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El respeto de la Generación Dorada, esa imperfecta perfección
Siempre son elogios y loas. Una y otra vez. Ya se ha dicho todo de la Generación Dorada. O casi todo. Y de Manu Ginóbili, también. ¿Acaso ese equipo fue perfecto? Eso es lo que se escucha. La gesta de un grupo de amigos (como ellos mismos se autodenominan), que ganaron y perdieron, pero marcaron una época, se convirtieron en ejemplo.
¿Nunca hubo peleas entre ellos? ¿Ninguna diferencia? Nunca las escuchamos en público. Pero eso no quiere decir que no hayan existido. Un gran equipo debe reunir muchas virtudes para ser sólido. Talento, trabajo, unidad… lo de siempre, seguro. El respeto entre sus integrantes, más allá de las diferencias, es fundamental.
Muchos entrenadores, en cualquier deporte, dicen que las peleas internas pueden fortalecer a un grupo. Y esa fortaleza depende de que los problemas se resuelvan puertas adentro, que no salgan a la luz elementos innecesarios.
Ese pacto fundamental que tantas veces se rompe. O que se revela cuando la juventud se esfumó. Cuando la vida del deportista se termina y viejos recelos o rencores se exponen porque la razón que motivaba el secreto, el equipo, ya no existe más.
A veces el tiempo permite ver que lo que parecía perfecto, no lo era en realidad. Hay muchos ejemplos.
En el entretiempo del partido entre Cleveland y San Antonio, ahí estaban varios jugadores reunidos. Uno sentado al lado del otro. Fabricio Oberto, Luis Scola, Andrés Nocioni, Alejandro Montecchia, Pabo Prigioni, Pepe Sánchez y Gabriel Fernández. Gente muy diferente, de formaciones completamente distintas. Disfrutaron grandes momentos, tuvieron grandes peleas. Con carreras que tomaron caminos opuestos. Con historias que sólo ellos conocen. Con personalidades disímiles.
Con motivos para creer que después del juego, ya no habría nada para compartir entre algunos de ellos. No se trata de jugar al misterio. Varios son amigos entre sí, pero otros no. Es lógico que así sea. Luis Scola viajó desde China para estar. Pablo Prigioni solicitó permiso para faltar en un partido fundamental de Brooklyn, donde es asistente. Para estar juntos otra vez, como cuando ganaron la medalla de oro. O como cuando la perdieron. Juntos, por respeto. A Manu Ginóbili. Al legado que representa la Generación Dorada. A la historia que les pertenece. Al momento único e irrepetible para el deporte argentino. Aceptar los enojos y dejarlos de lado por un rato. Controlar el ego por un bien mayor. Sin objetivos deportivos por delante. La madurez de la Generación Dorada ofreció otra noche para la emoción y la sorpresa. Que nunca se termine.
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