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El triste final del árbitro Fabián Madorrán: apartado de su pasión y hundido en un vacío existencial
La muerte del profesional del fútbol ocurrida el 30 de julio de 2004, hace exactamente 20 años, marcó un desgarrador hito en el ambiente deportivo; la importancia de la contención psicológica de los atletas
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Naomi Osaka y Simon Biles instalaron en el centro de la escena de los Juegos Olímpicos de Tokyo el tema de la salud mental, un aspecto poco indagado en el universo de los atletas, pero que debería jugar un rol tan indispensable como sus rendimientos deportivos. Hace exactamente 20 años, la muerte del árbitro argentino Fabián Madorrán exponía, como la tenista japonesa y la gimnasta norteamericana en 2021, la ausencia de contención hacia los deportistas y asomaba entonces ese vacío existencial que sienten algunos profesionales cuando se retiran o pierden sus trabajos.
Madorrán empezó su empleo como árbitro en 1997. Su primera labor fue en un duelo entre Lanús y Gimnasia y Esgrima de La Plata en el Torneo Apertura de ese mismo año. En Primera División llegó a dirigir 166 partidos y, en total, les sacó tarjeta roja a 153 jugadores, un promedio sorprendente y, sobre todo, alto.
No pasaba para nada desapercibido y eso a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) no le simpatizaba. Una de las escenas más recordadas del juez en la cancha fue en la previa de un partido entre Almagro y Boca Juniors en el estadio de Ferro Carril Oeste, donde se lo vio cantar, contagiado por el ritmo, la canción de La 12: “Yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más”.
Además de arbitrar en el torneo local, Madorrán fue ascendido en 1998 al plano internacional y acumuló también varias contiendas. El referí cumplía ese sueño que tenía desde los 15 años, cuando dirigía los partidos del barrio y en algunas ocasiones se ponía los botines para jugar por un bando u otro.
Sin embargo, parece que quien oficiaba de máxima autoridad en el campo de juego y había nacido en Remedios de Escalada no era cuestionado únicamente por sus actuaciones deportivas a la hora de impartir justicia, sino que también lo discriminaban por ser homosexual.
“Bueno, basta, no cuestionen más a Fabián Madorrán. Quisiera salir en los medios deportivos por un cuestionamiento en mi forma de arbitrar, porque me equivoqué en un penal o en una expulsión y no por este tema de la sexualidad que no tiene nada que ver con la profesión”, planteó durante una entrevista televisiva con Fútbol Virtual en 1999.
Allí, también habló de una nota en la que dos periodistas se enfocaron únicamente en su orientación sexual y publicaron lo que él les había contado en off, una práctica contraria a lo que dicta la ética periodística. “En su momento me molestó porque era señalado, era criticado y porque en base a eso me discriminaban. Lloré mucho por la impotencia”, dijo en aquél entonces.
El despido, su ocaso
A Madorrán no le pesaba tanto ser criticado por sus decisiones arbitrales. Al fin y al cabo, quien ocupa ese rol siempre -o casi siempre- va a ser apuntado por alguno de los equipos en juego. Pero el profesional parecía necesitaba refugiarse en otras cuestiones ajenas al deporte.
Según describió Infobae en un artículo tiempo atrás, el referí se jugaba gran parte de su dinero en el casino, una práctica que más que un pasatiempo ya parecía una adicción. A esto se le sumaba que le gustaba salir de fiesta, fumar y tomar alcohol, de acuerdo con el recuerdo de su amigo y colega Pablo Lunati.
“Adicción”, explica a LA NACION el director de la Diplomatura de Psicología del Deporte de la Universidad Austral, Sebastián Blasco, significa “sin palabras” y las palabras parecen escasear en el universo deportivo. “Es importante que los deportistas de elite tengan contacto con la psicología, no solamente para poder optimizar sus habilidades mentales, que es el trabajo de la psicología del deporte, sino para poder tener un espacio de elaboración psíquica a través de la palabra, donde puedan hablar de sus emociones y sentir la contención que el espacio terapéutico les pueda llegar a brindar”, amplía el especialista.
A su vez, Blasco menciona la dificultad en este ámbito para diferenciar “lo que hago de lo que soy”. “Muchas veces terminamos creyendo que valemos aquello que hacemos. Y si lo que hacemos lo hacemos mal consideramos que somos poco valiosos y ahí caemos en un problema de identidad, de autoestima o posible vacío existencial”, añade.
Lo que plantea el psicólogo deportivo se relaciona perfectamente con aquella imagen de Madorrán, a la salida de la sede de la AFA de Viamonte, luego de aquel 29 de septiembre de 2003, cuando se enteraba de que lo habían expulsado como árbitro.
