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PARIS.- Una, norteamericana, está seria, tal vez extrañada por el protocolo sin trofeos para ella, un mito viviente. Otra, francesa, se emociona, recordando aquel 1967 y la final ganada a la australiana Lesley Turner; rememora los aplausos, esa ovación que tardaría en repetirse. La tercera, también francesa, que es la más joven, no está seria ni se emociona: se ríe sola; habla y se ríe. Nerviosa, tal vez sin darse cuenta que ya forma parte de Roland Garros.
Están en el podio. Martina Navratilova acompaña la escena con una tibia mueca; ella se siente mejor en el All England y no lo oculta. Francoise Durr, un nombre que cobró mayor dimensión en la última semana, tiene ganas de llorar, sin importarle que alguien haya quebrado una marca sin títulos para el tenis francés. Y Mary Pierce está tan feliz que no sabe qué decir, qué hacer. Se ríe sin completar una frase. Ensaya un minidiscurso en inglés. Es su hora máxima, mucho más que aquel verano de Australia 95, cuando se abrazó a su primer gran título. "No sé qué me sucedía. Es que siempre soñé con ganar Roland Garros", aclaró más tarde.
La chica de 25 años (6a favorita) es la nueva reina de París, la última del siglo, la que quebró una abstinencia de 33 años. En 1h52m de un partido discreto, batió a la española Conchita Martínez (5a) por 6-2 y 7-5. Sumó su 15º título, el segundo del año 2000 (ganó en Hilton Head), desde mañana será la Nº 3 del ranking -detrás de Hingis y de Davenport-, y obtuvo 575.000 dólares de premio. Para Martínez, nueva Nº 4 del mundo, fueron 288.000 dólares.
Pierce puso de pie a Roland Garros, en una final que no tuvo el clímax de la del 99 entre Hingis-Graf, pero que representaba mucho para los franceses. Por eso nunca se dejó de escuchar el "Mary, Mary", para acallar la nutrida asistencia española. Y lo primero por decir es que ganó muy bien. Con un tenis consistente, reduciendo notablemente su índice de error. Cuando falló, lo hizo por arriesgar. Y con ese enfoque sacó claras ventajas en los tiros ganadores (50 a 22).
No pudo evitar sus clásicas lagunas, que le costaron un rápido 0-2 en el segundo set y casi un 0-3. Fue cuando Martínez controló los nervios que la aquejaron en el primer parcial, en el que intentó variar los ángulos y utilizar mucho el slice, pero dejando la pelota muy corta y expuesta a los planazos sin piedad de Pierce. Fueron unos minutos. Luego, todo lo manejó la francesa. Hasta que se produjo el break en el undécimo juego, para 6-5 y saque. Saque y campeonato.
El murmullo crece. Hay ansiedad. Roland Garros se prepara para soltar una alegría contenida que sólo supo exteriorizarse en varones, en 1983, con Yannick Noah, un ídolo de siempre. Pasan dos match-points. Alguna ventaja de Martínez para forzar el tie-break. Llega el tercero y Pierce toma la pelota con bronca, como diciendo: ¡Basta! El saque ganador, la sonrisa, la mirada con su madre (Yannick), con su hermano-entrenador (David). Y explota el Bois de Boulogne. Aferrándose a aquello de "No hay mal que dure 100 años..."
Mary Pierce, nacida en Montreal, hija de una francesa y de un canadiense (Jim Pierce) irascible, expulsado de los torneos por varios escándalos y quien le pegaba cuando era chica; igualmente, le dedicó el triunfo desde donde la estuviera viendo. Que también se siente norteamericana por residir en Bradenton. Un cóctel increíble.
Hoy, en pareja con Roberto Alomar, jugador de béisbol de Cleveland Indians, oriundo de Puerto Rico, y que la acercó más a la religión. De ahí el rosario blanco de la Virgen de Lourdes que lleva en cada partido. La chica, que gusta del basquetbol, de la cocina, que hubiera sido pediatra si Jim no le regalaba una raqueta a los 6 años y la inducía a jugar al tenis; que marca el perfeccionismo y la generosidad como sus principales atributos, fanática de la limonada y de los Mercedes, Benz; admiradora de Agassi, McEnroe y Evert.
Campeona de Roland Garros. Ahí sí, con auténtico acento francés...
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