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El final de la película que financió
Por ser responsable, por ineptitud para resolver el mayor escándalo de corrupción de la historia del deporte o por ambos. Por razones que guardó como hizo con los verdaderos números del multimillonario negocio que tuvo en sus manos, a Joseph Blatter no le quedó otro camino que salir por la puerta trasera de la FIFA. Sólo cuatro días atrás había dicho: "Soy un hombre de fe. Me gusta mi trabajo. No soy perfecto, nadie lo es. Al final de mi mandato, entregaré la FIFA a mi sucesor y será más robusta".
El fin llegó abruptamente. Tras ser reelegido para su quinto mandato, después de 17 años al frente de la ONG más rica del mundo, la entrega más debilitada que nunca, desacreditada como jamás hubiese imaginado. Sacudida por las denuncias. Lejos de la robustez anunciada, a años luz de terminar con la corrupción que dijo combatir.
"La investigación continuará. El informe aborda asuntos del pasado. No revisaremos la votación de 2018 y 2022. Un estudio de expertos independientes respalda la idea de que no hay fundamentos jurídicos para revocar la concesión de esos Mundiales", sostuvo Blatter, el octavo presidente de la FIFA en más de un siglo de existencia, el primero en renunciar. Desoyó todas las advertencias, hasta las del Órgano de Instrucción de la Comisón de Ética que el mismo creó.
Sucedió a João Havelange, caído en desgracia por aceptar 40 millones de dólares para influir en la asignación de contratos de comercialización de la Copa del Mundo. El caso fue investigado entre 2011 y 2013. El brasileño fue encontrado responsable de aceptar sobornos. La FIFA de Blatter cerró el expediente sin sanciones. Consideró que la renuncia de Havelange como presidente honorario ponía fin a los hechos.
Durante su gestión, en 2001, quebró ISL, la empresa de marketing vinculada a la FIFA a través de la cual se canalizaban los sobornos. Llegó al poder en 1998 con el respaldo de las federaciones africanas. Se habló, entonces, de maletines con 50.000 dólares para incentivar los votos del continente que en 2010 recibiría por primera vez un Mundial. Llegó, desde la secretaría general, el mismo puesto desde el cual el francés Jerome Valcke autorizó la transferencia de US$ 10 millones al triniteño Jack Warner, uno de los implicados en el caso de coimas que investiga la Justicia de los Estados Unidos.
Sus declamadas propuestas de cambio y transparencia dejaron de convencer. La imagen negativa de la FIFA y Blatter en Suiza aumentó notablemente. El 95 por ciento de los consultados por una reciente encuesta on line del diario 20 Minuten dijo que debería aceptar la responsabilidad de los recientes escándalos y dimitir. Finalmente lo hizo.
El primer balance de su gestión, en 1999, cerró con ingresos por US$ 212 millones, pérdidas por 105 millones y reservas por 38 millones. Deja la FIFA con una facturación anual de 2096 millones, superávit de de 141 millones, reservas por 1523 millones y una deuda eterna: su rotundo fracaso para poner al fútbol a salvo del escándalo.
Se fue tres días antes del estreno en los Estados Unidos de United Passions, el film sobre la lucha contra la corrupción en la FIFA, finaciado por US$ 27 millones de la entidad que deja. Tim Roth personifica a Blatter como emblema de esa batalla. El final nada tiene que ver con la realidad.
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