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Fernando Gago: “Messi sigue luchando y creyendo que el título en la selección va a llegar, ése es un líder”
La intimidad del padre de familia, los sueños del entrenador, los recuerdos del jugador; una mirada profunda por la actualidad del fútbol argentino, la selección y un retrato de su capitán; Capello, Mourinho, Luis Enrique y el dolor por la muerte de Maradona
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David Beckham lo llamó ‘Fernando’ desde la primera vez que se cruzaron. Fabio Cannavaro, que unos meses antes había levantado la Copa del Mundo, se interesaba por darle algunos consejos. Gago tenía 20 años y pertenecía al mundo del Real Madrid. En el vestuario, se sentaba al lado de Ruud van Nistelrooy. Fernando eligió un padrino, o algo así: se recostó en Raúl. Y desarrolló una muy buena relación. Le preguntaba cómo debía manejarse en cuestiones muy distintas al día a día que había conocido en Boca. “Como que el jefe de prensa me dijera ‘tenés estas entrevistas que nosotros queremos que las hagas, y estas que no queremos que las hagas’. Llegaba al club y estaba mi desayuno personalizado, teníamos la obligación de quedarnos a almorzar en el club y tuve que aprender nuevas costumbres, como pasar por el gimnasio antes y después del entrenamiento. Los miraba a Raúl, a Roberto Carlos, a Sergio Ramos, a Kaká, después a Cristiano, a Benzema, y empecé a copiar ese profesionalismo del que no se apartaban nunca, siendo los que eran. Llegué con 20 años; dos años antes había muerto mi papá, empecé a vivir solo y en un país distinto... Todo eso junto me hizo crecer mucho como persona”. Y ni se imaginaba todo lo que le iba a pasar.
“Me resulta muy difícil observar esa etapa desde mis actuales 35 años. Pero tengo que admitir algo: tendría que haber disfrutado muchísimo más esos momentos, esos años de futbolista. Jugaba en el Real Madrid, salí campeón a los seis meses de llegar, después gané otra liga, la Copa del Rey y la Supercopa española…, y no logré disfrutarlas como las disfrutaría hoy. Quizás, por la edad que tenía. O por la locura de ser futbolista y los egoísmos que eso trae aparejado, porque el futbolista es egoísta. No me arrepiento de nada en mi carrera, pero aquello lo tendría que haber disfrutado un poquito más”, cuenta Fernando Gago, con la sinceridad de la introspección.
-Mencionaste el egoísmo del futbolista. ¿Vive en una burbuja entonces?
-… Es que el futbolista vive en una situación donde las cosas son siempre más fáciles. Más, los que tuvimos la posibilidad de jugar en Europa…, desde jamás hacer un check-in en un aeropuerto, y te acostumbrás a eso, te aseguro que te acostumbrás. Y terminás de darte cuenta después. Ahora, yo soy el que organiza los viajes de mi familia, yo soy el que lleva los pasaportes, el que hace el check-in, el que revisa los papeles…, porque en este caso Gisela [Dulko, ex tenista] vivió una situación muy parecida, porque en sus viajes le resolvía todo su hermano. Hoy soy yo el administrativo de este club que es mi familia.
Pensaba descansar, viajar y prepararse antes de lanzarse a la dirección técnica. La pandemia arruinó parte de esos planes. Dos meses después del retiro, era entrenador. “De repente, de un día para el otro, llegó la posibilidad y tomé la decisión en una semana”. Entonces, esos cuadernos que se llenaron de anotaciones durante dos décadas tomaron sentido. Gago se había pasado la vida escribiendo. “Fui a buscar las anotaciones, sabía que estaban guardadas. Repasé mil ejercicios, incluso anotaba algunos que no servían para nada. Siempre tuve esa manía: anotaba todo. Tanto lo bueno como lo malo de cada entrenador que tuve. Porque de lo negativo también se aprende. Luis Enrique y Heinze son los técnicos que más me marcaron, en el sistema de juego y en la forma de entrenar. Cuando llegué a Madrid, Capello me sorprendió mucho con su presencia: él entraba y todo el mundo se daba vuelta. Ganador. Muy consustanciado con el trabajo, muy serio, pero a la vez era muy agradable para conversar y sabía cómo manejar el vestuario. Mourinho ejercía un increíble liderazgo. Ganador, convincente para inculcar su idea. Pero tampoco se puede trazar una mirada definitiva de todos, influyen muchos los momentos y nadie es siempre exactamente el mismo”.
-¿Sos algo obsesivo con el trabajo…?
