Juan Manuel y Francisco acaban de hacer historia en el circuito ATP; su hermana, Constanza, es jugadora de Las Leonas; la dinámica de una familia con padres que también fueron deportistas profesionales
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El 15 de noviembre de 2001, María Luz Rodríguez y el Toto, Alejandro Cerúndolo, fueron al Buenos Aires Lawn Tennis Club (BALTC), en Palermo, con el bolso preparado en el baúl del auto. Aquel jueves, mientras se jugaba la etapa porteña de la Copa Ericsson [una gira de Challengers], María Luz tenía fecha de parto y no había forma de que se retrasara el nacimiento de Juan Manuel, el tercer hijo de la pareja.
A Francisco y a María Constanza, nacidos en 1998 y 2000, los había parido con cierta facilidad. Y esa tarde no sería la excepción. La partera ya la había advertido: “Caminá un poquito, relajate, pero estate cerca y atenta porque lo tenés hoy sí o sí”. Esa misma tarde, Martín Vassallo Argüello, por entonces 206° del ranking de tenis y entrenado por Cerúndolo, se enfrentaba con una figura en crecimiento como David Nalbandian, en aquel momento 48° del mundo y, casi ocho meses después, finalista de Wimbledon.
Desde las tribunas del court central del BALTC, Cerúndolo y María Luz, “hecha un globo”, vieron cómo el cordobés ganó el primer set, por 6-2. Estaba previsto que el parto fuera cerca de allí, en el Sanatorio de La Trinidad, a unos tres kilómetros del club. Pero María Luz empezó a tener contracciones. Casi al mismo momento, Vassallo elevó su nivel, comenzó a luchar el partido y se adueñó del segundo parcial, por 7-6 (7-3). “Toto, vamos, por favor”, murmuró María Luz, todavía en calma. “Gorda, por favor, aguantá un poquito más que para Martín es el partido de la vida. Igual, en cinco minutos llegamos al hospital”, respondió el Toto, abstraído en el court.
Mientras tanto, la partera la llamaba por teléfono a María Luz y la retaba; quería que ya estuviera allí, en el sanatorio. “Vamos, Toto, vamos”, repitió María Luz. “¿No aguantás un poco más? Ok, ok, sí, tenés razón, vamos”, recapacitó Cerúndolo, al ver que el apuro de su mujer iba en serio. A la distancia, le hizo una seña de la panza a Vassallo, se levantaron de las butacas y dejaron el club. Sus otros hijos estaban con Graciela, la abuela materna.
Llegaron rápido al sanatorio. Cerúndolo, con short y remera de tenis, las medias y las zapatillas llenas de polvo de ladrillo. El obstetra, que ya lo conocía, sonrió. “Entramos y a la hora, aproximadamente, lo tuve. Pero mientras me llevaban en camilla para la sala de parto, el Toto les preguntaba a los médicos si tenían una tele porque quería ver el final del partido”, rememora María Luz, divertida, ante LA NACION. “Yo estaba todo sucio. ‘¿No tenés un televisor?’, les decía a las enfermeras. ¡Un loco! Estuve en el parto, pero un poco desconcentrado”, apunta Cerúndolo y lanza una carcajada.
Vassallo Argüello terminó perdiendo el tercer parcial por 6-3 (y el partido). Todavía hoy creen que de haber continuado en el club viendo el último set, Juan Manuel hubiera nacido allí, en las tribunas del BALTC.
Pasión. Efervescencia. Astucia. Disciplina. Talento. Perseverancia. La familia Cerúndolo late por y para el deporte, no concibe la vida de otra manera. “Hoy nuestra casa es un vestuario las 24 horas. Como padres no les dijimos que tenían la obligación de ser buenos. Les ofrecimos una crianza en un ambiente deportivo y los acompañamos en sus gustos”, se ilumina Cerúndolo (p.), de 61 años, con infancia entre Villa Pueyrredón y Devoto, ex tenista profesional [estuvo entre los mejores 310 del mundo en 1982], curtido formador y coach de numerosos jugadores durante distintas épocas, desde Merdeces Paz a José Acasuso, pasando por Diego Schwartzman cuando el Peque era chico en la época de Hacoaj, los hermanos Squillari y Gabriel Markus, entre otros.
