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Argentina-Francia: enfrentados al espejo que nos muestra la verdad
KAZÁN, Rusia – Fue lindo mientras duró, o ni siquiera eso, porque el paso de la Argentina por el Mundial Rusia 2018 dejó demasiados golpes, demasiadas verdades amargas por digerir, más allá del potente paréntesis emotivo del triunfo ante Nigeria. En una tarde de intenso calor húmedo, el perfume a césped en la olla de Kazán será el recuerdo dulzón y triste de miles de hinchas que tras heroicos e interminables viajes por las más insólitas vías llegaron a las orillas del Volga convencidos de que la tierra "de Messi y Maradona" mantiene intactos sus derechos, de que la Argentina sigue siendo un grande entre los grandes del fútbol. Error: ni Lionel Messi es ya capaz de disimular el descalabro estructural y conceptual en el que se mueve el fútbol argentino, lo que incluye a la otrora orgullosa selección nacional.
Francia no había cometido ningún error, la Argentina había mostrado poco y nada y, sin embargo, en el minuto 57 ganaba 2-1 y se ilusionaba con el pase cuartos de final. Era la grandeza del fútbol en un buen nivel de esplendor, porque eso es lo que tiene este deporte: no necesariamente gana el que jugó mejor. Y la Argentina estaba ganando sin merecerlo. Hasta que apareció Benjamin Pavard, un defensa de 22 años del Stuttgart para anotar un golazo, uno de los grandes goles del Mundial, poner el 2-2 e iniciar así el feroz ataque de espejo al que debió someterse la selección en los minutos siguientes.
En ese espejo se veían todos los defectos de una defensa lenta y mal parada que no dialogaba con su arquero –con el que apenas había jugado, por otra parte-, una Francia que superaba en velocidad y fútbol en cada contraataque a la Argentina y, de fondo, casi siempre, un Kylian Mbappé convertido en demonio. Fuera del espejo estaba Jorge Sampaoli, el técnico al que le cayó en las manos una selección en descomposición y apenas logró acelerar ese proceso. El mismo técnico convencido de que un equipo se define por su mediocampo y no logró en un año definir uno. Lo peor es que la responsabilidad no es exclusivamente de él, lo peor sería pensar que la selección no tenía muchas más alternativas en este Mundial que Mascherano, Banega, Pérez o Biglia.
¿Tendrá Messi su quinta oportunidad en Qatar 2022? Antes del Mundial él y los suyos estaban convencidos de que sí, de que con 35 años estará en perfectas condiciones físicas y futbolísticas de jugar otro Mundial. La pregunta es si tendrá ganas de intentarlo otra vez.
Mucho debería cambiar en el fútbol argentino para que la selección recobre en cuatro años todo lo que fue perdiendo desde que logró el subcampeonato en Brasil.
¿Y cuánto tiempo tendrá que pasar hasta que en la AFA alguien entienda que la solución existió –aquel exitoso proyecto de José Pekerman – y se la dejó escapar alegremente? No son las selecciones juveniles precisamente una razón para esperanzarse con el futuro del equipo mayor. Aunque Colombia es su exitoso presente, Pekerman lo vive y lo sufre en silencio en el Mundial. No deja de ver todo lo que se perdió en la selección. Un ejemplo: Inglaterra es la campeona mundial Sub 17 y Sub 20, lo que explica una parte importante de su buen paso por Rusia. La Argentina no deja de encadenar fracasos en esas categorías, lo que explica por qué el Mundial se terminó hoy para ella.
Hoy, en el primer tiempo, a la Argentina le pasó algo de aquello que se dio en el Barcelona poco después de la salida de Guardiola: la adoración de la posesión, el "posesionismo" estéri. El Barcelona empataba o perdía, pero en diarios deportivos locales se destacaba que había ganado la posesión. Si era por eso, lo del equipo de Sampaoli era un éxito: 62 por ciento de posesión de pelota contra 38 de Francia.
Pero el fútbol no es eso, al fútbol gana el que mete más goles, que pueden llegar jugando de muy diversas maneras, incluso teniendo la pelota lo menos posible. Francia juega al fútbol con una legión de jóvenes entre los que destaca la potencia de Mbappé. Y la Argentina jugaba con la pelota para no hacer mucho con ella. A Cristian Pavón le pesó el partido y no abasteció a Messi, que no fue un "falso 9", sino un "falso-falso 9", afectado también por la pobre producción de Ever Banega, muy diferente al del triunfo sobre Nigeria. Por eso a los 13 minutos la Argentina ya perdía tras un penal de Rojo que Griezmann convirtió con serenidad.
Hasta que llegó un intervalo en el que la fortuna le sonrió de lleno a la selección. El golazo de Ángel Di María le permitió a la Argentina entrar al vestuario con un 1-1. Era otra cosa, sobre todo por inmerecida, según lo que mostró el juego. Javier Mascherano le pasó con afecto la mano por la nuca a Messi al volver a la cancha en el segundo tiempo, y el sueño argentino creció con el 2-1 de afortunado taco de Gabriel Mercado.
Pero era apenas un sueño, y los sueños son breves. Este duró sólo 57 minutos. Cuando se despertó, la Argentina se encontró con un golazo de Pavard y un jugadón de Mbappé y la justa ventaja de 3-2 de los franceses, que luego se amplió a 4-2 con otra "Mbappeada". Qué el "Kun" Agüero anotara de cabeza para sellar una caída por 4-3 habla del error de entender al deporte, ni hablar del fútbol, sobre todo desde los números.
Messi, que sigue sin marcar goles fuera de choques de primera fase en los Mundiales, terminó el partido cargando el peso sobre la pierna y la cadera derechas, solo y en silencio. Miraba sin ver al resto de sus compañeros, todos mudos y absorbiendo el impacto. No estaba Sampaoli, toda una metáfora de en qué terminó esta selección, que el año próximo tiene que disputar una Copa América en Brasil.
Los hinchas, generosos y emocionados, aplaudieron a los jugadores, que entonces revivieron para devolver el aplauso. En la tribuna, Antonela Roccuzzo y los tres hijos del "10", testigos en persona por primera vez de Messi en el Mundial. ¿Testigos de su último partido en un Mundial? Dependerá de lo que el espejo le diga a él y unos cuantos otros en los próximos meses.
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