-Me pasa, muchas veces, que dejo de comer, me levanto, me voy y al rato vuelvo a la mesa. ¿Qué pasó? Justo se me ocurrió un movimiento y tuve que ir a anotarlo. Después, cuando lo desarrollo, quizás termino por tirarlo. También miro y copio, y si lo puedo llevar a mi estilo, fantástico. Si a mis jugadores le va a servir, lo copio, no tengo ningún problema. Yo quiero que mi equipo juegue, que sea protagonista y se busque las ocasiones de gol. Quiero que domine el partido, pero sé que habrá momentos en los que no vamos a dominar y vamos a tener que saber defender. Son 90 minutos de un juego en los que por momentos vas a hacer lo que vos querés, y por momentos no, porque el rival también juega.
-Destacás a Luis Enrique y a Heinze como los mejores de tu carrera. Te llegaron ya de grande.
-Sí, y creo que tuvo que ver con mi edad, yo había cambiado, era otro. Empecé a ver cosas a las que antes no les prestaba atención. Empecé a preguntarme por qué se hacían determinados ejercicios. Creo que antes lo veía, pero no preguntaba. Luis Enrique y Heinze llenaron de respuestas mis por qué.
-¿Qué te pasa con tus dirigidos? ¿Tienen esa curiosidad?
-En general son los más grandes los que te transmiten que necesitan entender por qué vamos a jugar de tal forma. Ha cambiado mucho el manejo de grupo, ahora es imprescindible estar más cerca de los chicos. Cuando debuté en Boca, a los 18 años, el diálogo con el entrenador, que entonces era el ‘Coco’ [Basile], era poco. Había momentos en los que se podía hablar y en los que no. Jugaba bien y era titular en Boca, eso me permitía tener una relación bárbara con ‘Coco’, pero no era una relación tan cercana como la que yo puedo llegar a tener hoy con un chico de 18 años. Pero también porque cambió la sociedad. Hoy los chicos están esperando terminar la práctica para agarrar el celular y meterse en sus redes sociales, y no viene al caso renegar, yo me tengo que adaptar un poco a cómo se manejan ellos hoy. Obviamente, a partir de normas de convivencia en base al respeto que corren para todos en un plantel.
-¿Sentiste que te estudiaron?
-Creo que el entrenador pasa por muchos procesos. Yo arranqué una historia con 34 años y me puse al mando de jugadores más grandes que yo. Por suerte tengo un nombre en el fútbol eso también te da un plus en el sentido de cómo te puede mirar un jugador. Pero si ese plus no lo llevo a los entrenamientos, al día a día, ese plus se vapora. Y no van a tardar en concluir: ‘si, jugó bien, pero como entrenador no sirve para nada’. Yo aprendo todos los días. Y cambio. Porque lo único que te debe guiar es que crezcan y estén convencido de una idea. Si yo quiero salir jugando desde el fondo, y al minuto 3 del partido un defensor le pega para arriba, no está convencido de nada. A veces me pongo del lado del jugador y me pregunto cómo actuaría yo al escuchar al Gago entrenador.
-¿Gago DT cómo se llevaría con Gago jugador?
-Le exigiría más, le pediría que dé mucho más, para sacar más de él. Cuando tome la decisión de ser entrenador de Aldosivi llegue con una idea y la iba a tratar de plasmar, y cuando pasó casi un mes de entrenamientos tuve que cambiar. Pero cambiar para mejor: tuve que complicar más los entrenamientos, tuve que subir el grado de dificultad de los ejercicios porque los estaban resolviendo fácilmente y eran ellos los que me pedían más. Yo tuve que cambiar para que ellos crezcan, porque estaban capacitados para hacerlo. El futbolista responde cuando advierte que detrás de las palabras y de los ejemplos, hay conocimiento. Yo trato de enseñarles lo que sé, seguramente algunos estarán contentos y los otros no. Esto es así: el que juega estará contento y el que no, por ahí no tanto. Pero quizás al tiempo, dirá: ‘Este loco tenía razón cuando me explicó tal movimiento’. Lo que más me importa es la persona, eso está antes que nada, el futbolista viene después. Hay que acompañarlos, pero no puedo tratarlos a todos por igual. Eso lo tengo muy claro. Puesta la vara del respeto, después hay que atender situaciones: tal vez un muchacho no durmió bien, otro llegó tarde al entrenamiento por algo en particular… Hay que buscar que ellos confíen en vos, para que después rindan de la mejor manera posible. Al revés es imposible.
-¿El recuerdo que dejó Gago jugador creés que te favorece o te perjudica en algo como DT?
