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El deporte derriba muros y saluda al arcoíris
El coro, en México, comenzó hace más de treinta años y a modo de aliento. Antes de que su equipo lanzara la patada de inicio en cada partido en Toluca, la “porra” de Potros gritaba “¡Eehh…Pum!”. Se hizo costumbre en esos partidos de fútbol americano que jugaban los estudiantes mexicanos. En el fútbol, los hinchas de Atlas “adaptaron” el grito en 2004, pero para hostigar al mundialista Oswaldo Sánchez, arquero “traidor” fichado por Guadalajara. Cada vez que Sánchez tocaba la pelota, gritaban: “¡Eeeeeeeeh puuuuuuto!”. El coro se hizo un clásico. Llegó a los Mundiales y volvió a sonar en marzo pasado, cuando la selección mexicana abrió sus partidos de eliminatoria. La FIFA, que impuso ya una decena de sanciones, ordenó hace dos semanas una multa de 65.000 dólares y dos partidos sin público. Si el coro homofóbico persiste, la FIFA avisó que México podría perder su condición de co-sede del Mundial 2026. Es la FIFA que celebrará su Copa de 2022 en Qatar y podría llevar la de 2030 a Arabia Saudita. En el primer país, la homosexualidad es delito. En el segundo, se castiga con pena de muerte.
El fútbol mexicano replicó primero que el grito no era homofobia ni buscaba ofender, sino que se había convertido en algo folclórico de sus canchas porque era parte de cierto lenguaje cotidiano. “El puto teléfono que no anda”, “el puto carro”, “el puto tráfico” y “el puto día”. ¿No dijo una vez Pep Guardiola que José Mourinho era “el puto amo”? “Puto” cantaba Molotov y la letra termina diciendo ocho veces seguidas “puto”. La propia Federación intentó hacérselo entender a la FIFA y hasta apeló inútilmente al TAS.
¿Cómo defenderían hoy ese grito si el arquero rival llegara a ser Manuel Neuer, el alemán que desafió a la UEFA jugando la Eurocopa con los colores del movimiento LGBTQI+, los colores del arcoíris, en su cinta de capitán? ¿Cómo seguir explicándolo, más allá de la hipocresía de la FIFA y de la UEFA, y de muchas otras trasnacionales que condenan la homofobia, pero hacen negocios con países que la practican? Imposible olvidar la reflexión del investigador mexicano Héctor Salinas Hernández cuando en 2017 presentó su libro “Eeehhh Puto”: “La próxima vez que vayas a un estadio y todos griten ‘¡Eeehhh…Puto!’ a lo mejor recuerdas que eso lo escuchó un ser humano antes de ser brutalmente masacrado por el simple hecho de amar distinto a ti”.
Hay estadísticas para quienes no puedan ver a las personas. Como la que ayudó aquí a convertir en ley el cupo laboral travesti trans: el colectivo tiene una expectativa de vida de entre 35 y 40 años. En horas de “Orgullo LGBTIQ+, esa ley, que busca reparar décadas de marginalidad, se llama “discriminación positiva”. “O me prostituyo –graficó Mara Gómez el último viernes en charla radial– o me quito la vida para no vivir una vida de mierda”. Primera jugadora transgénero en categoría superior, Mara afirma que a ella la “salvó el fútbol”. Su caso abre, sin embargo, un debate más complejo porque el deporte de élite también salva vidas, pero su objetivo es ganar títulos.
Tokio 2021 anuncia orgulloso a la neozelandesa Laurel Hubbard, primera atleta trans de la historia autorizada a competir en una Olimpíada. Pero pese a sus 43 años y a los tratamientos que obliga el COI a los atletas trans para suprimir testoterona, Hubbard, coinciden los especialistas, conserva mucha más fuerza que sus competidoras, punto clave en un deporte anaeróbico como la halterofilia. Unos citan argumentos cientificistas, otros hablan de juego limpio quebrado y otros de inclusión. Inevitablemente discriminatorio, vigilante de los cuerpos en nombre del “fair play”, el deporte olímpico sabe que deberá revisar su política sobre los atletas trans.
Iniciamos este artículo con el fútbol americano y lo cerramos igual. Es el deporte macho por excelencia. Aunque el ex presidente Donald Trump lamentó los cambios reglamentarios tras los juicios millonarios de jugadores que murieron jóvenes o quedaron dañados para siempre por la brutalidad del juego. El deporte, y no solo en Estados Unidos, abrió muchas veces caminos de progreso social (el racismo es un ejemplo). Pero no fue así en temas de diversidad sexual. Ese santuario de virilidad de la NFL conoció la semana pasada la historia de Carl Nassib, ala defensiva de 28 años de los Raiders de Las Vegas, primer jugador en actividad en la historia de la Liga que dice que es gay.
Eterno bajo perfil, Nassib, que viene de una familia de deportistas y tiene contrato de 25 millones de dólares anuales, dijo el lunes pasado que hacía público su caso solo para crear conciencia y ayudar a otros, porque él llevaba quince años de silencioso sufrimiento. Fue la caída de un muro. “Nadie quiere ducharse con un maricón”, era una frase mítica de la NFL. A Nassib lo saludaron viejas figuras e ídolos actuales. De todas las disciplinas. Su camiseta fue ese día la más vendida en la NFL. Unos años atrás, Nassib había confesado en una entrevista que dudaba entre el fútbol y la medicina. Pero que seguiría jugando si la visibilidad que le daba el deporte ayudaba a su idea de construir una sociedad mejor. El mismo lunes del anuncio, Nassib hizo una donación de cien mil dólares. A su donación le siguieron muchos más, NFL incluida. La ONG beneficiada se dedica a la prevención del suicidio entre los jóvenes LGBTQ.
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