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“Mi papá era híper futbolero. Me compraba de todo, lo mejor. Botines, camisetas, pelotas. Pero para mí el fútbol no era un lugar cómodo. Sentía que yo no jugaba bien. No era el deporte que quería. Yo deseaba patinar, jugar al elástico, ir a nadar o quedarme dibujando. Pero empecé y llegué hasta la cuarta división de Juventud Antoniana. Lo hacía porque era de hombre, porque papá me lo decía. Ahora ya no. Ahora juego por otra cosa”.
Jorge Liquin es uno de los integrantes de Todo lo que está bien (TEB), un equipo gay de Salta, y no olvida sus padecimientos antes de llegar a ese grupo. “En Juventud Antoniana, en los vestuarios, portaba timidez. No era tan natural desvestirme delante de otros varones. Tenía miedo que se dieran cuenta de que era homosexual. Era tortuoso. A veces ni entraba al vestuario y me iba directo a casa. No puede ser que todavía haya en el fútbol personas que teman que no las acepten, que las tomen de punto, que piensen que tienen que dejar de jugar por ser lo que son”, expresa a sus 39 años.
No era tan natural desvestirme delante de otros varones. Tenía miedo que se dieran cuenta de que era homosexual.
TEB no es el único equipo gay de fútbol del país. Desde que en 1998 Los Dogos se convirtieron en el primero de América Latina, cada vez hay más colectivos que se congregan. Lo hacen como la contracara de un deporte que, en sus códigos y canciones de cancha, en los ritos de vestuario y todavía en los enfoques que a veces se siguen observando desde algunos medios, rechaza a quienes no son heterosexuales.
El arquero Nicolás Fernández jugaba en la Liga regional pampeana, en Belgrano, cuando en 2020 apareció para, desde la quinta categoría del fútbol del país, avisar que se podía tener otra elección sexual y ser futbolista. “Cuando en la cancha me gritan ‘puto’, me doy vuelta y me río”, dijo aquella vez. Había publicado una foto con su pareja en las redes sociales el Día del Orgullo.
El inglés Justin Fashanu fue el primer jugador negro en ser vendido por un millón de libras en su país, en 1981, al pasar al Nottingham Forest. En 1990 dijo públicamente que era gay. Ya no jugaba en primera. En Estados Unidos, donde se había mudado, un adolescente de 17 años lo acusó de abuso sexual. En 1998, cuando tenía 37 años, se suicidó. Más tarde se comprobó que la denuncia había sido falsa.
¿Qué sucede en el fútbol que dentro de un mundo diverso no parece tener pluralidad? ¿Por qué se exige un tipo de masculinidad? ¿Y por qué hay equipos gays?
Las cifras son contundentes: de los más de 20 mil futbolistas de Primera que tocaron la pelota desde la profesionalización en 1931, ninguno dijo -pudo decir- ser gay.
“El mundo del fútbol grande resulta expulsivo si no sos hetero -afirma Liquin-. Hay mucha discriminación. Y bueno, TEB es además de un espacio deportivo, social y cultural, un lugar donde compartir cuando la sociedad lastima”.
Desde Salta, Liquin, hoy licenciado en relaciones internacionales y parte del equipo técnico de la coordinación de enlace y relaciones políticas del gobierno de la ciudad de Salta, remarca que la propuesta es construir un fútbol distinto, con más respeto y más aceptación. “En la cancha siempre queremos ganar. Vamos a divertirnos y a no excluir a nadie por cómo juegue. Queremos que el fútbol sea un derecho para todos y no solo para algunos. Que no dependa de qué te guste hacer con tu vida”.
En Rosario, entre el 13 y el 15 de febrero se disputó un torneo deportivo por la inclusión. Organizado por Yaguaretés (un equipo de diversidad que tiene también fútbol 5, básquet y vóley), Dogos Natación y el equipo de rugby Quimeras de la misma ciudad, contó con la participación de 11 provincias y convocó a 710 deportistas. Además de Yaguaretés, TEB y Dogos, hubo equipos gays de distintos puntos del país: Carpinches (Paraná), Defensores (Buenos Aires), Unides (CABA), Zorres (Mar del Plata), Osos (CABA), Monarcas (Tucumán) y Transsocker (Buenos Aires).
“El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo”, dijo alguna vez Lohana Berkins, pionera en la lucha del colectivo travesti-trans, la primera en conseguir un empleo estatal y en ser candidata a diputada nacional. La copa del torneo llevó su nombre.
Los Dogos, pioneros
Bernardo “Tato” Vleminchx es defensor central, tiene 36 años y se incorporó a Dogos a fines de 2014. Se había mudado desde Villa Constitución, Santa Fe, a Buenos Aires para estudiar y trabajar. Un amigo lo invitó al equipo, fue a probar y no se fue más. “Implica tener otras causas además de las futbolísticas. Militamos las luchas de la comunidad LGBTIQ+, participamos de las marchas del orgullo, estuvimos en las movilizaciones para la aprobación de las leyes de matrimonio igualitario o de cupo laboral y en cuestiones de derechos humanos”, cuenta.
Los Dogos compitieron en infinidad de torneos en el país y en el exterior, tienen equipo de fútbol 11 y se entrenan regularmente. Fueron campeones en 2007 del Mundial Gay que se disputó en Buenos Aires y participaron de los Gay Games -los Juegos Olímpicos organizados por la Federación Gay Games- representando al país en Ámsterdam 1998, Colonia 2010 y París 2018. Hoy son 27 integrantes de distintas identidades.
La llegada de Vleminchx al equipo fue un paso para escribir su propia historia: su familia no sabía que era gay, pero cuando arribó a Buenos Aires pudo conversarlo con su entorno. Dice que se sacó un peso de encima. Y que por fin encontró un lugar de encuentro con compañeros que tienen experiencias similares.