-Yo no me fijo mucho en el qué dirán, pero el jugador necesita de resultados, necesita aferrarse a algo. Siento que logre algo muy importante: que estos chicos crean en un estilo de juego. Bien o mal, es el estilo de juego que a mí me gusta y el que trato de enseñar. Después, cuando no se dan los resultados, asaltan las dudas y aparecen los ‘che, qué pasa que esta forma de jugar todavía no está’. Después del torneo revisé mucho más los partidos y varios se nos escaparon por detalles, no por un tema de conceptos o convicción. Y eso te da fuerza: estamos bien. Ahora arrancará una historia nueva y buscaremos ser competitivos.
-¿Era más sencillo ser jugador, no?
-Ahora me ocupo de mil temas de los que antes no estaba pendiente: ¿cómo viajamos?, ¿vamos en micro o en avión?, ¿nos concentramos o no, acá o adonde se juega…? Hay que buscar los beneficios para que el jugador llegue de la mejor manera al partido. Hoy, que charlo con jugadores en actividad, les digo: ‘Qué fácil la vida de ustedes’. A las 12 de la noche, habitualmente, todavía estoy trabajando en algo. Bueno, lo vivo así, persigo la perfección.
-¿Qué te provocan los equipos a los que no les interesa la posesión?
-Son formas de ver y de querer jugar un deporte. Nadie garantiza que teniendo la pelota vas a ganar, ni nadie te garantiza que cediéndola vas a ganar. Son gustos. Es una forma de sentir y de saber entrenarla. Yo no sé entrenar no tener la pelota. ¿Por qué? Por mis características futbolísticas, cuando jugué me gustaba tener la pelota. Me gustan los equipos que tienen circulación y que se animan a imponer condiciones. Yo aprendí e intento seguir aprendiendo sobre esa idea. Pero atención, si faltando 5 minutos vamos ganando 1-0 y tenemos que mandar 70 pelotas a la tribuna…, y, bueno, se tirarán 70 pelotas a la tribuna. Hay momentos y momentos del partido. Pero hay una línea, una base, que yo quiero respetar. Yo creo en eso. Un equipo que tiene la pelota siempre es más difícil de controlar para el otro. Después, la podés tener 89 minutos y en el minuto que la perdiste te hicieron un gol. Y sí, puede pasar también. Y pasa.
-¿Qué fútbol se juega en la Argentina?
-Hay equipos que intentan jugar. Hay una camada de entrenadores que buscan el protagonismo para llegar al resultado, hay otros que aceptan que van a buscar el resultado sin tantas intenciones con atender el juego, y está bien, nada en contra de ellos. Hay intenciones en el campo, pero tendríamos que tener un poco más de organización, de cuidado de los campos, de previsibilidad en las reglas y formatos de los torneos…El fútbol argentino es un diamante, pero tenemos que cuidarlo. Tenemos que regarlo día a día, desde sus bases, y eso lleva muchas horas de esfuerzo y dedicación.
-¿Cómo analizás el recambio generacional en la selección?
-Los veo bien. Se me hace muy difícil hablar de la selección argentina porque lo que más deseo es que gane. Lo deseaba como jugador, como hincha lo deseo y hoy también como entrenador, porque cuando ocurra va a ser un plus muy importante para el fútbol argentino. El cambio de jugadores tal vez lleve su tiempo, o por ahí no, porque puede ser que los chicos se adapten rápidamente. Porque consiguen un título o porque se sienten cómodos con una manera de jugar. Y está Leo ahí, y él se merece finalizar su carrera con un título en la selección argentina porque es el mejor que he visto en mi vida.
-Siempre se discute su liderazgo…
-Yo creo mucho en las distintas formas de ser un líder. Hay líderes que no hablan. Y me ha pasado. Yo he dicho: ‘Este no puede ser capitán, si no habla’. Pero gravitaba en situaciones del juego, en momentos del partido, entraba al vestuario y todo el mundo se callaba… Ser líder implica muchísimas cosas, no solo lo que se ve hacia afuera. Porque ojo, hay jugadores que transmiten un montón hacia afuera y adentro del vestuario no son respetados. Creo que en la vida pasa eso, y no sólo en el fútbol. Leo es un líder. Leo toma la iniciativa y el protagonismo, sabiendo que va a tener que sacarse a cuatro tipos de encima para que la jugada no se frustre. ¿Sabés lo que es saber que te espera eso e igualmente intentarlo? Y sin perder de vista que después, además, generalmente lo logra. Pero eso es desde lo futbolístico. En la parte humana y personal también me ha tocado vivir situaciones en las que me ha demostrado que es un líder. El sigue luchando y creyendo que el título va a llegar. Ese es un líder.
