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El día que el remo argentino le ganó a la URSS en la Guerra Fría
En Helsinki 1952, la dupla argentina Capozzo-Guerrero ganó la medalla de oro con un bote 11 kilos más pesado que el resto y emparchado; fue la última vez que flameó la bandera argentina en lo más alto de un podio olímpico hasta 2004
Tranquilo Capozzo, serio, metódico y de perfil bajo, no quería saber nada con competir junto a Eduardo Guerrero, bromista, bohemio y revoltoso. "No tiene disciplina, es un incumplidor, es un chiquilín", argumentaba el experimentado remero, allá por 1951, cuando los Juegos Olímpicos Helsinki 1952 asomaban poco a poco en el horizonte. Ya había decidido dejar de remar, pero una frase pudo hacerlo cambiar de opinión: "Él va a ser la fuerza, vos el conductor". Dos opuestos se unían bajo un mismo objetivo.
Mientras, del otro lado del mundo, tan lejano para la Argentina en una época en que la globalización de la información se empezaba a presentar con tibieza, la Guerra Fría, que había estallado pocos años antes, era el único foco de atención. Los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), luego de la sociedad que los llevó a la victoria en la Segunda Guerra Mundial, se distanciaban política e ideológicamente cada vez más. Dos opuestos que, como tales, tendían a alejarse.
Nacido en los Estados Unidos, el 25 de enero de 1918, el Tano Capozzo llegó a la Argentina a los 18 años desde Italia. Según cuentan los que lo conocieron, era muy difícil (o casi imposible) sacarle una sonrisa. Pero lo que tenía de parco, lo tenía de cumplidor: vivía por y para sus obligaciones. Guerrero, en cambio, era la antítesis. Oriundo de Salto, provincia de Buenos Aires, era 10 años menor que su nuevo compañero de equipo. Su apodo, Burro, lo decía todo: era torpe, pero con una fuerza envidiable. Si bien triunfó como remero, nunca dejó de practicar su otro gran amor: el rugby.
Los Juegos Olímpicos Helsinki 1952 eran la excusa perfecta para dirimir las diferencias ideológicas entre ambos países en el ámbito deportivo. Sin embargo, los atletas soviéticos fueron aceptados por el Comité Olímpico Internacional sólo un año antes del inicio de los Juegos. Las participaciones de otros países también sufrieron las consecuencias del conflicto bélico finalizado siete años atrás. Por la ex Alemania nazi, la gran derrotada, les permitieron competir por separado a la República Federal y al Protectorado de Sarre, mientras que la parte comunista no fue invitada. También fueron aceptadas la China Comunista y la China Nacionalista, pero esta última se bajó dos días antes del inicio de la cita olímpica.
El club Cannotieri Italiani, de Tigre, fue el punto de encuentro de estas vidas opuestas, unidas sólo en la vocación de remar. Los dirigentes fueron los encargados de convencer a Capozzo y la nueva dupla comenzó rápidamente a entrenarse, sin descuidar las obligaciones extradeportivas de cada uno. Antes de viajar a Helsinki, corrieron tan solo seis carreras juntos, que les alcanzaron para ganar dos selectivos nacionales y el Sudamericano de Santiago de Chile, donde obtuvieron el pasaje a los Juegos. El Burro aportaba la potencia; el Tano, el talento.
Si bien Vladimir Lenin, fundador de la Unión Soviética, consideraba a los Juegos como una fiesta decandente, el país por entonces gobernado por Stalin se preparaba para jugar sus primeros JJ.OO., con el objetivo de arrebatarle a los Estados Unidos la supremacía en el medallero olímpico.
13.127 kilómetros, cinco escalas y más de 30 horas de viaje separaban a los remeros argentinos de la capital finlandesa, de la gloria olímpica. Y el duro viaje trajo sus consecuencias. Primero, por la falta de presurización en el avión, Capozzo y Guerrero sufrieron derrames en sus piernas. Luego, y más preocupante aun, el bote, que pesaba 36 kilos, 11 más que el de los otros equipos, se cayó al piso y sufrió una rajadura. Todo era preocupación para la dupla argentina.
Helsinki fue el punto de unión de estas dos historias. Por un lado, dos remeros argentinos, tan diferentes en sus personalidades como iguales en su objetivo. Del otro, un país que dominaba la mitad del mundo y debutaba en un Juego Olímpico.
En la primera regata preparatoria por el fiordo de Meilahti, la embarcación argentina sufrió una rajadura mayor. Sin un equipo de carpinteros que puedan ayudarlo, y a pocos días del debut, Capozzo y Guerrero quedaron a la deriva, sin saber qué hacer y con su participación olímpica en peligro. "No sabíamos cómo actuar. Vagamos de un lado a otro, hasta que un carpintero de la delegación soviética se compadeció de nosotros y lo arregló", recordó en una entrevista con LA NACION el Tano.
El triunfo en la semifinal de la prueba doble par sin timonel, con un bote más pesado que el resto y emparchado, el equipo albiceleste logró su primera hazaña en los Juegos, mientras su amistad se forjaba día a día, a pesar de sus diferencias. Había que pensar en la final, aunque un triunfo ya no era el objetivo. "Nosotros no corrimos para ganar, corrimos con miedo de perder por la rotura de la embarcación", rememoró Guerrero en una entrevista con Deportes.gov.ar.
El 23 de julio de 1952 quedó marcado a fuego en la memoria de aquella pareja y en la historia del deporte argentino. Ihor Yemchuk y Heorhiy Zhylin, integrantes del equipo soviético, dominaron la carrera los primeros 1000 metros (la mitad de la carrera), cuando la dupla argentina tomó la punta, que no dejó escapar. Con 25 metros de distancia sobre los segundos, Capozzo y Guerrero ganaron la regata y sumaron el último oro para nuestro país en 52 años, hasta que la Generación Dorada y el seleccionado de Bielsa se coronaran en Atenas 2004.
Estos opuestos no volvieron a correr juntos, pero jamás rompieron su amistad, que duró hasta el 14 de mayo de 2003, cuando Capozzo durmió por última vez para la eternidad. Hoy, un Guerrero aún vivo recuerda aquella gran hazaña: "Ese día fue muy gracioso, los rusos nos vieron desvalidos con nuestro bote y al final ellos terminaron segundos, detrás de nosotros. El carpintero soviético reparó nuestro bote de manera increíble, a él también le debemos aquella medalla dorada. Cruzamos la raya a 28 remadas y recuerdo con gran orgullo una nota de una revista inglesa: ‘El bote argentino fue el mejor de los Juegos, hizo una brillante exhibición’. Esto quiere decir que a pesar de las dificultades fuimos buenos ganadores". Sin dudas: los mejores.
Fuentes: Deportes.gov.ar / Olympic.org / Archivo LA NACION / ERNESTO RODRÍGUEZ III, Libro I de los Juegos Olímpicos (1896-2012), editorial Al Arco.
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