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El negocio esencial del deporte
Primero fue Naomi Osaka. La tenista japonesa acababa de ganar el sábado el US Open y el periodista Tom Rinaldi le preguntó qué mensaje buscó dar al mostrar antes de cada partido nombres de víctimas negras de la brutalidad policial. Osaka miró a Rinaldi. "Tal vez", le respondió, "sea más interesante saber cuál fue el mensaje que recibiste vos". Rinaldi, que es blanco, pasó a la pregunta siguiente. El domingo fue el turno de Lewis Hamilton, otro campeón negro. El inglés celebró el GP de Toscana de Fórmula 1 con un buzo que, directo, reclamaba el arresto de "los policías que mataron a Breonna Taylor". El nuevo deporte bajo pandemia modifica reglamentos, impone protocolos inéditos y vacía estadios. Pero hay un cambio más profundo. Estamos asistiendo a podios que, como en tiempos de Muhammad Ali y de México '68, incomodan.
La Federación Internacional de Automovilismo (FIA) dejó trascender que revisaría si el gesto de Hamilton había violado reglamentos supuestamente apolíticos de la F. 1. "Yo apoyo a Lewis Hamilton", reaccionaron miles de seguidores en la web. Unas semanas antes, la WTA se sorprendió por la negativa de Osaka de jugar una semifinal en Nueva York porque Naomi se adhería al boicot de la NBA por los balazos policiales contra Jacob Blake. El activismo de Osaka también incomoda en su natal Japón. Hay críticas en las redes y silencio de patrocinadores. Osaka cerró 2019 como la tenista de mayores ingresos (casi 38 millones de dólares). Y Hamilton es el piloto que más dinero ganó en la historia de la F. 1 (más de 500 millones de dólares). Pero se resisten a ser Forty million dollar slaves(Esclavos de cuarenta millones de dólares), título del libro que escribió en 2007 el periodista William Rhoden. Son millonarios, no esclavos.
Una década atrás, con Serena lesionada, Venus Williams era la única tenista negra del US Open. En 2020, "efecto Williams" mediante, fueron trece: 12 estadounidenses y Osaka. Los barbijos que la campeona japonesa mostró en sus siete partidos recordaron, entre otros, a Breonna Taylor (la asistente médica homenajeada por Hamilton) y a Ahmaud Arbery (el joven asesinado mientras corría haciendo ejercicio en una zona residencial). "Odio cuando dicen que no deberíamos involucrarnos en política y simplemente entretener", dice Osaka. "Primero, esto es una cuestión de derechos humanos. Y segundo, siguiendo esa lógica, si trabajás en Ikea sólo podrías hablar entonces de muebles".
En Inglaterra, la vuelta de la Premier League coincidió con un nuevo gesto de Marcus Rashford, el atacante millonario de Manchester United que meses atrás torció una decisión del premier Boris Johnson de recortar comidas en las escuelas en plena pandemia. Fue conmovedora su carta pública recordando a Melanie, su madre soltera, que lloraba tras trabajar 14 horas al día porque le faltaba dinero para alimentar a sus cinco hijos. Y más conmovedora aún su campaña para combatir el hambre en el Reino Unido. Un forista preguntó días atrás al diputado conservador Kevin Hollinrake si esa tarea no era responsabilidad del gobierno. El diputado le respondió que la primera responsabilidad de alimentar a los niños era de los padres. La respuesta de Rashford fue inmediata: "No conocí a ningún padre que no haya querido o no haya sentido la responsabilidad de alimentar a sus hijos. Le pido que hable con las familias antes de tuitear".
Este fin de semana volvió también el fútbol americano, la liga más millonaria, conservadora y nacionalista del deporte mundial, la misma que en 2017 expulsó a Colin Kaepernick porque se arrodillaba en protesta cuando sonaba el himno nacional. Ahora, los jugadores no sólo se arrodillan y portan mensajes antirracismo, sino que además lo escuchan enlazados con rivales, levantando puños o, si quieren, permaneciendo en el vestuario. Desafiantes, los jugadores de Seattle Seahawks y Atlanta Falcons se arrodillaron apenas iniciado el partido y dejaron caer la pelota, simbolizando que hay cosas más importantes que el fútbol. Desesperada por evitar la huelga de sus atletas (un 70 por ciento está compuesto por negros), la patronal de la NFL, algo cínica, hasta publica videos reivindicando a Kaepernick.
En la primera semana, además del himno nacional, sonará en cada estadio el himno negro ("Lift every voice and sing"). Es un poema que comienza diciendo "levanta la voz y canta"; que habla del "oscuro pasado", de "lágrimas" y de "sangre de los sacrificados", y que pide marchar "hasta la victoria". Demasiado para los aficionados que, acostumbrados al desfile de aviones y marchas militares, silbaron el jueves en el partido de Kansas Chiefs. Demasiado también para Donald Trump, que dice que el fútbol americano se convirtió en un juego "aburrido", un deporte que, según su hijo Eric, "ha muerto". Sudamérica, hoy epicentro de la pandemia, celebra esta semana la vuelta de la Copa Libertadores. "La premisa de que la salud es lo más importante", reza la introducción del protocolo de la Conmebol, ya flexibilizado, como su burbuja sanitaria. Unos 600 hisopados por fecha para 64 partidos que alimentarán la caja total de unos 500 millones de dólares ya cobrados de la TV, que presiona para cumplir el contrato. Los futbolistas como nuevos "trabajadores esenciales". Y sin podios que amenacen cuestionar el negocio.
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