-Entonces, Messi tiene carácter…
-…¿Qué Leo no tiene carácter? No lo conocen… Hay cosas que quedan adentro de un vestuario, o adentro de una habitación, pero claro que Leo tiene carácter. Ni me parece lógico andar aclarándolo... Veámoslo así: un tipo que fue dueño del fútbol por… ¿15 años digamos? Si no tiene carácter no lo puede soportar. Hay muchas presiones, hay muchas situaciones que, tal vez no afectan a uno personalmente, pero sí golpea a tu familia. Un tipo que lleva 15 años luchando por ser el mejor del mundo, porque también ha tenido un competidor feroz en Cristiano Ronaldo, ahí demuestra también su carácter. No se hubiese podido sostener de otro modo, aun con sus condiciones excepcionales para jugar.
“Lloraba de dolor en silencio para tratar de no despertar a nadie”
“Si jugamos al tenis no tengo chances”, asume. Del otro lado de la red está su esposa…, número 1 del mundo en dobles en 2010. “Puedo jugar por el medio, pero si Gisela tiene ganas de hacerme correr… no, no se puede con ella. Entonces, le compito al paddle y la última vez le gané. Después las rodillas me explotan, pero igual juego”, revela Fernando. Se ríe, habla de Gisela Dulko, claro, ganadora de cuatro títulos en single en el circuito y otros 17 en dobles. Pero la anécdota lo resume todo: familia, lesiones y ese espíritu competitivo que siempre le permitió renacer.
Hasta Gisela se sorprendió cuando el 10 de noviembre del año pasado, Fernando la llamó desde el auto, camino del estadio Amalfitani a su casa, para contarle que se había despedido. Que, ahora sí, no iba a jugar para dedicarle más tiempo a Mateo (8 años), Antonella (6) y Daniele (3), los hijos de ambos. “Ya me había demostrado que, otra vez, podía volver. Estábamos en pandemia y eso también me ayudó a tomar la decisión de retirarme. Ya tenía ganas de disfrutar el fútbol desde otro lado. Y dejé de jugar. No volví a jugar nunca más a la pelota. Nunca más. Bueno, salvo 15 minutos con los chicos en Aldosivi, que querían hacer un picado para despedir el semestre, pero fue apenas simbólico. Estuve parado, no me podía mover…”
-¿No te dan ganas de jugar?
-No, ya no. Mis amigos de siempre ya no juegan a la pelota como jugaban a los 20 años y eso influye, más la pandemia, no, no, ya no, ahora paso muchas horas frente a la computadora, el televisor, viendo partidos… Cambió.
Rotura de tendón de Aquiles, tres veces. Rotura de ligamentos cruzados, dos veces. No se cree un ejemplo de nada. Es, simplemente, su historia. “Cuando empecé a jugar era chiquito, flaquito. En novena división media 1,40m, y no jugaba nunca. Pero me propuse que iba a jugar, de alguna manera yo iba a jugar Entonces, empecé a ir a un gimnasio, consulté a varios médicos para que me ayudaran en el desarrollo…, me acuerdo de las radiografías de muñeca para saber la progresión del crecimiento. Y después crecí de golpe, pegué un estirón muy grande y hasta me puse torpe, no sabía muy bien cómo manejar mi cuerpo… Las lesiones, en definitiva, nunca pudieron ser más fuertes que yo. Yo no me iba a retirar por una lesión, yo me iba a retirar jugando a la pelota. No me importaba si se reían, se decían por ahí que me iba a romper todo de nuevo intentándolo. Me rompí cinco veces, sí, pero las cinco veces volví a jugar. Y me fui del fútbol cuándo y cómo yo quise. Acepté el desafío: a mí me tocó caerme y levantarme todas las veces que fuera necesario. No digo que me hizo bien, hubiese preferido evitarlo porque pasar por esas lesiones fue horrible: mucho tiempo en la cama, mucho tiempo de soledad, mucho tiempo triste. ‘¿Te duele hoy? Ponete hielo’, me decía solo. ‘¿No tenés fuerza? Dale, más ejercicios hasta recuperar la fuerza’, me decía solo. Eran todos desafíos chiquitos para obligarme a superarme.
-De toda la gente que se acercó para alentarte, ¿quién fue el que más te sorprendió?
-El que más me sorprendió, o más me gusto, al margen de mi gente cercana, fue el llamado de Redondo. Había sido el ídolo de mi infancia. Y me mandó un mensaje muy lindo, me llegó. Quizás, porque había sido mi jugador preferido, ese jugador al que miraba con admiración, fue como recibir el llamado de tu superhéroe de chico. Y a partir de ahí se abrió un diálogo. Tuvimos más conversaciones y me ayudó mucho.
