Disimulado en un microcentro donde la cotización del dólar vuelve a robarse las miradas de todos, hay un rincón que hace las veces de doble oasis. Lo es porque allí no hay bocinazos ni histeria teñida de verde, y lo es porque en ese rincón porteño el tiempo no sólo se detuvo: retrocedió. Tan especial es el lugar, que allí todo suena posible: tener un huso horario propio, vestir solo de blanco, no aceptar mujeres como socias, imponer como regla que todos se saluden e ilusionarse con un viaje de confraternización a las Malvinas.
El "Squash Club", exquisito secreto que comparten unos pocos en Buenos Aires, se resumen en dos canchas, 180 socios y fotos que confirman que por alí pasó gente muy importante.
"Tenemos hora propia", dice sonriente Juan Luis Basombrío, al explicar por qué el reloj del vestuario atrasa cinco minutos. Se busca lograr que nadie sienta que llegó tarde, que todos pongan el pie en la cancha con el minutero marcando la hora en punto. Una manera de combatir el stress.
Basombrío es uno de los miembros más activos de una entidad que respira sabor británico: cuando se examina la placa con los presidentes del club desde 1929, año de su fundación, hay que recorrer varias décadas hasta encontrar un apellido que no remita a las islas. Tan británico es el club, que la condición para entrar a jugar es vestir completamente de blanco. Como en Wimbledon, pero en squash.
"No es que todos seamos honrados, pero los lockers no tienen candado", añade Basombrío, que desgrana otras particularidades del club. "No podés entrar a este club y no saludar a todos, buscamos que no se usen los celulares en las mesas y tratamos de que no se hable de negocios".
Mario Santarelli, presidente del club, ahonda en ese espíritu: "Las mesas son para todos, aunque no seas amigo de un socio, te sentás junto a él. Esto es un club de hombres, un club de amigos, por eso es que desde 1929 siempre hay lista única cuando llegan las elecciones".
El Duque de Kent visitó en 1931 el club y jugó con sus miembros. Muchas décadas después, otro Kent, en este caso Mark, el actual embajador británico en la Argentina, es socio honorario. Jonathan Power, años atrás el número uno del squash mundial, jugó en tres ocasiones diferentes en el selecto reducto de la calle Florida. Un lugar inimaginable para cualquiera que camine la peatonal más famosa de Buenos Aires. ¿Cómo imaginar que allí, escaleras arriba, hay un club de squash? Quizás por eso, justamente por eso, el lugar atrae a gente de poder y dinero que encuentra en sus instalaciones un momento de tranquilidad y discreción. Son socios, entre otros, Paolo Rocca, Cristiano Ratazzi o Facundo Gómez Minujín.
Es precisamente Gómez Minujín, presidente de ArteBA y hombre clave del JP Morgan, el impulsor de una de las tradiciones más interesantes del Squash Club: los viajes al exterior. Una veintena de miembros se junta cada año para encarar un viaje que los lleva a competir en el exterior. Han jugado en Río de Janeiro, Lima, Asunción o Montevideo. En 2017 el viaje fue a Londres y este año será a Bogotá, aunque el plan original era mucho más audaz y ambicioso: los socios del Squash Club querían desembarcar, raqueta en mano, en las Islas Malvinas (ver recuadro).
El programa de la gira de 2017 por Londres es una muestra del exquisito cuidado por el detalle que tienenonen estos amantes del squash. La gira comenzó con partidos en el Oxford & Cambridge Club, fundado en 1972 gracias a la fusión de dos clubes creados en 1821 y 1830. Además de una recepción en la embajada argentina en Londres, la gira de junio de 2017 continuó con partidos en dos sedes diferentes del Royal Automobile Club y en el Roehampton Club, un lugar que todos los años es sede de un importante torneo juvenil de tenis previo a Wimbledon. Pese a tanta prosapia y tradición, el Oxford & Cambridge Club le otorgó en 1996 la membresía plena a las mujeres. Eso está lejos de suceder en el Squash Club porteño. "Acá no entran las mujeres, sólo una vez al año para la fiesta de fin de año", admite Santarelli, aunque varias de las mujeres de los socios viajaron como acompañantes a la gira británica. La otra ocasión en la que hombres y mujeres se mezclan con la excusa del squash es en la cena de fin de año, un gran asado en la planta superior, que da a la calle, y en la que los socios pueden demostrar lo que a algunas de sus parejas podría sonarles sencillamente inverosímil: sí, es un club de squash y allí se ven todas las semanas.
El squash es hoy un deporte claramente minoritario en el país, eso es un hecho. Tras el boom de los ‘80, quedan unas 50 canchas en todo el país. Dos de ellas están en la calle Florida. Y en el Squash Club están convencidos: son incomparables.
El sueño de jugar en las Malvinas
"No queremos ir a Brasil a decir ‘las Malvinas son argentinas’, explica Santarelli, el presidente del Squash Club. "Pero tampoco queremos ir a hacer turismo, queremos ir y jugar al squash con los isleños". Santarelli buscó sensibilizar a Mark Kent, el embajador británico. "Conozco a la gente del club, fueron al Reino Unido el año pasado, son buena gente", dijo Kent a LA NACION. Pero hoy no alcanza con eso. Cuando LA NACION consultó a los isleños acerca de las intenciones del club presidido por Santarelli, la respuesta fue tajante: "Hoy solo tenemos una cancha de squash. Por muchos años tuvimos dos, pero necesitábamos el espacio para ampliar el gimnasio -explicó Roxanne King-Clark, secretaria de la federación malvinense de badminton-. Puedo asegurarles que la comunidad local no tendría absolutamente ningún interés en una visita del Squash Club de Buenos Aires. Nada contra ellos, pero hasta que el gobierno argentino no deje de acosarnos, visitas como éstas no serán bienvenidas"
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