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Los 50 años de Diego Simeone, entre libros de cuentos infantiles, la obsesión de la Champions y la cuenta regresiva de la selección argentina
Diego Simeone elige las frases que llevan impresas sus tarjetas navideñas. No son casuales, tienen un sello que retrata su impulso de superación. En 2006, cuando abrió su carrera como entrenador, se apoyó en José Ortega y Gasset: "Sólo es posible avanzar cuando se mira lejos. Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande". Un año después, optó por Víctor Hugo: "El futuro tiene muchos nombres: para el débil es lo inalcanzable; para el miedoso, lo desconocido. Para el valiente, la oportunidad". Simeone siempre está preparándose para que la oportunidad no lo tome desprevenido. Nunca, ni cuando tenía 15 años ni hoy, que cumple 50.
Esta historia ocurrió en 1982, en el estadio José Amalfitani. Jugaban Vélez y Boca. Pero mejor, que la cuente Simeone: "El Loco Gatti salió del fondo, se equivocó y tuvo que sacar la pelota a cualquier lado, pero rebotó en la barandita de la platea y volvió a la cancha. Yo estaba justo ahí, de alcanzapelotas, y le tiré rápido otra pelota a Vanemerack, que venía a la carrera. El Loco estaba distraído, se quedó mirando la bola que había vuelto al campo, entonces le patearon con la nueva y se fue ahí, pegadita a un palo. Juan Carlos Loustau era el árbitro; se acercó hasta donde yo estaba y me dijo que me fuera. ¡Increíble! ¡Hasta de alcanzapelotas me echaron!" Seguramente a Simeone le tocó esa posición al borde del campo de casualidad, pero su reacción no fue casualidad. Esa prepotencia para intentar forzar el destino es un estilo de vida.
Se ríe con ganas Simeone cuando recuerda la anécdota. Será un cumpleaños especial, como el de tantas personas por estos días. En casa, en cuarentena en Madrid. Con Carla, su mujer; las pequeñas Francesca y Valentina; sus hijos varones más chicos, Gianluca y Giuliano, y un amigo de la familia. No ha perdido el tiempo en estas semanas de aislamiento. Claro que no dejo de entrenarse. Ni de asar. Ni de dirigir a sus jugadores... ¿Cómo? A distancia, desde ya, pero cerca desde las emociones. Desde la motivación. Desde el sentido de pertenencia que ha llevado a su granítico Atlético de Madrid a desafiar Europa. Europa..., esa obsesión.
Antes de que la pelota se detuviera, Simeone había dado el golpe de la temporada al eliminar en los octavos de final de la Champions al campeón, a Liverpool, en Anfield Road. Simeone trabaja todas las opciones a partir de un calendario que cada vez será más apretado. Imagina escenarios y ensaya soluciones. ¿Y si las próximas ruedas se juegan a partido único? Hay un plan. ¿Y si todos los partidos son a estadio cerrado? Hay un plan. ¿Y si...? Hay un plan. Se anticipa. Su cabeza no para. Soñaba a los 15, sueña a los 50.
Las dos finales de Champions perdidas ante el Real Madrid le dolerán siempre, especialmente la segunda, la de los penales en Milán. ¿Será un motivo para rendirse? Todo lo contrario. Ya lo decían aquellas frases que eligió en otras Navidades. Como la vez que entendió que Oliver Goldsmith resumía como nadie lo que sentía: "Nuestra mayor gloria no está en no haber caído nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos". O cuando escogió a Jasmine Gillman: "No esperes por el momento preciso. Empieza ahora. Hazlo ahora. Si esperas por el momento adecuado, nunca dejarás de esperar". O al dramaturgo austríaco Arthur Schnitzler: "Estar preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida". Ese es Simeone a los 50, el hombre que se prepara para dar el zarpazo. No se perdonaría estar distraído cuando un partido se deja tomar de la solapa.
"Los límites de tus sueños están en tu mente; el poder para alcanzarlos, en tu corazón", supo arengar cierta vez. El de Simeone late prepotente. Esa visceral relación con el sacrificio pinta a un tipo ardoroso, que corre detrás de una imposición: tratar de ganar, ganar, ganar y volver a ganar. ¿De quién lo aprendió? De Carlos Bilardo, del sueco Sven-Goran Eriksson, de ese Daniel Passarella al que admiraba en su adolescencia. Lo aprendió del viejo Luis Aragonés, tótem ‘colchonero’. Y de don Carlos Simeone, claro, su padre. El que un día le vaticinó a NACION:"Entre los 50 y los 55, Diego va a llegar a la selección". Desde hoy se abre oficialmente la cuenta regresiva, entonces.
Simeone pocas veces espía el futuro, dice que se desenfoca si lo hace. Pero la selección es Argentina. Su país. Por estos días ha recibido algunos videos de sus amigos de Buenos Aires, con la gente en los balcones, el Himno... y se le anuda el estómago y la garganta. Están más lejos que nunca ‘los viejos’, por eso conversa durante horas por teléfono para mantenerlos arriba. Se siente muy responsable como jefe de familia, de los próximos y de los que esperan del otro lado del Atlántico.
Nada es inalcanzable y el fútbol es todo. Y razón para todo lo demás. Cuando llegó a Atlético de Madrid, el martes 27 de diciembre de 2011, recibió a un grupo desahuciado que estaba a dos puntos del descenso. Construyó un Atlético insoportable, con colmillo y sagacidad. Un equipo de hierro, que si está afinado, es un especialista en emboscadas.
A los 50 piensa cómo cosechar algo más. Mientras, en estas semanas descubrió tiempo para diversiones infrecuentes, como leerles cuentos a sus hijas.
Siempre quiere hacer historia, esté donde esté. Le ganó una final de la Copa del Rey al Madrid, en el Bernabéu. Eliminó de diferentes competencias a Mourinho, Zidane, Guardiola y Kloop. Les arrebató una Liga de España a Barcelona y Real, el único que pudo colarse entre ellos en las últimas 15 temporadas. A los 50 piensa cómo cosechar algo más. Mientras, en estas semanas descubrió tiempo para diversiones infrecuentes, como leerles cuentos a sus hijas. Y lo está disfrutando como ni siquiera él lo sospechaba. Adaptándose a la adversidad para volver a tomar impulso, así lo sorprende su cumpleaños. ¿Qué decía la tarjeta navideña de hace unos meses? "Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad". Simeone siempre se anticipa.
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