-Un tema es la rehabilitación física y otra, la emocional. Hiciste terapia. ¿Seguís?
-Iván, el psicólogo que tanto me ayudó, ahora está con nosotros en Aldosivi. Creí que era necesario en el club. Hay cosas que a un entrenador se les escapan y una palabra desde afuera, de un tipo preparado, puede ayudar mucho más. Hoy, las que tengo, son charlas con amigos que antes no podía tener. He aprendido a ser un poco más abierto, algo que hasta hace un año no podía. Hay muchas situaciones en las que sigo metido para adentro, pero siento que me he abierto más. Y en ese cambio me ha ayudado mucho estar frente a un grupo. Porque aprendés, aprendés que a veces sirve explotar y pegar un grito, pero muchas otras veces es preferible una charla, acercarse, preguntar. Incorporar todo esto me ha ayudado en el manejo de grupo y me ha ayudado personalmente, abriéndome bastante, bastante para lo que era yo hasta hace un año.
-Tuviste mucho trato con Maradona…
-Estaba en mi casa cuando me enteré de su muerte y me agarró mucha tristeza. Con el tema de la pandemia no sabía si se podía o no ir a su funeral, tenía la necesidad de ir, y finalmente no lo hice porque hasta sentí vergüenza al ver lo que estaba pasando. Es una pérdida inmensa, se fue un tipo que llevó al fútbol argentino a lo más alto. A mí me tocó vivir situaciones personales con él, desde el club, desde Boca, cuando me demostraba todo su cariño desde el palco, Después, también construí una relación fuera del fútbol, me invitó a comer varias veces, y me quedan mil recuerdos. Y un gran dolor por la manera en la que se fue y por todo lo que se habla en estos días.
-Hace más de 10 años que están juntos con Gisela. Ella atravesó las cinco lesiones. ¿Su condición de deportista creés que sirvió para entenderte?
-Sí, sí, hubo muchos momentos en todo este proceso donde ella fue decisiva para que yo no tire la toalla. Siempre me alentó para que no deje de luchar. Y me acompañó en muchas decisiones. Yo fui insoportable mucho tiempo, a veces ni se me podía hablar. En lo único que pensaba era en recuperarme. Por momentos dejé de darles atención a mis hijos por obsesionarme con la recuperación, por entrenar en doble turno. Fueron muchas mis locuras en todos estos procesos donde ella siempre estuvo, y hay un gasto, hay un pago, algo perdí en el camino: perdí momentos con mis hijos, les hice perder cumpleaños porque yo me tenía que irme a acostar temprano porque a los 4 de mañana tenía que prepararme para ir al gimnasio porque los tiempos no me daban. Ella fue clave en mis momentos de soledad y tristeza. Ella sabía que yo estaba tirado en una cama y lloraba de dolor en silencio para tratar de no despertar a nadie.
-¿Cómo conviviste con las burlas y los memes detrás de cada lesión?
-… Ella, yo, podíamos soportarlo. La que seguramente sufrió fue mi vieja, ella, mis hermanos. Me decían: ‘Mirá lo que dijo éste de vos, y el otro, y el, otro…’ Yo les respondía: ‘Apagá la tele, ¿para qué la prendés? Ya está, no leas los diarios. ¡Mirá qué bien que estoy yo!’, les decía, y yo estaba en muletas. Son situaciones de la vida… A mí se me murió mi hermano, y sabiendo que estaba muerto, fui y dirigí un partido. Y preferí que nadie lo supiera. Cuando terminó el partido, no podía ni caminar, estaba destrozado. Cada uno reacciona de manera diferente.
-Sin alguien entra en tu casa, ¿se da cuenta que es el hogar de Dulko-Gago por recuerdos, copas o medallas?
-No, a la vista no hay nada. Yo tengo mi oficina en casa, y ahí están los recuerdos, las camisetas, los trofeos. Antes teníamos dos paredes, una mía y otra de Gisela, enfrentadas, con los recuerdos de cada uno. Y a mí me gustaba más su pared porque había unos trofeos hermosos. Pero ella limpió la suya, sacó todo, y desplegó todos los productos de su marca de ropa. Entonces yo guardé mis cosas en la oficina. Me gusta tenerlos y compartirlos con mis hijos.
-¿La medalla de subcampeón mundial en Brasil la tenés? Porque habitualmente los argentinos se la sacan…
-Está en la oficina, por supuesto. Es muy difícil competir y estar en una final del mundo. Las estadísticas y el paso de los años lo confirman: muy pocos jugadores han podido jugar finales del mundo. Y hay que darle valor. Por su puesto que a ninguno nos gusta esa medalla, pero es parte de esta historia: ganás y perdés.
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