El Pipa merecía su premio

BRASILIA.- Tenía que ser del Pipa. Tenía que ser del 9. Tenía que ser un día argento, después de 24 años. No se nos podía escapar. Y los jugadores lo sabían, lo sentían. Querían romper la racha, esa maldición de cuartos que goteaba sin parar en nuestro orgullo de bicampeones del mundo que se quedan a las puertas de la última semana, la más linda, que finalmente disputaremos.

Hay jugadores marcados por el destino. Tipos que se entregan sin pedir nada y que son imprescindibles para que un equipo funcione. Así de simple. Dar, brindarse. Por eso el Pipa merecía su premio, su festejo enloquecido para abrir esa tarde brasiliense, de rebote como les gusta a los pescadores. Y así ganar más confianza aún y enarbolar un partidazo genial al que sólo le faltó ese moño-caño en el palo.

Selección significa unión de los mejores dispersados por el mundo. Pero también significa "elegidos" para representar una camiseta. Un país. Una idea. Una manera de ser y vivir estos colores. Como ese desahogo final, con Masche gritando todo lo atragantado de 2006 y 2010. Con abrazos entre luchadores de batallas, de esos que te erizan la piel, porque son puros, llenos del sudor de la victoria. Porque son parte de una ilusión que nos era prohibida, negada hace tanto. Es Garay tirándose y cortando otra vez, como toda la tarde de caudillo antiguo, en la única en que Bélgica consiguió entrar jugando. Porque Bélgica casi no jugó, y fue por culpa de un gran trabajo defensivo y porque la presión, el esfuerzo y el sacrifico empezaron más que nunca allá arriba, con Leo dando piques para recuperar, con Lavezzi jugando de volante con corazón de chico (y mayor profundidad) y con dos leones en el medio, Biglia y Masche, tocando, mordiendo y cortando. Y si bien sufriremos a un jugador irreemplazable (qué lástima, Fideo, enorme para siempre) como Di María, Enzo Pérez entró como si tuviera veinte años de selección, con temple y dinámica. Bueno, también lo de Basanta, firme, y lo de Micho, en su revancha personal, cómo mostraba su sonrisa de satisfacción cuando se iba por la zona mixta.

Y si Argentina está en cuartos es porque su entrenador es sensible y calmo. Escucha y mueve cuando hay que mover. Los cambios hicieron crecer a la Argentina y la parte emocional, pero también la inteligencia táctica. Desnudaron a la Bélgica de los "jóvenes de oro" que se aplacaron ante el carácter argentino. Era la hora, el momento, y no lo dejaron pasar. Con fútbol de mayor constancia e intensidad en los comienzos de los segundos tiempos, y con esa garra que sólo nace por estos pagos para hacerse con las divididas y ganar casi todos los duelos individuales.

El festejo de la gente fue sinónimo del grupo que nos representa. A la hinchada la quisieron dividir pero nadie la calló, alentaron con el alma y mantuvieron su voz de soporte hasta el final.

Imagino ese vestuario enloquecido y más seguro que nunca, revoleando las camisetas, como si fueran un pueblo que cree y se entusiasma como hacía mucho no podía hacerlo. "Lo tenemos en la palma de la mano, no se nos puede escapar", decía Masche... Se viene Holanda... Pero ésa es otra historia.

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