El gran Severiano escapó del búnker más profundo

El alta médica que le otorgaron ayer a Severiano Ballesteros, tras cuatro intervenciones quirúrgicas por un tumor cerebral y 65 días internado en el Hospital madrileño de La Paz, es una gran noticia para el deporte mundial. El ex golfista español ya no es aquel volcán en erupción que dominaba en buena parte de la década del 80, con la conquista de dos Masters de Augusta (1980 y 1983) y tres Abiertos Británicos (1979, 1984 y 1988). Débil y enjuto se lo observó al Gran Seve en sus primeros pasos fuera del establecimiento médico. Pero a los 51 años su espíritu revivió y está más esperanzado que nunca, tal como reflejó desde su página web.

El caso Ballesteros es un ejemplo más de aquellos grandes deportistas que, después del vértigo de la fama y el dinero, se quedan sin rumbo y desolados al momento del retiro. Con sus logros y su influencia, Seve inventó el golf para España. Fue calificado por el prestigio periodista Santiago Segurola, de Marca , como el deportista español más importante de la historia. Para el australiano Greg Norman, N°1 del golf durante 331 semanas, el oriundo de Pedreña fue el mejor jugador que haya existido, por encima de Tiger Woods. A ellos les sigue una larga lista de admiradores. Pero vaya paradoja: al contrario de lo que demostraba desde el tee de salida hasta el green, Ballesteros no supo encontrar el camino más correcto para su vida desde que guardó definitivamente los palos en su bolsa, aquejado por continuos dolores en la espalda, en julio de 2007.

Las cosas ya venían mal desde hacía varios años. En 2004 se divorció de Carmen, madre de sus tres hijos y rica heredera del banquero Emilio Botín. El desgaste llegó por una falla de origen : diferencias de formación y estatus social. Al compás de sus repetidos y frustrados intentos por volver al golf sufrió otro cimbronazo: se enamoró de Fátima Galarza, de 29 años e hija del dueño del restaurante de un campo de golf en Pedreña, pero la chica falleció en un accidente automovilístico el 15 de marzo de 2007. Quedó vencido anímicamente y lo manifestó cuatro meses después con una taquicardia.

Todo anduvo siempre un poco peor. En mayo último destrozó su Lamborghini Murciélago en un paseo por Cantabria; según él, sólo se trató de un despiste en el que sufrió una herida en un brazo. No pudo mitigar su depresión. Frecuentó los bares del Cañadío, en Santander, y se hizo habitué del casino, donde tentó a la suerte en mesas simultáneas. Amen Corner, su empresa de diseño de campos y organizadora de torneos, se quedó sin financiación. El último derrumbe fue el tumor cerebral, que lo tuvo al borde de la muerte. Ayer, para la alegría del deporte, Seve escapó del búnker más profundo.

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