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El enfoque: cortar los eslabones sería repetir la misma historia
Confieso que no tengo autoridad para escribir lo que sigue. Cometí el pecado de volverme amigo de estos protagonistas. Será entonces, simplemente, una reflexión. O una catarsis Entiendo que hay una lógica en el protocolo que rige el apoyo a los atletas, olímpicos o por serlo. Que hay resultados, edades y objetivos. Pero también creo entender que hay otra lógica, y bien podría llamarse la del eslabón perdido. O los eslabones perdidos.
Sería una pena cortar la cadena que tira hacia adelante, hacia arriba, y en la que los Mariano Mastromarino, los Luis Molina, las Marita Peralta, han sido y son eslabones fundamentales.
¿Que hace treinta años se corría más rápido?
Más que cierto. Me tocó, en aquellos tiempos, hace alrededor de tres décadas, seguir las carreras de los entrerrianos Antonio Silio o Luis Migueles, cada uno en su distancia, y sólo hay que ir a los archivos para ver sus registros, aún imbatidos: el primero en 10.000 metros, esa distancia tan popular hoy, o en maratón, esa distancia cada vez más anhelada, y el segundo en los 800 metros, una distancia exigente y cruel. Pero resulta que ellos también en algún momento se quedaron sin apoyo. Y sin difusión. La cadena entonces se cortó, cuando estaba girando a una velocidad que permitía ilusionarse con resultados todavía mejores…
¿Por qué, entonces, repetir la historia?
En cada “¡Idola, Marita!” o “¡Grande, Colo!” o “¡Vamos, Luis!” que se escucha en la calle, en medio de una carrera, o en las redes sociales, mientras se sigue una competencia a la distancia como hace años, o nunca, había sucedido, hay un impulso para crecer, para acelerar. De abajo hacia arriba, desde aquel que corre por placer y ve en ellos a un referente inalcanzable, pero admirable. Y de arriba hacia abajo, desde aquel que sueña con correr en el más alto nivel y ve en ellos a un objetivo por superar.
Guste o no, se sepa o no, así como hay miles pateando una pelota, lo que se ve en las calles, hoy, son miles de personas corriendo. No se ven miles saltando o miles lanzando, aunque suene antipático. Se ven miles corriendo. Y, hoy por hoy, todos corren detrás de ellos. Perderlos sería una pena.
¿Que hace diez o quince años ni se hablaba de esto?
Más que cierto también. Hoy es noticia lo que hace sólo un tiempo no era y quedarse con que “los que corren son gente grande que encontró en el running una forma de sentirse deportistas” es una simplificación que atrasa, una excusa que frena, un mensaje de frustración y resentimiento que cierra las puertas.
Hoy corren cada vez más jóvenes: en las calles, también para ganarse un mango y para darse a conocer; y en las pistas, a las órdenes de entrenadores que realmente saben y en general ganándole horas a sus estudios o sus trabajos. ¿Son muchos, son pocos? Son más, es lo que importa. Y seguramente hay otros corriendo por allí, en cada rincón de este inmenso país. Lo que ellos necesitan, además de apoyo, además de ser detectados, es motivación, saber y sentir que esa actividad, para la que nacieron con un talento particular, puede desarrollarse y desarrollarlos. Y no mañana ni pasado: la que se corre, la que debería correrse, es una verdadera carrera de fondo, de fondo bien largo. Desaprovechar esta oportunidad sería cortar una cadena que, más o menos aceitada, está impulsando hacia adelante. Sería perder un eslabón. Es sólo una reflexión. O una catarsis.
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