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Emmanuel Lucenti, en Tokio 2020: del dolor de espalda que anticipó el retiro al pasaje para sus cuartos Juegos
El judoca que competirá en las ùltimas horas de este lunes en la categoría de -81 kg tuvo una tortuosa clasificación hacia Tokio; perdió todos los apoyos mientras atravesó la lesión lumbar pero finalmente encontró el pasaje: “Fue lo más difícil que me tocó en mi carrera”,
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Emmanuel Lucenti tiene 34 años, está parado frente al espejo de su baño, mira el cepillo de dientes y duda. Se observa reflejado en el cristal y le cuesta mucho reconocer al judoca de Pekín 2008, de Londres 2012, de Río 2016. Vuelve a mirar el cepillo, se resigna a no ponerle pasta de dientes, sabe que así dolerá menos. “Me punzaba la espalda hasta para enjuagarme la boca, pensé que esa lesión me retiraba del deporte, hasta sentí alivio al verme afuera”, reconoce Emmanuel: “Pero entonces Agos [su esposa] me dice que estaba esperando a nuestro hijo, Camilo… decidí volver al gimnasio aunque sea para mejorar mi calidad de vida, así como estaba no iba ni siquiera a poder hacerle upa”.
Camilo Lucenti nació y su padrino es Javier Arroyo. No es casualidad, fue quien le infringió a Emmanuel su derrota más significativa. “Javier fue mi primer amigo en judo”, relata Lucenti, a quien a los 6 años este deporte ya se le daba con naturalidad. “Yo, agrandado, le decía a mi hermano [mayor Rodrigo, olímpico en Atenas en judo]: a Javier le gano, y mi hermano me decía: no subestimes a nadie”. Fue así que el primer torneo del joven Emmanuel, fue contra su amigo Javier. La competencia era al mejor de tres, parecía accesible. Y en el primer combate, contra todos los pronósticos, ganó Javier. “Me dio un miedo enorme”, reconoce Emmanuel: “Ahí me sacó afuera mi hermano y me dijo que no subestimara a nadie”. Lucenti asegura que a pesar de que al volver al tatami pudo revertir el resultado, nunca más olvidó la lección. “Hoy Javier es como mi hermano, lo único que no compartimos es la sangre”.
Hijo y hermano de judocas, Emmanuel se crió amando el deporte, pero ese mismo deporte lo hizo enfrentarse con su familia, literalmente. Contra su hermano Rodrigo tuvo que definir la clasificación a Atenas 2004: el que ganara se iba a sus primeros Juegos, el que perdía se volvía a su casa.
“Nos hicimos recagar, lo estrangulé que casi lo duermo”, recuerda Emmanuel: “Me hubiese gustado que fuera menos sanguinario”. Del otro lado, Rodrigo asegura: “Fue muy fuerte, muy duro competir con él. Enfrentar en un deporte de combate a mi hermano, donde tenés que se agresivo. Creo que él pudo separar el objetivo deportivo de la relación de hermano. Para mí fue muy estresante y difícil, lo tuve que trabajar muchísimo con la psicóloga”.
Asfixiante, furioso, jadeante, el triunfo cayó para el hermano mayor. “Fue mejor luchador en aquel momento”, reconoce Emmanuel: “Hubiese sido injusto que él no fuese a unos Juegos, estoy muy orgulloso de Rodrigo a nivel deportivo”. Sería la única experiencia olímpica para Rodrigo, ya que en Pekín quedó afuera en la última lucha. Pero no sería el único combate entre ellos. “Pelear con Emma me potenció, porque es un luchador muy difícil y me tuve que entrenar muchísimo para esas competencias”, reconoce Rodrigo.
También es cierto que en los campeonatos nacionales, donde lo que estaba en disputa no era el pasaje a unos Juegos, sino mantener una beca, la cosa cambiaba. “Con Rodrigo arreglamos peleas entre nosotros para que nos siguieran dando las becas”, reconoce Emmanuel. No solo había que saber compartir victorias, sino también indumentaria. “Cuando no teníamos ni un mango, pero ni un mango, mi hermano me prestaba sus zapatillas y el kimono”, recuerda el menor; fueron cinco peleas en el historial de los hermanos Lucenti, pero su mamá, Elisa, no vio ninguna. Emmanuel asegura: “Si nuestra vieja nos veía combatir con mi hermano, le daba un infarto”.
* * *
El menor de los hermanos Lucenti creció, llegó a los Juegos de Pekín 2008 y obtuvo el puesto 21º. Luego de Londres 2012 volvió con un diploma olímpico al terminar 7º. Y ya en Río 2016 “apenas” logró el 9º. “Yo en realidad quería una medalla”, reconoce Emmanuel. Pero fueron esos Juegos de Río a los únicos que pudo ir a verlo su mamá. “Bueno, en realidad cuando me tocó pelear le dio mucha impresión”, sonríe el hijo menor: “Y se metió corriendo en el baño”.
