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El suizo que ayudó a Trungelliti a denunciar: "En Sudamérica, los arreglos de partidos son un problema social"
Joss Espasandin tiene 29 años. Nació en Nyon, una ciudad del cantón suizo de Vaud. Creció jugando al tenis, proyectando una carrera destacada y soñando con tratar de emular –al menos un poco– las imágenes que seguía por TV de Roger Federer y de Stan Wawrinka. Sin embargo, su mejor ranking individual de ATP fue 651º, en 2012; no logró cruzar la barrera de los Challengers y los Futures, la segunda y tercera categoría del tenis profesional. Entre 2007 y 2013 vivió, en distintos períodos, en la Argentina. "Siendo muy joven me entrené con un argentino que había sido bueno en juniors, Gustavo Díaz (622º en 1996), que venía a Suiza en los veranos y después se volvía a su país. Y a los 17 años me fui con él porque en Suiza era difícil encontrar gente de mi nivel para entrenar y en la Argentina había por todos lados. Me gustó el método de entrenamiento que tenían; lo hacíamos en la zona oeste", le detalla Espasandin a LA NACION, desde Aubonne, el pueblo donde vive. Se retiró en 2013: "Me había imaginado mi carrera de una manera y como no fue por ese camino, se me fueron las ganas, me quedé sin fuego interior". Casado con una argentina, hoy trabaja en la empresa de electrodomésticos del padre y su vínculo con el tenis se sostiene solamente con los Interclubes (juega para el club Nyon). Claro que Espasandin, asimismo, fue una pieza muy importante en la denuncia de intento de soborno que hizo Marco Trungelliti en 2015 y que terminó con tres jugadores sancionados (Patricio Heras, Federico Coria y Nicolás Kicker). El helvético era amigo del santiagueño y, con buen dominio del inglés, lo ayudó a escribir el correo electrónico enviado a la casilla confidencial de la Unidad de Integridad en el Tenis (TIU).
–¿Cuándo y cómo conociste a Trungelliti?
–En 2007, en un torneo junior en Mar del Plata, en el Club Náutico. Jugué contra él en la qualy de un G2. Yo estaba con diez raquetas en el bolso, patrocinado, todo preparado de arriba abajo. Pero el tipo vino con una raqueta sola y me cagó a palos (sonríe). Todavía me acuerdo que cortó cuerda, pidió otra prestada y jugaba igual. No lo creía. Eso me generó simpatía por él. Yo no hablaba mucho con los chicos, pero lo respeté mucho. Y me acordé de su nombre siempre. Después, en el 2012, jugamos en un Future en Santiago del Estero; perdí en tres sets. Después del retiro, el club donde juego buscaba tenistas para los Interclubes y ahí lo llamé. Entré en contacto y vino a jugar ese año con Federico Coria. Pegamos muy buena onda, lo ayudé con un par de cosas y así construimos la relación.
–Trungelliti reveló, en febrero en LA NACION, que a los pocos días de recibir la propuesta de una organización de arreglos de partidos y apuestas viajó a Suiza para entrenarse con vos. ¿Qué recordás del momento en el que te contó lo que le había sucedido en Buenos Aires?
–El tema es que yo estuve mucho tiempo en la Argentina, era discreto, pero muchos pensaban que, como no hablaba muy bien el español, no entendía un carajo y era un boludo. Entonces, algunos jugadores y entrenadores hablaban barbaridades adelante mío. A Marco ya lo había advertido de algunas personas que yo sabía que estaban con cosas oscuras. Cuando me avisó que lo habían citado para ofrecerle un sponsoreo, le dije: ‘Tené cuidado’. Y le pregunté qué tipo de patrocinador era: si pagaba, si invertían en él y tenía que devolver, como hacen en la Argentina, o si le pedían tirar partidos. Él no sabía nada, ni enterado estaba y me dice: ‘¿Cómo?’. Eso fue antes de su reunión, yo estaba en Suiza y hablamos por teléfono. Él era inocente en todo ese mundo. Fue a la reunión, volvió muy asustado, me llamó y me dijo: ‘Tenías razón. Me ofrecieron arreglar partidos’. Y a partir de ese momento le dije que lo mejor que podía hacer, si tenía pruebas de mensajes y llamadas, era denunciarlos.
–¿Cómo siguió todo a partir de allí?
–Cuando Marco llegó a Suiza estaba mal, pero decidido. Entonces lo ayudé a preparar el e-mail para que enviara a la TIU, ya que él todavía no sabía escribir muy bien en inglés. Le dije que si le gustaba el deporte no dejara que esa gente oscura siguiera haciendo algo que estaba mal y los denunciara. Él no iba a poder influir en nada, ya que la investigación y la sanción quedaba en manos de la Justicia, de la TIU y de las organizaciones involucradas. Pero él debía hacer su parte, y lo hizo. Yo seguí el caso de cerca; inclusive, estuve en la lista de personas que debieron declarar en los juicios ante la TIU, por oral y escrito. Solo tuve que confirmar que Marco me había contado lo que había pasado. A mí me citaron para los juicios a Heras y a Kicker, a quien yo conocía y me dolió lo que le pasó con él, porque conocí a su padre y a su familia y sé que son gente de primera. Con Kicker entrenamos mucho en la zona oeste, él es de ahí y yo vivía en Castelar. Nos cruzábamos seguido y hasta viajamos juntos a varios Futures. Pienso que estuvo mal influenciado por alguien.