“¿Qué va a ser de su vida, de su futuro?”, le preguntaba al referí un cronista de televisión. Con el semblante más que preocupado, Madorrán contestaba: “No sé”. “¿Está muy triste por esto?”, insistía el periodista, a lo que el juez contestaba, con ojos llorosos: “Sí”.
“Hay algunas particularidades que vuelven al retiro del deportista un poco más complejo que el resto de las jubilaciones que tiene que ver con la edad. En un momento en que casi cualquier otro rubro la persona se siente vital, enérgica, productiva, entre los 35 y 45 años, el deportista ya deja de tener esa fuerza o esa productividad o vitalidad, entonces siente como un doble movimiento: por un lado, energía y vitalidad propia del ciclo en cuestión, pero al mismo tiempo, dentro del entorno deportivo siente que ya no tiene tanta fuerza”, analiza el psicólogo deportivo.
Madorrán tenía 38 años cuando se enteraba de que la AFA lo desvinculaba por “aspectos físicos y evaluaciones técnicas, dentro del marco legal y convencional”. Si bien tenía un maxi kiosco con Lunati, donde contaban con algunas computadoras para cyber, y trabajaba en un programa de radio y otro de televisión, la decisión del organismo del fútbol lo devastó.
“El deportista lamentablemente se identifica con eso que hace. ‘Yo soy tenista, yo soy futbolista’ -en este caso, se le podría agregar ‘yo soy árbitro’-. Entonces, cuando deja de hacer aquello que le daba identidad, la persona se encuentra en que piensa que no es nada y cae en un vacío existencial muy profundo”, agrega Blasco.
Asimismo, recomienda: “Por eso, una forma muy importante de prevenir y trabajar este proceso de retiro es que pueda cultivar otros espacios donde su identidad también se pueda sentir valiosa. Lamentablemente, esto sucede muy poco, el deportista es muy monotemático en este sentido”.
“A mí también me cortaron las piernas”
“Siento lo mismo que Diego [Maradona] en el Mundial de Estados Unidos, creo que me cortaron las piernas”, manifestó además el árbitro tras enterarse de la drástica decisión de la AFA.
Unos meses después del despido, Madorrán decidió mudarse a Córdoba. Había vendido lo que le correspondía del negocio con Lunati y quería descansar del bullicio de Buenos Aires. A su vez, se vio impulsado por la tristeza que le había generado el corte con su pareja de siete años y el peso que le causaba hacerse cargo económicamente de sus padres y de su hermano, que padecía esquizofrenia.
Mantenía un juicio con la AFA por su despido y había pedido un crédito al banco por unos 10 mil dólares para hipotecar la casa de sus padres en su ciudad natal, Remedios de Escalada. Con el efectivo en mano, se dirigió al casino flotante de Buenos Aires para duplicar la suma.
Volvió a Córdoba el 30 de julio de 2004 y ese mismo día se suicidó en un banco de la pérgola del Parque Sarmiento de la ciudad. “No estaba bien psicológicamente, andaba muy deprimido y ya me había adelantado cuando lo echaron del arbitraje, que no tenía ganas de seguir viviendo”, declaró entonces su amigo Jorge Videla. Madorrán convivía con él y su novia. Por eso, le dejó una carta donde le contaba sobre la decisión que había tomado.
“Ser árbitro era su vida, su pasión, y al frustrarse esa posibilidad, la última alternativa era el negocio que pensaba emprender acá. Al ser asaltado y perder ese dinero, ya no tuvo razones para seguir adelante”, añadió Videla.
Un cambio de paradigma
Por último, el psicólogo deportivo reflexiona, en relación con los ejemplos recientes de Osaka y Biles: “El deportista empieza a tener más voz reclamando la necesidad de ser contemplado en su dimensión personal, poniendo de relieve diferentes problemáticas, mostrando y asumiendo su propia vulnerabilidad. Está buenísimo porque esos héroes de época, que hoy por hoy son los deportistas, se muestran mucho más humanos y más cercanos y más reales y, al mismo tiempo, cuando ellos muestran su humanidad y su vulnerabilidad, nos permiten a nosotros hacer lo mismo con nuestra propia vulnerabilidad”.
Quizás, Madorrán necesitó que se lo escuche como ser humano y todo eso que demostraba en la cancha y en su vida por fuera del arbitraje probablemente era una forma de pedir ayuda. Su historia, como la de tantos otros deportistas, demuestran, una vez más, la importancia de la contención psicológica y de mirar a los atletas también como personas.
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