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FIFA, COI y Messi: qué tienen de diferentes las votaciones del deporte
Película pionera del llamado cine negro americano, “El Pequeño César” (Little Ceasar, 1931) cuenta el ascenso y caída de Rico Bandello, un matón inspirado en Al Capone. Inescrupuloso, vanidoso y ambicioso, Rico (gran interpretación de Edward Robinson) es amigo de sus amigos y sufre un amor secreto. “Rico”, recuerda una crónica, “era un personaje tremendamente popular entre el público de la era de la Depresión y de burlas a la Ley Seca”. El personaje interesó siempre a Robert Blakey, un abogado que trabajaba para el Senado cuando Estados Unidos sufría en los años ‘70 la violencia de las familias mafiosas que controlaban territorio, negocios, jueces y policías. Blakey ideó entonces una ley antimafia que apuntara a la cúpula y que llamó “Racketeer, Influenced and Corrupt Organizations” Act. Usó deliberadamente el acrónimo de Rico. La ley sirvió al entonces fiscal Rudolph Giuliani para descabezar al crimen organizado. Medio siglo después, la utilizó el FBI para encarcelar a la FIFA.
“No creo que haya sido una Ley creada para este tipo de situaciones, pero lo más controvertido fue haber extendido el largo brazo de la justicia estadounidense a, básicamente, eventos que ocurrieron casi por completo fuera de Estados Unidos”. Me lo dice Bruce Udolf, abogado estadounidense del dirigente peruano Manuel Burga, en el documental de FIFAgate que concluye el domingo próximo en la TV Pública. Bastó que el dinero de las coimas usara el circuito financiero y medios electrónicos de Estados Unidos (“¿qué coima en el mundo no se paga en dólares y no usa servidores como Yahoo, Gmail o telefonía Made in USA”?). Pero en el FIFAgate solo terminaron presos dirigentes latinos y no ejecutivos de la TV que pagó las coimas. “Fueron tras la fruta más baja”, me dijo Udolf, el único que logró sobreseer a su cliente (Burga). “Mejor vamos al sur, porque si voy para el otro lado me voy a encontrar con problemas”, ironizó el dirigente chileno Harold Mayne-Nicholls. “La corrupción”, le siguió el brasileño Juca Kfouri, “es cosa latinoamericana, africana o asiática, no europea”. “No pienses que los estadounidenses, alemanes y especialmente los suizos son menos corruptos que los latinoamericanos”, dice el alemán Thomas Kirstner, autor del libro “FIFA- MAFIA”.
Una frase bíblica (“el que a hierro mata a hierro muere”) abre con tono admonitorio la vieja película de Rico Bandello. También citas de la Biblia suelen acompañar dictámenes de Marcelo Bretas, un juez evangélico de Brasil que posteó años atrás felicitaciones a Jair Bolsonaro y se fotografió con un rifle y que la semana última impuso treinta y un años de prisión a Carlos Nuzman, presidente eterno del Comité Olímpico Brasileño (COB), condenado por comprar votos para que Río de Janeiro ganara la sede olímpica de los Juegos de 2016. A Nuzman, de 80 años, le encontraron 16 lingotes de oro en una bóveda suiza, sistema que, según el periodista británico Andrew Jennings, también utilizaba su declarado viejo maestro de la FIFA Joao Havelange. El mundo olímpico buscó distanciarse estos últimos años del fútbol supuestamente más corrupto. Pero en la causa de Bretas, Sergio Cabral, ex alcalde de Río, confesó al juez que pagó dos millones de dólares para comprar nueve votos y citó a glorias del deporte ruso como Sergey Bubka y Alexander Popov, el primero absuelto este año por la unidad anticorrupción de la Federación Internacional de Atletismo (UIA).
Es un tribunal supuestamente independiente. Como el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) de Lausana, “la Corte Suprema del deporte mundial”, como le gusta llamarse, que en 2020 resolvió casi mil casos, pero históricamente hace públicos apenas algunos de sus fallos, un secretismo duramente criticado por Play the Game. La organización danesa se preguntó días atrás cuán independiente del deporte puede ser el TAS si está bajo supervisión y financiamiento de otro tribunal (Tribunal Internacional de Arbitraje Deportivo, ITAS) cuyos veinte miembros son mayoritariamente designados por el COI y otros organismos deportivos. Un “camuflaje judicial”, sugiere el informe, que evita a los tribunales ordinarios. Hasta que algún día, claro, llegan la Biblia o el FBI y nos dicen que ponen orden en la sala.
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Balón de Oro: France Football, aseguran las fuentes, se limita a elevar a 180 periodistas de todo el mundo su selección de los treinta mejores jugadores de cada temporada para que luego ellos elijan al número uno. El polaco Robert Lewandowski venía ganando claramente con el voto europeo hasta que llegaron apoyos masivos para Leo Messi de toda América, Asia y Oceanía. No hubo premio en 2020 y los herederos siguieron sin noquear en 2021. Si Emiliano Martínez no hubiese atajado penales ante Colombia en semifinales de la Copa América, Messi habría terminado acaso sexto (y si Gonzalo Higuaín hubiese anotado en la final del Mundial 2014 contra Alemania, Leo, postal agradable para el marketing futbolero, hoy superaría tal vez a Diego Maradona). Así son las leyes del fútbol y sus alrededores. Será difícil que al Messi actual de 34 años lo ayude ahora un PSG de juego indescifrable. Pero Leo podría sumar un octavo Balón de Oro si la selección gana en Qatar, justo antes de la premiación de 2022. Además de anotar goles, Messi lleva quince años jugando y haciendo jugar. Lo extrañaremos mucho cuando se retire.
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