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Entrenadores hinchas de sus equipos: por qué la pasión por los colores suele dañar a los DT
Tras la llegada de Holan a Independiente, historias de DT que sufrieron por dirigir al equipo del que son hinchas; qué dicen los especialistas
Abril de 2008. Pícaro, irónico, a carne viva, Claudio Borghi se presenta como DT de Independiente en una incómoda primera cita. De pie, no esconde su simpatía por Racing y advierte: “Independiente nunca dijo que buscaba a un hincha, sino un técnico”. No le fue nada bien, como no le había ido nada bien a los entrenadores que lo antecedieron, tampoco a los conductores que lo sucedieron. Cinco meses más tarde, detrás del portazo, volvió al combate. “Sigo siendo hincha de Racing. Pareciera que el único que fue hincha antes de dirigir soy yo y que al resto no le gustaba antes el fútbol, no era simpatizante de ningún equipo. No voy a negarlo y no voy a cambiar mi forma de ser, por más que me haya traído más dolores que alegrías en mi carrera”, se recuerda su descargo, días después de una definitiva derrota por 1 a 0 contra Huracán.
Algunos meses antes, cuando en las redes sociales –símbolo de la efervescencia de una cultura descartable– lo señalaban con el dedo por su sentimiento celeste y blanco, y desconocían su método, también había pisado el acelerador. “Voy a morir siendo hincha de Racing. Si [Independiente] busca un técnico, puedo serlo. Cuando me comprometa a trabajar, voy a hacerlo. Somos profesionales y tenemos decisiones diferentes a los pensamientos que la gente tiene en una tribuna”. No funcionó. Por despistes tácticos, que viajaron por vías apartadas a sus recuerdos de pequeño de pantalones cortos.
Agosto de 2013. La Academia andaba de capa caída: le hacía falta un DT de carácter. Bichi tiró una rabona, pero la pelota acabó en un lateral. “Sí, soy hincha de Racing pero no cuenta mucho, no me gustaría dirigir un equipo por el solo hecho de ser hincha, sino por un proyecto, gusto o convencimiento. Racing necesita un entrenador, hinchas hay muchos”, fue su reflexión. Díscolo, también jugó con esos extremos –los del profesionalismo y los del corazón–, en su breve y errático paso por la Liga Deportiva Universitaria. “No soy de darles mensajes a la hinchada porque yo soy entrenador, no soy un hincha de Liga... No envío mensajes, porque no es mi tarea. La hinchada debe entender cuando el equipo juega bien o juega mal”, contó, antes de un clásico. El juego de los sentimientos y el pizarrón vuelve a escena a Independiente. Pero excede al viejo Rey de Copas: los clubes se nutren de entrenadores-hinchas que, en líneas generales, acaban en bancarrota. Sobre todo, en los más grandes. Sobre todo, en los últimos años. Se mezcla la pasión y el trabajo en una autovía que, en la extensión, se abre y bifurca. Marcelo Gallardo, múltiple campeón con River, es la excepción de toda regla.
Ariel Enrique Holan es profesor de educación física, entrenador de hockey y técnico de fútbol. De 56 años, creó una pequeña gran revolución en Defensa y Justicia, lo que provocó admiración ajena y lo condujo a Independiente, un club que lo hace transpirar de emoción. Meticuloso y audaz, cuando se refiere a su primer amor, se desnuda en cuerpo y alma. Asume frases con una memoria de coleccionista. Algunas caseras, otras públicas.
1) “Yo fui por primera vez a la cancha de Independiente a los 4 años, soy socio del club y conozco su historia de por qué fue lo que fue y por qué es lo que es en este momento. Del 60 al 70 fue un equipo de mucho corazón y un par de jugadores de talento, del 70 al 84 tuvimos la época más brillante, primero por Bochini y Bertoni, y después por Burruchaga, Marangoni y Giusti; en el 94 tuvimos un gran equipo, que ganó la Supercopa. A partir de ahí, Independiente entró en una confusión de identidad, sin idea de juego”.