María Luz, nacida y criada en Belgrano, de padre ingeniero y madre profesora de Letras, también fue tenista profesional, aunque compitió menos tiempo ya que repartió su carrera deportiva con la universitaria: se recibió de psicóloga en la UBA (también hizo un posgrado en la rama deportiva).
Son la voz de la experiencia en una casa que ostenta a dos de los tenistas del circuito ATP que más se destacaron en la reciente gira en América del Sur [Francisco, de 22 años, 114° del ranking, finalista en Buenos Aires; y Juan Manuel, de 19 y 175°, precoz campeón del Córdoba Open] y a una jugadora de hockey sobre césped [Constanza, de 20], volante de Belgrano Athletic, medallista dorada en los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018 con Las Leoncitas e integrante de la selección mayor que está ensayando en San Diego, EE.UU., con miras a Tokio 2020.
A fines de febrero pasado, en el Córdoba Open, integraron el cuadro principal e hicieron historia: desde 1981, con Carlos y Alejandro Gattiker que no había dos hermanos argentinos en el mismo main draw de un ATP. Además, tras el título de Juan Manuel en el Polo Deportivo Kempes y el subcampeonato de Francisco en el BALTC [cayó ante Schwartzman, el 9° del mundo], fueron los primeros hermanos tenistas en llegar a finales del ATP Tour en semanas consecutivas desde que el alemán Mischa Zverev fue subcampeón de Ginebra 2017 y, siete días después, Alexander -hoy, número 7- ganó el título en el Masters 1000 de Roma.
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Claro que mucho antes de que Francisco y Juan Manuel se convirtieran en dos de los mejores tenistas argentinos de una nueva generación que empuja [junto con Sebastián Báez, Thiago Tirante, Tomás Etcheverry, Facundo Díaz Acosta, Alejo Lingua y Mariano Navone, entre otros], el tenis circuló por la sangre de Cerúndolo (p.).
“Mi viejo era, prácticamente, contador; le faltaron unas materias para recibirse. Tuvo un cargo importante en una empresa de textiles. Éramos clase media normal, de barrio. Él iba a jugar a la pelota-paleta al club Comunicaciones y yo lo acompañaba. Ahí empecé a conocer el tenis, comencé a destacarme, pero sin ser nada en especial. Después fui al club Mitre y, al tiempo, a uno más competitivo, al Tenis Club Argentino, donde me recibió, en 1974, Enrique Morea. Después me pasé a Hacoaj cuando me hice profesional. No nos sobraba el dinero y en esa época era difícil hacer una gira. Viajé por el exterior como jugador en el 78, 79, 80 y 81; al principio era como cuando Colón vino a América, no sabíamos a dónde íbamos. Nos íbamos cuatro o cinco meses, con una tarjeta de tren para viajar, mil dólares en el bolsillo y sin tarjeta de crédito. En el 82 seguí jugando, pero más que nada en la Argentina y ahí me empezaron a contratar para hacer trabajos de entrenador. Para un tipo de 22 o 23 años, si no estabas entre los 50 mejores, se empezaba a acabar la carrera”, describe Cerúndolo, perteneciente a una generación de tenistas nacionales que creció con Guillermo Vilas (68 años) como figura inalcanzable y bandera.
“Fue una época muy romántica. Salir en la revista El Gráfico era como estar en la Biblia”, sentencia Cerúndolo (p.). Y va más allá: “En 1982 las visas ya no se otorgaban, era complicado, el país pasó a ser mirado de costado en el mundo por la guerra de Malvinas, económicamente era difícil y ahí toda mi generación empezó a dudar, muchos se casaron jóvenes y ahora, viéndolo a la distancia, pienso que fue porque habíamos sufrido la soledad en las giras, que eran largas, sin padres, sin teléfonos, solo por carta y no la pasabas bien. La mía fue una generación que quedó un poco olvidada… Al crecer al lado de Vilas fue como la película de Mozart: éramos los Salieris de Charly, porque Guillermo era un monstruo, entonces estabas 200 del mundo y te miraban como diciendo: ‘Sos horrible’. Era difícil crecer, no porque Guillermo fuera mala persona, sino porque había hecho algo monumental y nosotros viajábamos folclóricamente. Si viajaba con otro jugador, yo le hacía de coach a él y viceversa. O nos ganábamos diez dólares haciendo de árbitros, porque casi no existían. O salías de la cancha y te encordabas la raqueta a mano: la colocabas entre las piernas, le ponías un gancho para que no se deformara y pasábamos las cuerdas. O nos lavábamos la ropa a mano. Quería llamar a mis padres y sólo estaba el cobro revertido. Ahora cambió todo, agarro el teléfono, llamo a mis hijos directo, pero me bloquean o me ponen: ‘Ok, ok’. Ja”.
