CÓRDOBA.– Son diez gimnasios distribuidos en barrios vulnerables de la ciudad de Córdoba y un número igual en el interior. Cada día cientos de chicos de diferentes segmentos sociales, con distintos atributos y problemas, pasan por ahí para practicar. Los convocan un ring, guantes, bolsas, protectores y un grupo de profesores y entrenadores que, muchas veces, se convierten en padres sustitutos. Ir a la escuela es condición para asistir; en algunos lugares les dan merienda y los ayudan a contar con la ropa que necesitan.
Aunque el objetivo no es formar profesionales, surgieron algunos, y también campeones, como Leonela Sánchez, la cordobesa que se convirtió en la primera boxeadora que ganó una medalla dorada en Juegos Panamericanos (hace unas semanas en Lima), y Alan Luques, hace dos años monarca sudamericano en 57 kilos.
"Formando en el Ring" nació hace una década como una iniciativa conjunta del Ministerio de Desarrollo Social provincial y la Agencia Córdoba Deportes; la impulsó Virgilio "Pato" Arauz, un entrenador que lleva 45 años "en el rincón". Aunque ahora el programa se llama "Formando en el Deporte", todavía no se incorporaron otras disciplinas.
"Los chicos de los sectores más pobres juegan al fútbol o ‘pelean’ en la calle", cuenta Arauz a LA NACION. "Para los que eligen la pelota hay muchas opciones armadas, por eso propusimos el ring. Arrancamos con siete chicos y sin ninguna seguridad de cómo nos iría; al poco tiempo eran más de cien. Ahora, por cada gimnasio pasan unos 50 por día; la experiencia nos pone muy contentos", agrega.
El primer lugar fue un tinglado desvencijado en el barrio General Bustos, detrás de un gimnasio. Lo remodelaron y hoy tiene hasta un departamento chico para que los profesionales (todos tienen otros trabajos) puedan dormir un rato, o quedarse, si no tienen un lugar mejor. Las puertas están abiertas para todos a partir de los 12 años; hay mamás y papás que van con algunos más chicos que los esperan jugando mientras ellos se entrenan.
"Terminé el secundario por ‘El Viejo’. Me obligó a estudiar para seguir viniendo", dice Luques. "El viejo" es Arauz; así le dicen todos en los alrededores del ring. Luques tenía 15 años cuando llegó y había decidido "cambiar el cole por el boxeo". "A mi vieja le dolió, se puso triste, pero respetó mi decisión. Yo le decía que quería hacer las cosas bien en el deporte", relata.
Como había muchos Alan que iban a entrenarse, en 2011 Arauz armó un "aula puente" en el gimnasio. Una mesa de ping pong y ocho sillas. Una tutora, Cecilia Federico, les daba clases y después rendían; el esquema fue aceptado por el Ministerio de Educación. Como cada vez eran más, el espacio se mudó a una casa cercana, donde llegaron a ser 130. Desde hace un tiempo funciona en el estadio Mario Kempes, pero los entrenadores creen que sería mejor que se descentralizara porque los chicos no van; muchos no tienen ni para el boleto de colectivo.
Cambio de vida
"Teníamos clase cuatro horas y llegaba el almuerzo", repasa Luques. En dos años terminé el secundario, y como yo, un montón. Era divertido. Había de todo, pero nos llevábamos bien. Esto nos cambió la vida a muchos", destaca.
Son las siete de la tarde y el día está frío. Hay unos 40 jóvenes haciendo gimnasia a las órdenes de Ana Pérez; dentro de media hora habrá recambio de grupo. Se saludan, bromean y se dan consejos para el pesaje que habrá el viernes. "Todos", advierte Gabriel "Tato" Córdoba, uno de los entrenadores del programa. Controla cada guanteo desde arriba del ring; da indicaciones."Nos cuida", valora Florencia Merlo, de 24 años, integrante de la selección de Córdoba. Como profesional, hace dos turnos y en medio trabaja en una heladería. "Vivo en la otra punta, pero acá están ‘el viejo’ y Tato", repite.
En ese ámbito, "El Negro" es un conocido de todos. No porque hayan compartido con él, sino porque están al tanto de su historia. Se sumó al gimnasio cuando era parte de un programa para dejar las drogas. Los profes relatan que la primera vez que entró, empezó a pegarle a la bolsa "a mano limpia". Decía que era lo que "siempre" había querido. Empezó a asistir y a las pocas semanas le contó a Arauz que "nadie creía" en él. Como el muchacho no tenía un peso, "el viejo" le propuso un trato: darle dos pasajes de colectivo por día, para ir y volver. "Nunca faltó. Cumplió siempre, meses y meses. Los padres estaban asombrados. Al tiempo dijo que si tuviera una bici, la usaría para venir al entrenamiento. La conseguimos; una hora desde la casa hasta acá. Era feliz", recuerda el instructor.
"El Negro" terminó la escuela en el aula puente (80 chicos se recibieron durante la experiencia) y decidió seguir estudiando. Le gustaba el derecho, pero como estaba convencido de que el deporte lo había "salvado" hizo el profesorado de educación física y un instructorado en natación. Hoy trabaja, sigue en contacto con todos y se alegra de que a algunos esto les sirva para ver que "se puede salir".
Dejar la calle
La difusión de la historia de las hermanas Sánchez, la ganadora del oro y su hermana Dyana, hace que muchos se acerquen al gimnasio de la avenida Alem del barrio General Bustos para preguntar. Las chicas tienen una historia dura: durante años durmieron sobre cartones en casas usurpadas y sufrieron con un padre violento.
"Tenemos chicos judicializados, chicas de una residencia, algunos que intentan salir de la droga, otros que no tienen para comer. Pero todos tienen la posibilidad de estar, de compartir con otros, de conversar", expresa Arauz.
En Colonia Lola (un barrio periférico de Córdoba), por el esfuerzo unido de las secretarías de Derechos Humanos de la Nación y la provincia, dos veces por semana son repartidos sándwiches de milanesa, jugos y fruta. Todos los profesores están muy comprometidos; la mayoría no solamente trabaja sin sueldo sino que además organiza actividades en otros gimnasios para recolectar ropa y zapatillas. "No quieren que nadie deje de venir por no tener un pantalón", destaca Arauz.
La Asociación Civil Entrenadores de Boxeo de Córdoba tiene un curso para seguir formando gente reconocido por la Federación Argentina de Box, y lo dicta tanto en la capital como en el interior provinciales. Muchos de sus egresados colaboran con el programa.
Los que practican coinciden en que el boxeo los "ordenó". "Terminás tan cansado que te acostás temprano; no querés jorobar más. Yo no tomaba alcohol ni me drogaba, pero veo cómo varios van cambiando", apunta Luque.
En la ronda que se armó en el gimnasio, todos dicen que hacer guantes no incita a la violencia, que –contrariamente– les enseña a ser respetuosos, a seguir las reglas. "Todos se cuidan porque saben que no toleramos malos comportamientos; si no se cumple lo pautado, no se puede seguir", prescribe Córdoba.
"Hay dos opciones", subraya Arauz. "Abrimos más gimnasios que fomenten el deporte social en los barrios periféricos o ampliamos los institutos para menores. Hay que hacer un trabajo con todas las áreas del gobierno y destinar recursos, porque son para que haya mejores vidas", añade.
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