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Estilo FIFA: sin pruebas no hay delito
Proteger la universalidad del juego. Absurda excusa. Durante años, el todopoderoso Sepp Blatter argumentó que debía jugarse de la misma manera en cada rincón del planeta. "Que sea como siempre ha sido: dejemos que haya errores en el fútbol", sentenciaba el hombre que soñó con el eterno blindaje. El paleozoico razonamiento de la FIFA, sistemáticamente, prefirió evitar el debate sobre la introducción de la tecnología en el fútbol. Apenas en los últimos años aceptó quitarse algunas lagañas en su histórico letargo. Es anacrónico y regresivo rebelarse contra el mundo que se viene encima. Probablemente, la negativa dirigencial obedecía a un plan aplicable a toda su gestión: sin pruebas no hay delito.
Después del Ojo de Halcón, el tenis no se convirtió en otro deporte. Ni el rugby perdió su esencia por el repaso de las jugadas a través del TMO. Si se aceptara definitivamente la colaboración de la tecnología en el fútbol, enseguida se hubiese comprobado que el cabezazo de Marco Ruben estuvo bien invalidado por la participación en la jugada del adelantado Larrondo. Se hubiera evitado encender la mecha de la discordia. La imagen de la terna arbitral habría salido reforzada y, quizá, se hubiesen evitado los daños colaterales que se encadenaron después. La herramienta no se puede despreciar más.
Diego Ceballos es el último disparador, pero vale mirar el bosque. La propuesta incluye revisar tres situaciones muy puntuales: penales, posiciones adelantadas que deriven en gol y si la pelota traspasó la línea del arco. Al menos, esta última maniobra cada vez es más atendida. Desde luego, también habría que limitar las revisiones: dos por equipo, por ejemplo. Y algo más: acelerar las actuaciones de oficio; sí, que los Tribunales de Disciplina pueda intervenir si lo entienden conveniente. De esto modo se podrían derribar dos mandatos carcelarios: que es inexorable convivir con el error humano y que los partidos se terminan en los 90 minutos. Mentira.
El fútbol está sitiado por la incorruptible –palabra que activa la escala Richter en Zurich– mirada tecnológica. Está acorralado por el ridículo de un reglamento que reclama mucho más que un lifting. Ceballos es apenas un peón en la tozudez de la FIFA por negar lo evidente.
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