María Luz es la más grande de cuatro hermanos. A los once años la asociaron al Club Belgrano, entre Arribeños y José Hernández. La anotaron en la escuelita de tenis y empezó a empuñar la raqueta. Con 16 años, por intermedio de una amiga que era socia del Club Harrods Gath & Chaves, fue a entrenarse allí y conoció al Toto. Empezó a competir en torneos de la WTA y en Interclubes de Francia.
“Pero ya estudiaba psicología. Viajaba, paseaba…, no me dedicaba 100 por ciento al tenis. Después me quedé acá para recibirme, empecé a enseñar y a dar clases”, describe María Luz. Y cuenta que siempre se opuso a que sus hijos dejaran la escuela para entrenarse más horas. “El que nos dio más trabajo fue Fran -aporta-. Decía que no ganaba más porque entrenaba poco, a los 14-15 años quería dejar el colegio, pero me opuse terminantemente. Sus rivales habían dejado el secundario, practicaban todo el día. Pero cuando Fran llegó a quinto año me dijo: ‘Mamá, tenías razón, te lo agradezco’. Después fue él quien siguió estudiando, contento [a distancia, en la Universidad de Palermo, la Licenciatura en Management con orientación en Economía y Finanzas]. En 2018, hasta llegó a hacer un semestre en Estados Unidos, en la Universidad de Carolina del Sur”.
Cerúndolo (p.) admite que descreía de algunos métodos escolares, pero que su mujer le hizo conocer otro escenario. “En una época, si ibas a doble escolaridad te decían que era un castigo, estar como un pupilo y yo me crié con un simple turno. Casada con María Luz, que se había formado en el Colegio Esquiú de Belgrano, nos pareció bien anotar a nuestros hijos allí, con doble escolaridad. Yo ya llevaba años enseñando en la academia con un volumen de trabajo muy grande y si bien nuestros padres nos ayudaron en la crianza, el colegio fue una bendición”.
“Nosotros no teníamos idea de que los chicos fueran tenistas. Pero después ya tratamos de que no se perdieran etapas de la vida. Cuando se planteaba la chance de dejar el colegio, se analizaba para qué. Juanma era muy bueno desde chico, pero tenía un físico que no le permitía entrenarse seis horas diarias; lo íbamos a romper todo. Se criaron con la cultura del esfuerzo. Hasta sus 18 años se levantaron todos los días a las 6.30″, afirma María Luz.
“Cuando Juanma era chiquito hacía cosas raras. Por ejemplo, yo estaba en la cocina y él, a los 5-6 años, venía con una paletita de ping-pong a la heladera, que era convexa, y peloteaba sabiendo para dónde iba a salir la pelotita; estaba como media hora sin errarle. Lo miraba y decía: ‘No es normal lo que hace este chico’. Era una especie de robot. Fran jugaba bien, pero era más normal. Empezaron la escuelita en Harrods, donde yo trabaja, hasta el 2006-07, y después pasaron al Club Ciudad de Buenos Aires, que es donde hicieron todo su desarrollo más allá del Belgrano social y donde se siguen entrenando. Empezaron a ocurrir una serie de eventos, sobre todo en el caso de Juanma, que lo pusieron con un ranking muy alto por la temprana edad que tenía, se empezó a complicar con el colegio porque era demasiado bueno como tenista para ir a un instituto con doble escolaridad. Si hubiera estado casado con alguien que no fuera del deporte, se hubiera complicado, porque los dos pusimos mucha energía para ir y venir a los torneos, hemos hecho miles y miles de kilómetros, íbamos y veníamos para todos lados”, reconoce el Toto, capitán del equipo nacional de la ex Fed Cup en cuatro series (1988/1989).
