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El hombre que reinventó el boxeo
Maravilla Martínez reavivó el fervor nacional por este deporte / Su pelea con Chávez pareció un Mundial de fútbol
LAS VEGAS.– Primero, aún sobre el ring, habló. Con una claridad y una lucidez impropias de quien acababa de librar una batalla. Después, ya en la intimidad del vestuario, lloró. Con la plenitud y el dolor lógicos de quien había entregado cuerpo y alma en la búsqueda de su sueño. Siempre hace eso Sergio Maravilla Martínez después de las peleas, hablar y llorar, pero esta vez, en el corazón primero y después en las entrañas de ese Thomas&Mack Center que bramaba, fue diferente.
Algo había cambiado definitivamente, para él mismo, para los miles de argentinos que habían acudido allí como quienes van a un templo y para los millones que lo siguieron desde un país que, no hace demasiado, lo dejó irse como a tantos otros.
El 20 de noviembre de 2010, en Atlantic City, después de voltear a Paul Williams de una manera de esas que llaman la atención de las cámaras hollywoodenses, Maravilla evitó toda fiesta posterior, aunque era consciente de que aquella noche había picado sobre el trampolín de la consagración. Se fue a su habitación, solo, pidió un helado a la recepción, se lo tomó y se metió en la ducha, que chorreaba tan fuerte como las lágrimas que salían de sus ojos.
El 17 de marzo de 2012, en Nueva York, después de machacar contra la dureza irlandesa de Matthew Macklin, y también de tocar con su puño la lona, logró finalmente acabarlo en el round 11, faena que definió con una frase pronunciada allí mismo, sin necesidad de tiempo para la reflexión: "Fue como talar un árbol".
El 15 de septiembre de 2012, anteayer, después de ofrecerle una cátedra de boxeo a un joven once años más joven que él; de dejar señales inequívocas del poder de su jab en la cara de Julio César Chávez Jr.; de caer y levantarse (vaya si sabe de esto) en el último round; de consagrarse nuevamente campeón; después, en definitiva, de lograr su sueño, Maravilla fue Maravilla: "Esto es una fiesta de todos, argentinos y mexicanos. Todos juntos aquí. Latinos. Junior demostró lo que podía aguantar, yo demostré lo que podía dar… Y a ustedes, argentinos: ¡Ganamos! ¡Tenemos un nuevo campeóóóóóónnn…!"
Demoró en dejar el ring, con su sonrisa de actor dibujada en la cara. El gesto se le hizo llanto de descarga en la intimidad del vestuario. Le dolían impiadosamente la mano izquierda fracturada, la rodilla derecha con el ligamento roto, los cortes en la ceja izquierda y el cuero cabelludo. Lo emocionaba haber conseguido lo que había conseguido sin traicionarse , y más todavía lo que el logro había provocado: "¡Que de la mano / de Maravilla / todos la vuelta vamos a dar. / Vení, vení / Cantá conmigo…", atronaba el estadio y en el canto futbolero se unían las voces de Susana Giménez y el matrimonio Lizarazu de Castelar; de Guillermo Francella y los hermanos Whpei de Rosario; de tantas caras conocidas y de tantas banderas argentinas. De los que se subieron a un avión para llegar hasta esta meca del boxeo, como sólo se hace en los Mundiales de fútbol y sólo se hacía con Carlos Monzón en los 70, hasta los que alargaron la medianoche en Buenos Aires para verlo por TV, los que de esto ya sabían y los que se sentaron frente a un deporte nuevo. Eso ha hecho Maravilla en la Argentina: ha reinventado el boxeo.
Sergio se fue del estadio mucho antes que el público. Mientras la gente de seguridad y también muchos mexicanos observaban, entre azorados y admirados, el recital de "Ooohhh / soy argentino / es un sentimiento / no puedo parar", él se detenía para la conferencia de prensa y luego marchaba hacia el hospital. En la primera dejó las frases de rigor ("El público jugó mucho a favor. Lo que hicieron los argentinos hoy conmigo fue espectacular, increíble. Y también les debo a ellos el triunfo"), y de desafío ("El boxeo ganó credibilidad con mi triunfo: este nuevo campeón va a pelear con todos los que tiene que pelear, no va a esquivar a nadie ni va a esperar una limosna").
De allí se fue al hospital, acompañado por la doctora Raquel Bordons, y luego se le perdió el rastro. Su objetivo era irse a Oxnard, en California, donde tiene su casa, y de allí a España, para operarse la rodilla maltrecha. Quienes esperaban una fiesta en el hotel, se quedaron taponando los pasillos. Miguel De Pablos, el español que es su mano derecha ("Y la izquierda también") lo justificaba: "Es un guerrero. Y un guerrero sólo quiere recuperarse para volver a pelear cuanto antes", decía. "Vamos, que tenéis un campeón de leyenda". De leyenda, sí. De los que se hacen de abajo, de los que se identifican con el tema de Calle 13 que usa para subir al ring: "Yo vengo de atrás / yo vengo de abajo / tengo las uñas sucias / porque yo trabajo / me he pasado toda la vida / mezclando cemento / para mantener a los gringos contentos ...".
Peleó por lo suyo arriba y debajo del ring. Se hizo notable primero, a las piñas, y famoso después, en los estudios de TV. Todo por un objetivo. "Más que me reconozcan en la calle, prefiero que me reconozcan por mi trabajo", dijo después de las lágrimas, Frase muy similar, por cierto, a la que podría haber pronunciado alguien que también viajó para verlo: entre tantos hinchas argentinos se distinguió a Luis Scola, tan enorme como la imagen de esa Generación Dorada que él representa. ¿Y qué representa Maravilla para el deporte argentino, más allá del boxeo?
En la madrugada argentina se vivió con inusual expectativa
Expertos y neófitos, mujeres de todas las edades y niños. Todos quisieron estar ante la TV para ver a Maravilla. En la Argentina, no hubo rincón sin cubrir por la expectativa en la noche sabatina devenida en madrugada dominguera. "Me enganché por el personaje, es muy carismático", fue el argumento de las mujeres que desafiaron como pocas veces al horario para seguir un combate de box hasta tan tarde. La victoria, en tanto, se vivió como un triunfo futbolero, con pirotecnia en plena noche y bombas de estruendo en varias ciudades. Allá como acá, la figura de Martínez despertó una pasión por el deporte de los puños que parecía adormecida.
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