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El vuelo bajo de la reina
Yelena Isinbayeva puede ser una criatura celestial cuando su garrocha la suspende en el aire y bastante más controvertida cuando se mueve en tierra firme. Sus polémicas declaraciones, ya calificadas por la prensa mundial como "anti homosexuales", tuvieron que ser cruzadas por ella misma con una desmentida escudada en que el inglés no es su primera lengua de expresión. Isinbayeva respaldó con firmeza las leyes rusas que consideran la exhibición pública de costumbres y posturas homosexuales. Esas normas consideran ese ejercicio de libertad como un acto de "propaganda" que merece ser sancionado, con prisión o deportación, según la nacionalidad de quien luzca, por ejemplo, los colores del arco iris en un prendedor.
El episodio de Isinbayeva, otra vez campeona mundial en Moscú con una marca de 4.89 metros, es una condensación de intereses e identidades contrapuestas para una atleta de primera línea. Isinbayeva tal vez sea la imagen más representativa del deporte ruso tras la caída del régimen socialista a comienzo de los noventa. Isinbayeva es la cara de un gobierno de un lado de la moneda. Del otro es el producto de la inversión privada que en ocasiones se confunde con el propio Estado. El magnate Roman Abramovich, dueño del Chelsea FC, fue quien le ofreció a Isinbayeva poner a nuevo el viejo gimnasio donde ella comenzó a entrenarse en Volgogrado para no tener que recurrir a otras instalaciones fuera de Rusia.
Como una atleta que revolucionó su disciplina, con 28 records mundiales en su historial, Isinbayeva reproduce sin modificar esa relación estrecha que el gobierno ruso mantiene con los deportistas. El salto a la actividad pública con cargos dirigenciales es para la mayoría de los atletas notables, el puente que los mantendrá ligado con esas estructuras. Isinbayeva fue nombrada como la jefa de la villa olímpica en la que vivirán los deportistas en los Juegos de Sochi 2014. Es más que probable que alguno de los atletas que lleguen al lugar sientan que Isinbayeva, en realidad, no los aprecia demasiado.
El Comité Olímpico Internacional mostró su preocupación por la vigencia de la ley anti-homosexual promulgada en Rusia y a la luz de como el tema se instaló en el Mundial de Atletismo no descarta dejar a Sochi sin sede de los Juegos.
Aquí es donde las declaraciones de Isinbayeva, lejos de ser un exabrupto, entran en conflicto con su rol más allá de su decisión de adherir a posturas retrógradas. Isinbayeva, además de atleta rusa, es la cara de marcas comerciales que no ven con agrado como la saltadora entiende que deben ser las relaciones humanas: chicas con chicos y chicos con chicas.
Queda como material de análisis también hasta que punto lo que maravilla de un deportista (y todo lo que hace Isinbayeva es maravilloso) puede quedar invalidado por su postura ante la vida. Cada quien evalúa que toma y que descarta de una estrella del deporte mundial.
Las declaraciones de Isinbayeva, sin embargo, interfieren con un ruido difícil de digerir. Escondida en un presunto mal inglés, que siempre se le ha entendido perfectamente en podios, ceremonias, entrega de premios y acciones promocionales. Yelena Isinbayeva condena en su sistema de creencias a admiradores que ahora no solamente tendrán la estética de sus saltos para apreciarla.
Yelena Isinbayeva, otra vez campeona y siempre reina de los cielos, ha volado bajo y la culpa no la tienen los subtítulos.
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