2) “Desde lo emocional tengo un compromiso intachable con el club. Pero con espalda no se resuelve esto, porque yo lo vi a Burruchaga irse en nueve meses y, ahora, a Milito, en seis. Se resuelve con capacidad y con gestión, y eso es lo que yo le puedo ofrecer. Un modelo futbolístico que sea un mix entre esa historia aguerrida de los años 60 y mucha dinámica e intensidad”.
3) “Me acuerdo de muchos partidos memorables con mi padre, que ya no está, yendo a la cancha. Recuerdos de copas, de gloria. No sólo por los resultados, sino por una manera de jugar y de sentir”.
Se juega con el corazón y con la cabeza. Con el pizarrón y con el sentimiento. “Toda mi familia es de Independiente. Mi nietito ya tenía el carnet antes de nacer”, se emociona. Durante años ocupó una butaca del sector 5 de la platea Erico.
¿Podrá escapar al fantasma del fanatismo? ¿Cuáles son los naipes que debe esconder en el juego de los opuestos? ¿La camiseta propia destruye el proyecto? “La psicología no es una ciencia exacta, de allí que suela resultar tan difícil encasillar conductas, sentimientos o situaciones. Y si a eso le sumamos el contenido exageradamente pasional con que se vive el fútbol en nuestro país, no es difícil imaginar o encontrar razones acerca de por qué a varios entrenadores les cuesta obtener resultados cuando les toca estar al frente del club de sus amores, o incluso de una institución que anhelaron dirigir durante mucho tiempo”, analiza Germán Diorio, psicólogo deportivo, especialista en la intimidad de casos testigos. Y apunta a un viejo conocido: dónde trazar los límites. “La pasión, que es generalmente el motor que nos mueve hacia metas y objetivos, suele jugarnos una mala pasada cuando supera ciertos límites, porque en esas situaciones, esa pasión nubla la razón, lo que atenta directamente contra la capacidad de tomar decisiones efectivas”, reflexiona.
–¿La pasión los desborda?
–En la Argentina, los DT están a cargo del plantel, del equipo de colaboradores, e interactúan con dirigentes, periodistas, hinchas y sus propios entornos, y en todos esos ámbitos, se les exige tomar determinaciones efectivas; de allí la importancia de aprender a manejar el contenido pasional con que encaran su tarea, para que las presiones normales que vienen de la mano de la actividad que realizan, no se conviertan en un combo peligrosamente explosivo que se da cuando entra a la cancha el amor por los colores.
Independiente suele apostar por la misma receta. Meses atrás, con Gabriel Milito. “Lo que siento por el club y por los hinchas no me lo va a modificar esta etapa. Si esto sale bien, me iré feliz y si sale mal me iré muy triste por lo que significa Independiente para mí. Lo que más deseo es conformar un equipo que nos agrade a todos”, aseguró, en su primer día. Tiempo después, luego de otro dolor de cabeza, soltó, conmovido: “Escuché el apoyo de la gente y sé el cariño que me tienen los hinchas. Pero yo formo parte de un grupo que se encarga de la parte futbolística del club. No me puedo aislar de la tristeza del hincha, me siento el máximo responsable y no me causa felicidad que me apoyen sólo a mí. Busco la felicidad de todos”.
Tiempo antes, el fanático (el entrenador, en realidad) había sido Jorge Almirón. “Es un honor estar acá. No me lo imaginaba. No me da miedo decirlo, soy hincha. Estuve acá alentando a grandes equipos. Hoy soy profesional y se me dio esta chance de sorpresa. Yo separo las cosas: no me va a apoyar más la gente porque soy hincha. Sé que si no ando bien, en la quinta o sexta fecha me van a reprochar, más porque no me une un pasado con el club. Me va a costar ganarme la confianza de la gente, pero será con resultados e identidad”, contó. Todo un previsor: fue tal cual como presagió, pero en el lado oscuro de la luna.
En el barrio hubo en los últimos tiempos semejanzas en la vereda de enfrente. Como Facundo Sava . “Es una alegría muy grande llegar a Racing, estoy muy contento. Al venir, recordaba los últimos días cuando estuve acá, me recibieron muy bien, transité el pasillo de la tribuna, el vestuario y se me vinieron muchos sentimientos y emoción”, señaló cuando se vistió de entrenador en su querida Academia. Fueron apenas cinco meses y 27 partidos. Pablo Guede , un auténtico desconocido para el gran público, también duró un suspiro en Boedo. “No hay club más grande que San Lorenzo. No sé si me llamaría hincha, pero todos mis amigos y familiares sí lo son. Es una alegría tremenda”, explicó, cuando se puso la camiseta.