“Perdí todos los apoyos, solo la provincia de Tucumán continuó de manera fiel”, recuerda Emmanuel: “Ni el ENARD, ni el Comité Olímpico ni la Secretaría de Deportes me dieron nada cuando me lesioné”. Sin becas, con dolor hasta para cepillarse los dientes y Tokio cada vez más cerca, lo más sensato hubiese sido pensar en un plan B fuera del deporte. “Me tocó vender todo y tuve la suerte que mi familia y la de mi esposa me prestaron el dinero para poder seguir”, reconoce el tucumano: “No sé si habrá otro argentino que haya hecho su clasificación sin apoyo de nadie, salvo mi provincia, mis sponsors y de gente querida”.
Más allá del dato estadístico sobre si fue el único, lo cierto que su clasificación estaba muy complicada. La lesión le hizo perder puntos muy valiosos y los Juegos no entienden de problemas lumbares. El 23 de noviembre de 2019 Emmanuel cumplía 35 años y estaba cuatro puestos afuera de Tokio: “Ese día les prometí a mi familia que lo iba a dar vuelta. Sé que creían en mí, pero la verdad estaba muy difícil. La única persona que confiaba 100% en mí, era mi papá”. El contador Daniel Ramón Lucenti, padre de Emmanuel y Rodrigo, a punto de cumplir 70 años continúa ejerciendo su profesión. “Muchas veces, lleno de dolores, me levanté por respeto a él, por el ejemplo que nos ha dado”, relata su hijo: “Sí papá va todos los días a laburar, como no voy a ir yo a entrenarme.
Con apoyo o sin él, los puntos para clasificarse a Tokio estaban esperando en los torneos más importantes del mundo, y había que salir a buscarlos. “Emmanuel se pasaba días enteros averiguando por los pasajes más baratos”, recuerda Agostina, su esposa: “siempre son mil escalas para que salga menos. En nuestro primer viaje a Europa perdimos el vuelo de escala allá, dormimos en una casilla rodante que era una porquería y nos salió carísima. Era un horno, al sol, llena de hormigas, Camilo tenía 2 meses”.
“Para mí estar con Camilo es tan importante como estar en losJuegos”, afirma el papá judoca, eso lo llevó a los tres a pasar noches de largo durmiendo en un aeropuerto. Agostina también valora que siempre la incluyó en su proyecto, aunque no suele ser el plan más placentero: “Tenemos poca comodidad, a veces parecen películas de terror, te dan ganas de largarte a llorar de la bronca. Creo que da muchas ventajas para competir, porque siempre viajamos de la manera más barata e incómoda posible”.
Mientras viaja por el mundo luchando contra los mejores judocas del planeta, también cumple su rol familiar. “Es un papá completo, no le esquiva a cambiar los pañales, pero también le hace el agarre de cabeza, lo tira, le practica las tomas de judo”. Camilo, con dos años, se divierte mientras gira por el aire.
Así también los tres giraron por el mundo, Emmanuel logró en los últimos tres torneos antes del cierre de cupos, dar vuelta la clasificación: luchó y ganó el pasaje a sus cuartos Juegos. “Haberme clasificado a Tokio fue lo más difícil que me tocó en mi carrera”, asegura el judoca: “Que me hayan dado la espalda después de haber estado en tres Juegos Olímpicos demuestra que, cuando uno trabaja y se las ingenia, se puede. Es súper placentero lograrlo de esta manera”.
Ese esfuerzo físico y mental para llevar su cuerpo al límite, también supuso un esfuerzo económico inmenso. “Pusimos más de tres millones de pesos de nuestro bolsillo para clasificarnos”, describe Lucenti: “Es fácil cuando te solucionan todo. No sé como se toman las decisiones en la Confederación Argentina de Judo, pero cuando escucho que hablan de apoyo a las bases, a la formación, me pregunto: ¿Por qué en Tokio los únicos dos que llegamos tenemos más de 35 años, la “Peque” [Pareto] y yo?”.
“Vendemos equipamiento de Judo y artes marciales”, explica Agostina: “Además teníamos un dinero invertido que nos daba un interés mensual pero lo gastamos en la clasificación. Yo trabajé hasta el último mes de embarazo. Después me dedique de lleno al tema de la venta. Sacamos préstamos. Mucha gente nos ayudó en el camino, nos prestaron, regalaron… nuestras familias nos ayudaron un montón también. Ahora tenemos el auto en venta para pagar unas deudas”.
“Volver a empezar es una frase que me gusta mucho”, define Emmanuel: “Lo hice muchas veces en mi vida, después de cada derrota”. Los especialistas del judo remarcan su velocidad y agresividad en el ataque. Él destaca otras virtudes: “Mis padres y hermanos han forjado un carácter en que me siento inquebrantable ante cualquier situación. Mis puntos más fuertes son mi corazón y mi alma, estoy hecho de acero”.
“Aprovecho que se durmió Camilo y se fue Emmanuel así no me escucha y es sorpresa”, se oye bajito en el audio de WhatsApp de Agostina. “Apasionado, esa palabra lo define. Se despierta y se acuesta pensando en Judo, todo su día se basa en eso. Es muy talentoso y perseverante. Y por sobre todo: es muy buen amigo, hijo y compañero de vida”.
Vuelve Emmanuel, para cerrar historia: “Sí, sé que es la última etapa de mi vida deportiva pero en cada combate dejo el alma”. Está en Tokio, su cuarto Juego, su gran oportunidad de lograr su mayor objetivo: “Quiero que Camilo sepa que fui el mejor deportista que pude ser”.
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