Los tres chicos practicaron un sinfín de deportes. Además de tenis y hockey, fútbol, rugby, natación, patín, gimnasia artística, básquetbol, esquí. Constanza, inclusive, llegó a jugar al tenis, aunque a regañadientes. “Era chiquita, me miraba y decía: ‘Yo sólo juego al tenis porque nací en esta familia’ -revela María Luz-. Iba y en la clase hacía otra cosa, cantaba, bailaba, miraba para otro lado”.
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El rol de los padres con sus hijos tenistas desencadenó todo tipo de escenarios durante la historia. Educados, conocedores, violentos, fluctuantes, involucrados, indiferentes. “Con María Luz siempre hablé de eso porque tiene información más científica, y yo, después de 50 años de haber caminado el tenis en distintos roles, me sorprendía que normalmente el jugador que se destacaba viniera de padres que estaban involucrados -apunta Cerúndolo (p.)-. Papá y mamá, o papá o mamá; muy pocas veces vi que un chico se destacara con padres alejados. Y yo le preguntaba: ‘Como psicóloga, ¿creés que es normal? ¿Puede aparecer el crack sin padres que estén involucrados?’. Los hechos nos muestran que todos los que han tenido un poco de éxito, al menos los que vi, tuvieron padres involucrados. Lo que se llama triángulo deportivo: padres, cuerpo técnico y jugador. Si uno de los tres vértices empieza a estirarse mal, la relación se rompe”.
“Nuestro gran desafío siempre fue acompañarlos y hacerlo porque lo sentíamos y la pasábamos bien, y no porque queríamos que los chicos ganaran. Disfrutábamos de llevarlos un fin de semana a Pehuajó, a Rosario. La prioridad siempre fue que fueran sanos mentalmente, felices, libres y que dentro de lo que eligieron tuvieran una vida normal, por eso apostamos a que terminaran la doble escolaridad, a que fueran de viaje de egresados. Hay tiempo para las otras cosas. El viaje de estudios es una semana en toda tu vida y posibilidad de torneos van a tener siempre. La clave está en la medida justa de todo. No es una locura cuando ganan, ni un drama cuando pierden”, ilustra María Luz.
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Milos, un labrador inglés negro de trece meses, es la debilidad de los Cerúndolo. Lo recibieron el año pasado, en la cuarentena, y, cuentan, le aportó mucha alegría a la casa. Claro, el cuidado dentro del hogar aumentó porque ante cualquier descuido, Milos está al acecho: corren peligro desde los sándwiches de miga que ofrece, amable, María Luz, a los trofeos, los portarretratos, un tablero de ajedrez y los elementos de entrenamiento que los chicos utilizaron en el living durante el tiempo de aislamiento por el Covid-19. Viven a pocas cuadras del BALTC. Fran y Juanma duermen en la misma habitación; Coni tiene la suya. Tienen personalidades disímiles, pero los tres son muy compinches.
“Fran es impulsivo, demostrativo, calentón, demuestra las cosas hacia afuera, te manda al diablo y viene y te da un abrazo. Juanma es la antítesis: tranquilo, sereno, frío, calculador, incapaz de tener un arrebato”, retrata María Luz.
“No sabemos si nació en Oslo o en Helsinki”, agrega el Toto, sonriente.
“Y Coni está en el medio: es la más desenvuelta, simpática, extrovertida. Los dos chicos siempre fueron más tímidos. Coni es la que dirige la batuta. Los lleva de las narices a los hermanos. Por ejemplo: compraron un auto que pagaron los hermanos, pero la que lo usa es ella y ellos le piden permiso. ‘Coni, ¿esta noche lo puedo usar?’”, especifica María Luz.