“Se generan estos espacios porque en los clubes y en los grupos deportivos todavía hay discriminación. El día que nuestra sociedad cambie quizá los Dogos o los Ciervos Pampas (un equipo de rugby) no existan más. Significará que somos todos iguales y que no importa lo que te guste. Pero lo veo muy lejano. Hoy hay mucha discriminación y en el fútbol, más”, sostiene.
Lateral derecho devenido central, Vleminchx relata que en algunos torneos se chocaron con el rechazo. “Uy, mirá, jugamos contra los putos”, es una de las frases que se cansó de escuchar.
“El fútbol argentino es el deporte más homofóbico que existe. Hay un tabú -opina-. Son muchas las cosas que hacen que los jugadores no se puedan expresar. La dirigencia, las tribunas, lo que pasa cuando están en el partido y lo que les gritan desde la hinchada. Y nadie piensa cómo le va a afectar eso a ese jugador. La barra brava te insulta cada vez que tocás una pelota. Acá en la Argentina es muy difícil salir del clóset siendo un profesional activo. Está en juego tu trabajo y tu vida personal”.
Son muchas las cosas que hacen que los jugadores no se puedan expresar. La dirigencia, las tribunas, lo que pasa cuando están en el partido y lo que les gritan desde la hinchada.
Vleminchx remarca que los avances de los feminismos contribuyeron a que haya algunos cambios. Cita los ejemplos de las áreas de género en los clubes y las modificaciones que se hicieron también en otros deportes. Dice que hay que actualizar la Ley federal del deporte y destaca a quienes se animaron a cuestionar la heteronorma desde el alto rendimiento, como el jugador de vóley Facundo Imohff, Sebastián Vega en básquet o Vittorio Rosti en rugby. “Eso ayuda a que otros puedan dar el paso. Es insólito que en 2021 tengamos que aclarar que no es una enfermedad”, remata.
Es insólito que en 2021 tengamos que aclarar que no es una enfermedad.
El silencio
Además de aportar su opinión como doctor en Comunicación e investigador del Conicet, Juan Branz jugó en las inferiores en Estudiantes de La Plata y en primera división en Cambaceres. Coincide en que el fútbol masculino está parado bajo el paradigma de la heterosexualidad. “Porque sus mitos, tradiciones, creencias y, por supuesto, su práctica efectiva la modelaron los varones bajo el mandato de la heteronormatividad. Esa cultura de los clubes y el potrero, además, debe obedecer a una idea de varón particular: pícaro, sinvergüenza, atrevido, desfachatado, aunque también debe ir ‘al frente’ cuando la adversidad de la competencia lo requiere. ¿Cómo? ‘Poniendo la pata’, marcando con coraje y fuerza. Esto último se certifica con el cuerpo. No hay otra forma”, plantea.
Para Branz, que es autor del libro Machos de Verdad, los varones afuera de la cancha tienen que dejar testimonio de que son “machos”. “La norma, lo que te deja adentro o te expulsa, es que te debés vincular sexualmente con mujeres. Por eso es una norma. Hay que respetarla. El fútbol es centralmente homofóbico. Y no importa si hay jóvenes varones que desean a otros varones. Eso será silenciado. El silencio es central para sostener la heterosexualidad, mientras no se muestre ni se exhiban deseos hacia otro varón, no hay inconvenientes. Y esto, para muchos chicos que comienzan a jugar, además de ser una prescripción, es un problema. En el fútbol no podrán hablar ni vivir con libertad su sexualidad”, sostiene.
No importa si hay jóvenes varones que desean a otros varones. Eso será silenciado.
Estigma
Desde el Estado empezaron a llevarse adelante políticas para derrumbar viejos engranajes. La Secretaría de Deportes de la Nación impulsó durante 2020 un curso de Género y Deporte para instituciones deportivas, que fomenta la reflexión y transformación de ciertos hábitos para terminar con la violencia de género. Como era autoadministrable, cualquiera podía realizarlo desde donde quisiera. En el ámbito futbolístico, los cambios parecen ir a un ritmo más lento.
¿Por qué en otros deportes o incluso en la rama femenina del fútbol la exigencia de heterosexualidad no pareciera ser una regla? Branz considera que en otras disciplinas las iniciativas de pluralizar, democratizar, en relación a su condición mixta o sus formas de coordinar las prácticas de niños y niñas, otorgan oxígeno para pensar espacios libres de homofobia. “La exigencia que hay con el fútbol como espacio cultural tan significativo en la modelación histórica de los varones, y convertido en mercancía mediática, por ahora, no deja demasiado lugar para otra forma de vivir y sentir la sexualidad”, dice.
Cuando Leonardo Di Lorenzo jugó en Temperley -hoy es el director deportivo del club- le hizo frente a la opresión: “El tabú más grande y el más difícil de romper en el fútbol es el de la homosexualidad, porque está en el relato diario. Cada dos palabras está el ‘puto, cagón, se bajó los lompa´. Me pregunto, ¿cómo hace un pibe para decir ´yo soy gay´? Es imposible, no pasa”, indica.
Me pregunto, ¿cómo hace un pibe para decir ´yo soy gay´?
Liquin mira especialmente aquel lugar donde todo se potencia: asegura que el vestuario aparece rodeado de mitos cuando pretende hablarse de homosexualidad. “Hay como un estigma gay que hay que erradicar porque nos asocian con la noche, la prostitución, la droga, la promiscuidad, el HIV. Esto demuestra que la idea es ofender al otro, supuestamente distinto. Herirlo, menospreciarlo. Me parece patético”, concluye.
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