–A vos te ofrecieron arreglar partidos?
–No. Nunca. Quizás no lo hicieron por mi forma de ser o porque sabían que no tenía necesidades económicas. Estoy en contra de los arreglos y me peleé con entrenadores por eso. Para mí, en Sudamérica, porque no es solo es en la Argentina, sino que hay en Brasil, Ecuador, Chile..., el de los arreglos es un problema más social que de necesidad. Yo tuve discusiones con un entrenador al que le dije que tal día iba a dejarme perder mi partido de dobles porque me tenía que ir a otro torneo para jugar en singles y me dijo: ‘Ah, ok, voy a llamar a mis amigos para que apuesten’. Y le corté el mambo, lo mandé al diablo. Y el tipo me dijo: ‘¿Pero cuál es el problema? Es plata fácil’. El problema está ahí: que es plata fácil. Yo me tenía que ir a otro torneo donde jugaba la qualy de singles y no podía quedarme en el dobles porque me perjudicaba. Él contaba con esa información, cuando en realidad era algo privado y sin embargo iba a comentarla. Era algo que quedaba en mi conciencia, porque lo hacía por necesidad, el dobles no era mi objetivo. Ese entrenador, que prefiero no nombrar, me preguntó cómo iba a llegar al otro torneo, entonces le dije. Ahí cortamos la relación, lo amenacé, pero le dio igual, eso es lo que me pareció una cosa de locos. Me enseñaron que la plata fácil es igual a la plata robada o ilegal.
–¿Nunca te tentaste con arreglar un partido?
–No. Jamás.
–¿Qué es lo más impactante que viste al respecto?
–He visto maletas con dinero en vestuarios, cosas de otro mundo. En los Futures, cuando jugaba en Rumania o en otros países de la zona, los apostadores arreglaban con los jugadores ante los ojos de todos, se iban, después terminaba el partido y volvían al vestuario con el fajo de plata. Lo he visto en países como Rumania, España, Italia. También en Suiza. A veces veía a tipos que parecían escapados de una película de mafia, que se juntaban con un jugador en el bar del club, se levantaban por unos minutos a hablar afuera y dejaban los celulares en las mesas. Las primeras veces me pareció raro, pero después me di cuenta que era para asegurarse de que nadie los escuchara ni tuviera grabaciones.
–¿Y en Sudamérica qué observaste?
–Más que visto, he escuchado a un montón de jugadores hablando sobre el tema. Creo que allí tienen más cuidado para cobrar el dinero; la entrega, generalmente, era afuera del club, en el hotel o en un shopping.
–¿Cuánto fue lo máximo que escuchaste que alguien ganó por dejarse perder un partido?
–Lo máximo fueron 100.000 dólares, por un partido de Grand Slam. Creo que hay mucha más gente detrás de esto y hasta jugadores top que no esperamos. Los mejores rankeados que arreglan están vinculados con mafias más pesadas. Otro gran problema es que hay una zona gris, un vacío legal entre las federaciones y la Justicia de los países.
–¿Qué recuerdos te quedaron de la Argentina?
–Era mi base y viajaba a todos lados desde allí. El país me encanta, la gente menos. Pero no son todos iguales. Yo entrenaba, escuchaba mil cosas, decían: ‘Este boludo no entiende, es una tumba’. Pero este boludo sí entendía. Yo hacía la mía en el club, pero eso, en parte, me cansó, me quemó la cabeza. Muchos jugadores se cagaban de risa de lo que hacían. Nunca terminé de entender cómo podían hablar de eso tan libremente en la terraza de un club. Pueden creer que es fácil hablar porque soy suizo y nunca tuve problemas económicos en comparación con los argentinos, pero el fraude va más allá de la necesidad para desarrollarte. Hay maneras de ganar dinero en el tenis, como jugando Interclubes. Y otro gran problema son los entrenadores que meten a sus jugadores en los arreglos. Eso es repugnante. Lamentablemente hay jugadores que no tienen dinero para pagarles a los entrenadores y lo hacen dejándose perder los partidos que ese mismo entrenador les indica. Pasa muchísimo. Lo que yo no entiendo es que Marco haya sufrido hostilidad por parte de algunos colegas, pero es parte de un problema de sociedad. Perdón, pero en Argentina hay mucha corrupción.
–¿Celebrás lo que generó la denuncia de Marco?
–Sí. Jugadores activos y retirados se refirieron al tema, pero deberían hacerlo muchos más. Los protagonistas tienen que hablar más sobre esta enfermedad.
–¿Ponés las manos en el fuego por Trungelliti?
–Sí. Las dos manos.
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