“A Coni, en broma, le digo Su Giménez porque es tremenda, mediática, muy divertida. Fran es muy parecido a mí, yo jugaba parecido a él, en el sentido de que era correcto, pero expresivo. De Juanma me sorprenden sus declaraciones con gran capacidad de síntesis; ya de chiquito tenía respuestas de una persona adulta. Son chicos macanudos, amigueros, con el espíritu de colegio. Salen a bailar, se han ido de gira a Europa juntos”, agrega Cerúndolo (p.).
—Toto, los chicos son muy correctos en sus declaraciones y en el comportamiento dentro del court. ¿También deberán tener una pizca de malicia?
—Tienen que ser bichos, no sé si es malicia. Siempre les enseñé a ver el partido, a ver las posibilidades reglamentarias y saber utilizarlas. Tenés que estar atento. Pero ellos son muy correctos. Hoy la ATP ha educado bien a los jugadores. Ya casi no se ve malicia, trampitas o cosas que en nuestra época eran permitidas. Hoy está todo muy observado, filmado. Hoy la ATP debería rever algunas cosas para que haya más espontaneidad. A mí me divertía mucho ver los McEnroe-Lendl o los Connors-Vilas porque sabías que algo distinto iba a pasar. Hoy (Nick) Kyrgios, que rompe todo, parece un loco porque nadie transgrede ni un milímetro. Como espectador querés ver un poco de pimienta.
—¿Como entrenador impulsás un sistema más rígido que permisivo?
—Soy práctico, más Bilardista que Menottista; me gusta que jueguen bien, pero lo que me gusta es ganar. Al no haber empate en el tenis, lo que sirve es ganar. Algunos me critican por estudiar tanto los calendarios y sus trucos. El buen entrenador es el que puede respetar y consensuar, yo no considero que sea severo. Hay opciones útiles en el medio. A Chucho Acasuso le daba ciertas libertades porque él era descontracturado; no me hubiera funcionado un sistema rígido. Juanma, por ejemplo, es más tipo Vilas, un enfermo del laburo.
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Los Cerúndolo, con tres deportistas de alto rendimiento y dos ex tenistas bajo el mismo techo, viven en sintonía. Las conversaciones, por lo general, giran en torno de lo mismo, claro.
“Está bueno porque estamos hablando siempre de deportes y nos potencia. Se aprenden cosas nuevas y perfeccionamos otras. A veces, obvio, no querés saber más nada porque estás agotado o querés hablar de otra cosa que no sea de tenis. Pero tenemos el mismo vocabulario, no hay que explicar cosas. Personalmente, también me gusta el estudio. No lo hago por obligación. Creo que los tres tenemos algunas similitudes. Pero Coni es distinta: es la más extrovertida, mandada, no le importa nada. Opina de tenis, es entrenadora, es todo. Pero igual la queremos”, dice Francisco, entrenado por Walter Grinóvero.
“Nos acompañamos en el estilo de vida, todos comemos bien, nos cuidamos, descansamos, tenemos más o menos los mismos horarios, entendemos el cansancio del cuerpo. Me pone contenta que ellos hayan dado el salto en el circuito de tenis porque se esforzaron mucho. Y a mí me motivan. Francisco es más rebelde. Juan Manuel es más prolijo, serio. Yo soy un punto intermedio entre los dos. Los voy a ver jugar y ellos a mí, nos reímos y somos compinches. Nuestros papás, desde chiquitos, nos metieron en la rutina deportiva. Mi papá te hace acomodar a la realidad, es más fuerte, te dice las cosas de frente. Y mamá es más comprensiva, paciente. Nos apoyan”, expresa Constanza.
“Nos entendemos. Conocemos lo que significan las frustraciones, las alegrías y todo lo que conlleva el deporte. Hay que saber aprovecharlo y no prenderse fuego mentalmente. Vivir del circuito es increíble, entrenamos toda la vida para esto. Mi referente es Nadal, el mejor de la historia; me gusta tratar de copiarle algunas jugadas. La pandemia me cortó el ritmo, me causó lesiones, pero ahora pude entrar en ritmo. El desafío es mantenerse sano durante todas las semanas”, comenta Juan Manuel, zurdo y con Andrés Dellatorre como coach.
Los Cerúndolo palpitan por y para el deporte. No conocen otro estilo de vida.
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