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Eufemismos de un fútbol aburrido
El lenguaje del fútbol tiene sus singularidades. Todos somos capaces de reconocer las características de un equipo "duro" o la ingenuidad que se le asigna a un equipo "lírico". Están los "molestos", los "audaces", los "picapiedras". En definitiva, cada vez que se define con esas etiquetas, todos sabemos inmediatamente de qué estamos hablando. Pero hay una escala de clasificación más sofisticada, que esconde algunas verdades bajo la elegancia de términos aceptables. Son los equipos equilibrados, inteligentes, los que trabajan los partidos.
Nadie en su sano juicio diría que no pretende el equilibrio. Es una palabra con tremendo consenso. El asunto es que la balanza que mide el equilibrio en el fútbol está "tocada": siempre hay que poner más peso en la defensa para que se vea balanceada. Nadie advierte desequilibrios ofensivos. Un equipo en el que predominan futbolistas mejor vinculados con la tarea de negarle creatividad al rival se presume equilibrado. En cambio, aquel que aspira a dominar el juego, a atacar con más frecuencia y a defender lo más lejos posible es un equipo desequilibrado, en el mejor de los casos, o tonto, cuando pierde.
Es una hipótesis débil que encierra una contradicción insalvable: un talentoso puede aprender a defender eventualmente, puede entregar su esfuerzo o desplazarse más de lo normal; hacerlo depende de su voluntad. En cambio, el talento no se aprende. Todo se puede mejorar, pero hay un límite infranqueable. Por lo tanto, siempre será mejor para el equilibrio disponer de una buena cantidad de jugadores con ese perfil.
Los equipos "inteligentes" son aquellos que asumen un rol de inferioridad esperando el momento justo para robarle la billetera al adversario. Si lo consiguen, se jactan de su picardía. Cuando la diferencia de recursos entre dos equipos es escandalosa, no se elige asumir ese rol. No queda otra. La potencia del adversario le impone su condición. Ahora, cuando las fuerzas son parejas, cuando hay equivalencias, hay entrenadores y equipos que eligen vivir de esa manera: cerrando pasillos, blindándose en su campo, orgullosos de la estrategia. Sin ofender, son parásitos que necesitan de otro cuerpo para ser. Son expertos en la pelota parada, en el doble cinco, en tomar rebotes y en la segunda pelota. Prefieren los pases largos, jamás juegan hacia adentro y evitan a toda costa un pase atrás a su arquero. Les aburre el Barça de Guardiola y les encanta hablar de fracaso cada vez que alguien no gana.
Luego están los que "trabajan los partidos", que no es más que dejar que pase el tiempo sin tomar ningún riesgo, acompañar el cronómetro y, si el azar ayuda, incluso hasta se puede ganar. Eso sí, acá no hay eufemismos: trabajan de verdad. Exhiben un estado atlético envidiable, les sobra vigor, abundan los choques y escasean las paredes. Hace tiempo que esto no les parece más un juego y disfrutar no está entre las opciones. Tienen una visión espacial del fútbol: la pelota es un mal necesario.
No hay un manual de cómo debe ser el fútbol. Dentro de las reglas, todo es admisible y hay lugar para todos. Al fin y al cabo, cada cual siente el fútbol como quiere. Eso sí, la inteligencia, el equilibrio y el trabajo no tienen la culpa.
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