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24 de marzo de 1976: los primeros dueños de Maradona
Año de memoria en el país, 1976 marcó también el debut de Diego Maradona en Argentinos Juniors. Ernesto “Jaio” Szerszewicz, hincha del Bicho, estaba ese miércoles 20 de octubre en la tribuna de la calle Boyacá, la misma que también frecuentaba en esos años Guillermo “Willy” Moralli, ambos militantes de Vanguardia Comunista. Dos años más tarde fueron secuestrados por el Ejército. “Judío”, duplicaban el castigo los torturadores de Szerszewicz. “Argentino”, cuentan que los corregía “Jaio”. El último registro vivo de ambos fue El Vesubio, centro clandestino de la dictadura en Aldo Bonzi, por donde ya había pasado en 1976 el cineasta Raymundo Gleyzer. Szerszewicz, Moralli y Gleyzer son tres de los siete hinchas detenidos desaparecidos a los que Argentinos Juniors restituirá hoy su condición de asociados. Será un acto cargado de simbolismo. Argentinos también es el club que en 1999 expulsó al socio honorario Carlos Guillermo Suárez Mason. “Pajarito” represor. Dueño de vidas y de muertes. General hincha del Bicho. Y de Maradona.
Suárez Mason llevó a Argentinos la publicidad de Austral que en 1979 permitió retener a Diego. “Apareció Austral Líneas Aéreas y con un ‘golazo’ echó por tierra las pretensiones foráneas”, celebró El Gráfico, Editorial Atlántida, pilar de la resolución militar que prohibía que nuestros cracks fueran vendidos al extranjero. Argentinos recibió además un préstamo de la AFA vía Ministerio de Bienestar Social. Próspero Consoli, presidente del club, cabo sastre retirado del Ejército, debió aplazar la venta de Diego también en 1980. A Settimio Aloisio, por entonces dirigente de Argentinos, le arruinaron el auto con ácido y le rompieron uno de los bares cuando volvió de negociar el pase a Barcelona. Domingo Tesone, comisario, vice inicial de Cónsoli, lo amenazó con “una ametralladora arriba de la mesa”. Dos años después, Tesone, ya presidente (en los clubes sí había elecciones), recibió a Josep María Minguella, agente del Barca. Se sacó “una pistola de la sobaquera” y la puso arriba de la mesa. “Espero que no le moleste”, contó Minguella que le dijo Tesone, “pero es que pesa mucho”.
Con Argentinos imposibilitado de retener a Diego, y con la venta prohibida al exterior, surgió la alternativa local. Al vicealmirante Carlos Lacoste, hombre fuerte del Mundial 78, presidente fugaz en un tramo de la dictadura, le habría gustado que Maradona fuera a su amado River, pero Rafael Aragón Cabrera, presidente “millonario” quedó espantado cuando Diego, supuestamente, exigió ganar el mismo salario que Daniel Passarella y el Pato Fillol. Maradona terminó en Boca. Como respuesta, Lacoste ayudó a River a “repatriar” a Mario Kempes, helicóptero en el Monumental incluido.
La transferencia de Diego a Boca se firmó el 11 de enero de 1981 en la oficina de Suárez Mason, en la calle San Martín 483, pleno microcentro porteño. “Pajarito” sabía las quejas de Lacoste por los reclamos públicos que hacía Diego exigiendo su libertad. Lacoste quería que el club lo callara. Argentinos Juniors, ironizaba el marino, “es el único lugar en el que un cabo sastre (Cónsoli) manda más que un general (Suárez Mason)”.
En 1976, aunque hoy suene inconcebible, un golpe de Estado era rutina en la vida política de Argentina y de la región. El poder político, y el de los clubes, alternaba entre peronistas, radicales y militares. En 1983, Maradona, con 22 años y ya jugador de Barcelona, se preparó para la vuelta de Argentina a la democracia con un rally de entrevistas al radical Raúl Alfonsín, los peronistas Antonio Cafiero e Italo Luder y el desarrollista Rogelio Frigerio. Y también con el comandante en Jefe del Ejército Cristino Nicolaides.
Eran otros tiempos. Los cuenta muy bien el libro “Deporte y sociedad civil en tiempos de dictadura”, una compilación de Raanan Rein, Mariano Gruschetsky y Rodrigo Daskal que será presentado este jueves. El capítulo de Argentinos recuerda que Cónsoli y Tesone formaban parte de la vida política del club desde mucho antes del golpe. Y que Suárez Mason aterrizó casi de casualidad. Podía ser “un hijo de puta”, dice uno de los entrevistados, “pero en el club era un dandy”.
Hoy, River y Boca buscan víctimas de la dictadura. Quieren reinvidicarles su condición de socios. Como hará Racing, que restituirá esa misma condición a sus socios que fueron detenidos-desaparecidos. Y como ya hicieron, entre otros, Banfield, pionero, y también Ferro, donde semanas atrás alguien pintó “Perdón Videla” sobre un mural que recuerda a socios desaparecidos. Cuentan que Suárez Mason no sacó realmente provecho personal de su paso por Argentinos. Apenas su hijo jugando de suplente en algún partido en la Reserva y en la Copa Kirin de Japón. Pero en 1999 los socios lo expulsaron del club. El general tuvo que abandonar el salón por una ventana. Le gritaban “asesino”, según cuenta una crónica de La Nación. “Suárez Mason, tituló a su vez Clarín, rechaza expulsión invocando los derechos humanos”. El fútbol siempre puede tener cierto mundo propio. El noble y el villano. La víctima y el victimario. Pero jamás ajeno. Por eso, a 45 años del golpe, hay clubes que siguen aplicando el viejo dicho: “Cuanto más lejos puedas mirar hacia atrás, más lejos podrás mirar hacia delante”.
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