a partir de Estados Unidos ’94. Su estirpe se transformó tanto, que jugó por primera vez en una gran cita con un novedoso doble cinco, una bofetada a la historia romántica. "Es que en Brasil no estaban acostumbrados a ver a dos mediocampistas defensivos, pero necesitábamos jugar así por la presión de ganar. Calidad nunca le ha faltado a Brasil, pero sí disciplina táctica, y en el 94 la tuvimos", explicó Mauro Silva, uno de los volantes, a metros de Dunga, el otro titán de la recuperación en el círculo central. El manual de Parreira llevaba este prólogo: "Un buen equipo es el que defiende y ataca con la máxima eficiencia. Cuando el adversario tiene el balón, hay que tener por lo menos siete jugadores atrás de la línea de la pelota. Y cuando tenemos la posesión, se necesitan velocidad y calidad. No es la hora del jogo bonito, es la hora de los campeones. La historia no habla de juego bonito, habla de campeones mundiales".
Fue un Mundial único. Con el mayor número de público de la historia; asistieron 3.587.538 espectadores con una media de 68.981 por partido. Oleg Salenko se transformó en el primer jugador en marcar cinco goles en un encuentro, el 28 de junio, en la victoria por 6 a 1 de Rusia sobre Camerún. Ese día, además, Roger Milla se transformó en el jugador de más edad al convertir un gol en un Mundial, a los 42 años y 69 días. Por primera vez, se disputó un partido mundialista en un estadio techado, el Silverdome en Pontiac, de Detroit, que fue demolido el 4 de diciembre de 2017.
Comenzó a otorgarse tres puntos al ganador, como ya ocurría en la Premier League. Se permitió el tercer cambio por equipo, en caso de lesión o alguna contingencia del arquero y después del torneo, el tercer cambio se extendió a los jugadores de campo. Los árbitros dejaron de usar ropa negra exclusiva, fue el tiempo de los colores. Fue asesinado Andrés Escobar, en Colombia, diez días después de convertir un gol en contra en la derrota por 2 a 1 con Estados Unidos. El equipo cafetero, dirigido por Pacho Maturana, era candidato, luego del histórico 5-0 sobre la Argentina, en el Monumental.
Más allá de cada historia en particular, el traumático recuerdo del doping de Diego Maradona lo superó todo: fue el sismo futbolero más impactante de la historia reciente.
"La autoestima del país estaba baja, acababa de morir Ayrton Senna y, de algún modo, nos inspiramos en su leyenda y alegramos a la gente", describió Mauro Silva. "¡Campeones!", exclamó Dunga, el capitán, cerebral y combativo, el dueño de la nueva generación. Un campeón mundial que despreció su esencia, respaldado en un fantasma único, inmortal.
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