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Fútbol en tiempos de VAR
El primer daño para ese Huracán dirigido por Ángel Cappa sucede al inicio. El árbitro Gabriel Brazenas anula un gol porque el línea Ricardo Casas levanta su banderín. Juan Pablo Pompei, cuarto árbitro, cruza mirada con Marcelo Benedetto. El periodista cierra los ojos tras recibir el dato de sus compañeros de la tele. No era offside. El segundo daño, decisivo, ocurre al final. Joaquín Larrivey va con plancha, el arquero Gastón Monzón pierde la pelota y Maxi Moralez anota el 1-0 que corona a Vélez. Brazenas, agotado, está muy lejos de la acción. Casas, que usa lentes de contacto, está mucho más cerca. Pero no advierte el foul. Detrás suyo, casi en la misma línea, está el suplente Gastón Esmerado, que sí ve todo. Este viernes se cumplen diez años de una de las definiciones más polémicas en la historia moderna del fútbol argentino. No existía el VAR el 5 de julio de 2009.
Unos minutos antes, el perjudicado había sido Vélez. Era penal y expulsión de Carlos Arano. Pero otra vez Brazenas estaba lejos. Y otra vez Casas mantuvo bajo su banderín. "La final bastarda", libro flamante de los periodistas Pedro Fermanelli y Marcelo Benini, investiga por qué Brazenas fue designado para dirigir por quinta vez una definición de título en Primera si ni siquiera tenía el "apto físico". Venia de casi tres años de parate por lesión. Y de sufrir dos meses antes una 12° suspensión por mala actuación. También había sorprendido su designación para el partido que coronó al Racing de 2001. Allí venía de "un semestre desastroso". Había sido parado en tres fechas por malos desempeños. Cuando en 1987 ingresó en la Escuela de Arbitros de la AFA, el test psicológico lo declaró "medio apto". Siguió luego un historial de limitaciones físicas y exámenes sin rendir. Aún así, fue elegido para finales. "Era el mejor", le responde Brazenas a Fermanelli y Benini. En dos entrevistas negó haber recibido dinero para beneficiar a Vélez en 2009. No hubo una tercera. Se enojó con uno de los autores y lo invitó a pelear. "Face to face", le dijo. "Sabés dónde estoy", agregó.
"La final bastarda", en plena Gripe A y con granizo, y que Vélez jugó mejor, fue escrita por periodistas que son hinchas de Huracán. Su buen oficio, sin embargo, nos ayuda a entender historias del arbitraje argentino. Por qué Brazenas. Y por qué Casas, el línea premiado al año siguiente con el Mundial de Sudáfrica. Es que el problema, nos dicen Fermanelli y Benini, no fue sólo Vélez-Huracán. "La final bastarda" (más de 120 entrevistas, tres años de investigación) habla de "influyentes". Del reinado de 35 años de Julio Grondona en la AFA. Y de un sistema viciado. Un exárbitro compromete, entre otros, al Boca Juniors que presidió Mauricio Macri y al San Lorenzo de Marcelo Tinelli. Y a un colega que hoy es responsable de las designaciones en el fútbol del Interior. Son campeonatos de ascenso que, sólo en las últimas semanas, incluyeron a un dirigente encadenado en las puertas de la AFA, la sentada de un equipo en plena definición y fuertes sospechas de protección a los amigos del Ascenso Unido. Todos partidos sin VAR.
Críticas en la Copa América
El VAR de la Copa América (inclusive el que no se utilizó anoche contra Brasil) abrió críticas. El sistema que congela emociones decidió tres partidos de cuartos de final con goles gritados inútilmente por jugadores, hinchas y relatores. La confirmación de que nos han cambiado el fútbol. "Una multitud –se lamentó el dramaturgo brasileño Ruy Castro– transformada por una máquina en idiotas de la objetividad". El VAR nos habría dejado sin "la Mano de Dios" que hoy luce en la Galería de Idolos Populares de la Casa Rosada. Le habría ordenado a Obdulio Varela, héroe del Maracanazo, que no había offside y que entonces dejara de hacer tiempo tras el primer gol inquietante de Brasil. ¿Qué puerta de vestuario habría pateado Julio Grondona (como lo hizo con la del peruano Alberto Tejada tras la mano del brasileño Tulio en la Copa América de 1995) si los árbitros VAR salen ahora de una oficina a la combi que los lleva directo al hotel? Son árbitros que ven "líneas y vectores" y establecen de modo "fáctico" si hay offside. Hasta que no cambie el reglamento, no importa si es de un metro o de un milímetro. Es offside.
"¿Qué se estará haciendo tan mal como para que alguno ya empiece a pensar qué lindo era el fútbol cuando era injusto?", se preguntó el colega Jorge Trasmonte en Olé. "El ‘suspenso’ que provoca el VAR –dijo el filósofo César Torres en El Equipo, Newsletter de Deportea– es un precio módico a pagar por un arbitraje y un fútbol más justos". Todavía hay mucho por mejorar. Y saber que el factor humano, como pudo haber sucedido anoche, siempre estará jugando. El Vélez-Huracán de 2009 y la Copa América de Brasil repiten como línea a Hernán Maidana. Puede equivocarse. Con o sin VAR. Pero nadie sospechará jamás de él.
El VAR, cuestionan algunos, es una imposición del negocio que no quiere más "errores". El fútbol que renuncia a seguir siendo refugio de cierta locura. Primitivo y salvaje. Y se rinde a la globalización. Pero ese mismo VAR es el que también protegió días atrás a Venezuela ante Brasil, anfitrión poderoso. Es un VAR, eso sí, que se aplica en el campo de juego, jamás dentro de ciertas oficinas. Y que, tal vez, puede servirle al poder para disimular su habitual obscenidad.
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