Diorio no tiene una respuesta uniforme; abre, eso sí, un abanico de puertas. “Manejarlo no es fácil, pero tampoco tan difícil. Como todo, requiere de una preparación, que en términos sencillos puede consistir en pararse ante la situación y encararla con la pasión y ganas de siempre, pero sin olvidar que en definitiva no es más que un trabajo, posiblemente uno de los tantos que va a tener un DT en su carrera, buscando que ese pensamiento contribuya a que pueda tomar un poco de distancia de las pasiones, sobre todo ante la aparición de resultados negativos o complicaciones. Pensar en frío ayuda a optimizar recursos y a decidir mejor, y como todo en la vida, se puede ejercitar ese tipo de capacidades”, advierte. La mente fresca, a kilómetros de la tribuna.
Menos explícito con sus emociones, Rodolfo Arruabarrena nunca ocultó su admiración por el azul y oro. Campeón de un torneo local y una cuestionada Copa Argentina, las eliminaciones coperas con River marcaron su traumática estadía. Había ocupado el sillón de Carlos Bianchi, símbolo del club pero con otros amores en su pasado. “Yo me formé acá y es un orgullo ser el entrenador del equipo del cual soy hincha. Amo este club y tengo ganas de sacar a Boca de este momento. Todos saben lo que quiero a este club, en el que estoy desde los 12 años”, sostuvo, antes de sus complejos días y noches.
Christian Bassedas tenía –la sigue conservado– una foja de servicios brillante. Como jugador y como manager de Vélez. En enero de 2016 abandonó el escritorio por el silbato, colgó el traje y se vistió de pantalón corto. Se fue en septiembre, no sólo por los resultados: el club estaba en ebullición. “Suele ser así: las historias que uno más ama o anhela tener no siempre terminan bien. Tenía un gran entusiasmo e ilusión al comienzo de mi ciclo, pero el fútbol, como la vida, te golpea donde más te duele. Se sufre mucho; creo que uno se carga con más responsabilidad de la que debería, por haber nacido en el club”, rubrica, con su claridad habitual.
Se lamenta: no encuentra una respuesta auspiciosa. “No hay un secreto o una fórmula para que salga bien. Hay una dosis mayor de carga emotiva por querer tanto al club. Sólo sé que hay que levantarse siempre. Se trata de resistir, caer y levantarte. ¡No existe el Mr Éxito!”, entiende. Como manager, había elegido a Ricardo Gareca –otro hombre de la casa de Liniers–, de etapa exitosa.
Tal vez, River es el poderoso que más disfruta a sus fanáticos conductores. Marcelo Gallardo desafía la teoría: hincha, jugador y DT, se convirtió en multicampeón en poco tiempo; y en la misma línea exitosa, Ramón Díaz; entre ellos (con Ángel Labruna en el triángulo ideal) se debate quién es el más grande de la historia. Antes, en el desierto, Matías Almeyda sudó la gota gorda en la Primera B Nacional y, en el mismo camino descendente, asoma la cabeza Juan José López. “River era y sigue siendo todo en mi vida deportiva. Después de las cosas lindas que viví, a uno le da rabia quedar en la página negra… Siempre seré hincha de River, eso no me lo van a sacar nunca”, contó, alguna vez.
Hay tantos casos, que exceden a los grandes. Newell’s es todo un símbolo: el Loco Bielsa, el Tolo Gallego y Tata Martino salieron campeones (la frustrada Copa Libertadores, sin embargo, le sigue dando vueltas), Lucas Bernardi fue un despiste y hoy, al mando, está Diego Osella: otro leproso. En Arroyito, Edgardo Bauza, ahora en el seleccionado, disfrutó y sufrió cuando fue DT de Rosario Central, desde las inferiores a primera. “Nada más hermoso y desgastante”, define. La locura por los colores es antigua. El problema, en realidad, no son los sentimientos. Si no cómo correrlos a un costado, adormecerlos. Que jueguen otro partido.
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