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El temor a podios femeninos dominados por intersexuales
Michael Phelps , récord de 28 medallas olímpicas, tenía por supuesto un cerebro competitivo privilegiado. Pero también un celebrado biotipo excepcional. Sus brazos abiertos, inusualmente largos y favorecidos por la hiperextensión de sus articulaciones, alcanzaban una medida mayor (2,08m) que la de su altura (1,93). Sus piernas, comparativamente cortas, eran ideales para evitar el arrastre. Y el torso enorme, totalmente desproporcionado respecto de su altura, le permitía "sentarse" en el agua. La doble articulación en sus tobillos favorecía patadas notables. Phelps tenía también un metabolismo especial. Y una fisiología casi única. Consumía apenas la mitad de ácido láctico que la media, lo que implicaba una mejor recuperación, clave para ganar oro tras oro en una misma jornada. Nadie jamás osó intervenir sobre su cuerpo. Y, mucho menos, prohibirle competir.
Grant Hackett, otro nadador notable, tiene una capacidad pulmonar más de tres litros de lo normal. Ian Thorpe calzaba 53. Sus cuadros acromegálicos asombraban, como los de muchos otros deportistas. El resistente esquiador finlandés Eero Mantyranta nació con una mutación genética que aumentó su nivel de hemoglobina casi en un 50 por ciento. Asombraron siempre los 2,29m del basquetbolista chino Yao Ming. El corazón agrandado de Lance Armstrong. La genética de los kalenjin keniatas. Las piernas largas y las fibras de contracción rápida de Usain Bolt . Y hematrocritos sospechosamente altos de ciclistas. Pero el deporte, nos dicen las autoridades, no clasifica a los atletas por brazos, piernas, fibras, ácido láctico, hematocritos ni valores genéticos atípicos. Los clasifica por sexo. Y lo hace para que también las mujeres puedan subir a podios que, caso contrario, serían monopolizados por hombres. "Discriminación positiva".
El problema se llama Caster Semenya . A partir de hoy, miércoles 8 de mayo de 2019, rige la nueva reglamentación establecida el jueves pasado por el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS). "Discriminación necesaria, razonable y proporcional", dijo el TAS. Pero "estratégica y cínicamente dirigida", añaden los críticos, porque afecta exclusivamente a Semenya. En rigor, la atleta sudafricana es discriminada desde siempre. Cuando ganaba de niña, era sometida al ritual humillante de ir al baño acompañada de delegados rivales para demostrar que no era un varón. Nació sin ovarios ni útero, y con testículos internos, que favorecen más fuerza, porque triplican naturalmente su nivel de testosterona. Caster dejó de correr en medio de los chismeríos de Limpopo. Pasó a ganar Juegos Olímpicos y Mundiales. Hasta que fue acusada por sus rivales. "Es un hombre". "Soy mujer –respondió Semenya– y soy rápida".
Su última victoria, en Doha
Madeleine Pope, una de sus vencidas, cambió de opinión casi una década después, cuando profundizó sus estudios de sociología. Hoy dice que la regulación del TAS por testosterona elevada es "obsoleta e indefendible". Cuenta que entrevistó a atletas, entrenadores y dirigentes y que quedó sorprendida por tanta ignorancia y negación para confrontar "la noción simplista de que el sexo es binario y la testosterona es injusta". El deporte de alta competencia es inevitablemente discriminatorio. Y nadie objeta que a mayor testosterona Semenya corre con ventaja. "No hay manera de resolver el dilema moral sin que alguien termine perjudicado", aceptó un especialista. Semenya es imbatible en los 800m, pero sus marcas están lejos de los mejores registros masculinos. Sus ventajas no difieren de las que tenían Phelps y muchos otros. Hombres.
Semenya, hoy de 28 años, se sintió siempre mujer. Negra y lesbiana, el deporte, como a muchos otros, le sirvió de refugio para su cuerpo "estilo masculino", muchas veces humillado. Pero el deporte avisa ahora que le teme a podios femeninos que puedan ser dominados por intersexuales. Usa a la ciencia, limitada, para definir qué es una mujer. El fallo del TAS, que seguramente será apelado, dijo algo aún peor: que si Semenya quiere seguir corriendo, deberá medicarse para reducir su nivel de testosterona. Semenya afirmó que no lo hará. ¿Será la Harrison Bergeron del cuento de Kurt Vonnegut, la adolescente que se rebelaba al control de igualdad social?
"¿Cómo podría alguien –se preguntó la periodista Gaby Hinsliff– emerger sin cicatrices ante un repudio tan insoportablemente público de su cuerpo e identidad?". "Cuando se le pide a un grupo de personas que vigile el cuerpo de una mujer –agregó Nadia Neophytou–, el tema se convierte en un problema de derechos humanos". ¿No dice acaso la Carta Olímpica, en su punto 4, que "la práctica deportiva es un derecho humano", sin discriminación "de ningún tipo"? ¿Qué es competir en igualdad de condiciones? "¿Por qué Michael Phelps fue tratado como una maravilla y Semenya como un mutante?", se pregunta Monica Hesse.
Semenya hizo más preguntas esta semana en la TV: "¿Será más fácil para tí si no fuera tan rápida? ¿Será más sencillo si dejo de ganar? ¿Estarías más cómodo si estuviera menos orgullosa?". Es un comercial de Nike. La atleta termina diciendo "Just do it Caster Semenya".
Nota del autor:
El milagro comenzó a construirse acaso el sábado pasado. Faltaban cuatro minutos para el final y el empate 2-2 en campo de Newcastle dejaba a Liverpool casi sin chances de ganar la Premier League. "¡Vos no! ¡Tiralo vos!". Virgil Van Dyjk, imperial, ordenó a Trent Alexander Arnold que el tiro libre desde la derecha fuera ejecutado por Xherdan Shaqiri, zurdo. Acierto y triunfo 3-2. Confirmación de equipo bravo, pero también lúcido. De que aún extenuado y con bajas podía repetir su buena actuación colectiva de la ida. No rendirse jamás.
Nunca imaginé, sin embargo, que al día siguiente se repetiría la sorpresa de la Champions League pasada. Que Barcelona , sin Lionel Messi fino, terminaría pareciéndose otra vez a una selección argentina. Sin reacción anímica. Sin Champions. Regalando tan infantilmente el último gol. Y que Anfield, merecido, terminaría celebrando con su himno: "Nunca caminarás solo". .
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