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El renacer de Molinari después de un año de fuertes emociones
“Quiero que el año se termine porque necesito descansar. Fueron demasiadas emociones encontradas”, le contaba a LA NACIONFederico Molinari en los últimos días de diciembre pasado. Después de tres años, volvió a estar nominado a los premios Olimpia, y lo ganó. Fue el último trago dulce después de un 2017 que jamás olvidará. Nació su segundo hijo, Ciro, pero también, a los 80 años, murió su maestro, el entrenador ruso Vladimir Makarian. ´Valo´, que llegó en la década del 90 a la Argentina para ayudar a la selección argentina, se hizo fanático de River, convirtió al Cenard en su casa y a sus alumnos en su familia. Se quedó por siempre y sembró un legado que todos le reconocen. Molinari y sus colegas impulsan un homenaje póstumo: bautizar con su nombre al gimnasio del Cenard.
“Ojalá que se nos dé, que se nos conceda el deseo de tener el gimnasio con su nombre. No hubo persona que haya pasado más tiempo dentro de ese lugar que él”, afirma el gimnasta de 33 años. Con un ejemplo del último año de vida de Makarian, resume el legado de su coach ruso: “En el mes de agosto salió de la clínica con ganas de volver al gimnasio. Lo llevé prácticamente a upa para llevarlo a la silla que él usaba en el gimnasio. Se sentó ahí, miró el entrenamiento. Es un ejemplo para todos los jóvenes: cuando uno ama algo es muy importante ver estos casos. No tenía necesidad de seguir dando clases y trabajando. Se podría haber jubilado. Y sin embargo, eso era lo que amaba y hasta las últimas consecuencias él quería ir al gimnasio. No quería faltar ni un día por nosotros. Es lo principal que él me enseñó. Traemos ese legado y esa línea de trabajo que él nos enseñó para que a nuestros alumnos le llegue algo de él”. En septiembre, ´Valo´ falleció.
Makarian, que nació en 1938, sobrevivió al sitio de Leningrado (actual San Petersburgo) durante la Segunda Guerra Mundial, quedó huérfano y se crió en un orfanato. Siempre contaba que a los 9 años ya fumaba y que la gimnasia lo salvó. “Dejó su vida por la gimnasia y por la gimnasia argentina”, apunta Molinari. Y en cuanto a lo técnico, su discípulo destaca el rigor de su entrenador: “El legado también tiene que ver mucho con la disciplina y con la técnica rusa para entrenarse. La escuela rusa de los 80 estaba obsesionada con la buena técnica”.
Molinari, que todavía se mantiene vigente y combina su condición de atleta con el de entrenador, vivió un año particular desde lo deportivo. En 2016 pensó en su retiro pero creyó que podía volver a estar en la primera plana del nivel continental de la gimnasia. El año pasado se volvió a subir a lo más alto del podio en el Panamericano de Lima y en el Sudamericano Cochabamba en anillas. Es la primera vez en su carrera que logra hacerlo en el mismo año. “Haber estado el año pasado al borde de retirarme y este año volver al podio de Sudamérica, me hizo sentir que tiene un valor enorme y que todavía se puede. Y que hay que valorar muchos esos momentos porque no se sabe cuándo va a ser la última vez que se te cuelgas de unas anillas”, advierte. El sabor amargo para él fue el Mundial de Canadá, adonde viajó pocos días después de la muerte de Makarian y en el que padeció problemas físicos. “Me di cuenta que me faltaba un poco, ese plus que tenés que tener para pelear una medalla en un campeonato del mundo”. En los últimos meses había acompañado en la clínica a su mujer - por el nacimiento de su hijo - y a su entrenador por enfermedad. Y eso golpeó su cuerpo. “Todo se fue acumulando y explotó por ese lado”, razona.
Además de continuar con la escuela que fundó y que comenzó en Don Torcuato – ahora su sueño se ensancha porque firmó un convenio con una importante cadena de gimnasios- Molinari encarará el 2018 en su doble función. Compartirá la selección mayor con su discípulo de 17 años, Julián Jato, una de las mayores promesas de la gimnasia argentina. “Es un sueño que tenía. Poder competir en la selección con mi alumno. Algo casi inédito. Le llevo 16 años. El tiene 17”. Me pondré nervioso por dos. Por mi competencia y por la de él”, se entusiasma el finalista de los Juegos Olímpicos de Londres.
Los desafíos de este año son el Prepanamericano en Lima, que es clasificatoria para los Juegos Panamericanos Lima de 2019, los Juegos Odesur de Cochabamba y el campeonato del Mundo en Doha (Qatar). Este último torneo es clasificatorio para el Mundial de 2019 de Stuttgart (Alemania), que a su vez brindará tickets para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Molinari, que por una lesión quedó fuera de Río 2016, admite que los próximos Juegos no están en su mira: “Lo veo muy lejano y muy difícil por cómo está mi cuerpo. Tendría que volver a hacer las seis disciplinas y no creo que pueda. Sí me queda una luz de esperanza de ganar una medalla en unos Juegos Panamericanos”. Y añade: “Para Tokio tengo la ilusión de que Julián pueda lograrlo. Y yo lo podría acompañar muy bien como su entrenador”.
Pero todavía falta para esa meta. El maestro, que también es un deportista que piensa en 2018, se ilusiona con disfrutar su última etapa como atleta: “La nafta en el tanque todavía está y hay que hacer las cosas bien para poder estar óptimo, pero se puede. Todavía estoy competitivo en el nivel de los mejores de América”, celebra.
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