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El as en la manga de Río: la emoción del adiós
Las despedidas de Usain Bolt, Manu Ginóbili y Michael Phelps les darán a estos Juegos el halo de trascendencia que no debe faltar
RÍO DE JANEIRO.– Podrá sentirse algún aroma nauseabundo, de esos que le quitan el sueño a protagonistas y visitantes hastiados de escuchar sobre aguas contaminadas, al cruzar un puente cualquiera. Tampoco puede soslayarse, desde el aeropuerto mismo, esa extraña percepción de estar desembarcando en una ciudad militarizada, generando la dualidad mental de no saber si sentirse protegido o inseguro. Es un Río distinto al de otras veces, aunque sus rutinas se conserven. Pero al margen de esas circunstancias, el Mundo Nuevo que propone Río 2016 tiene un as en la manga que cualquiera de sus competidores en la historia olímpica anhelaría fervientemente: el de la emoción del adiós. Una escala que excede a los conocimientos, a las pasiones, al fanatismo, a los gustos. Porque fluye desenfrenadamente y queda inmortalizada.
El deporte nunca estuvo exento de la incertidumbre a futuro, aunque probablemente ese factor se haya potenciado con el auge del marketing y lo mediático. Precisamente porque los mayores temores están cifrados a partir de la salida del centro de la escena de los grandes nombres, movilizadores de las marquesinas comerciales. ¿Cuántas veces escuchamos hablar “y después de Carl Lewis, qué”? Concepto que aplica perfectamente a numerosos símbolos de todos los tiempos, atletas que marcaron épocas, algunos con marcas que demandaron hasta 22 años para ser superadas, como los 8,90 metros del salto en largo que Bob Beamon dio en México 68 y que cayeron en el Mundial de Tokio 1991, con los 8,95 de Mike Powell. De todas maneras, siempre hubo un mañana. Para el debate, o no, sobre quién fue mejor, pero el heredero llegó. Con mayor o menor ángel. Maurice Greene estuvo lejos de ser un Usain Bolt, pero cumplió una función de enlace, junto con otros grandes protagonistas, hasta la irrupción del crack universal. El que trasciende los límites.
No fueron pocos los que sudaron frío con el desgarro de Bolt, en Kingston, a principios de julio. Y que se tranquilizaron con su regreso en Londres, sólo tres semanas después, ganando en la prueba de los 200m. Río 2016 sin Bolt hubiese sido un impeachment al sentimiento. Porque cómo él mismo lo reconoció, todo cambia, incluso para privilegiados físicamente: “¿Qué siento de distinto de Pekín 2008 a ahora? Tenía 21 y las lesiones se curaban en días. Ahora son semanas o meses”. Otras rutinas y también otros hábitos: más cereales y leche que nuggets de pollo en su dieta alimenticia, por ejemplo.
Con seis oros consecutivos en los 100m, 200m y 4x100m entre Pekín 2008 y Londres 2012, a los 29 años, Bolt será uno de los ejes de la emoción. Suena a utopía imaginar un Tokio 2020 en su vida, cuando en rigor lo que se está planteando, eventualmente, es competir uno o dos años más. Despedirlo será un honor para Río, sea cual fuere su cosecha.
Aunque en materia de honor, nada tiene que envidiarle aquel niño con déficit de atención al que un día lanzaron al agua como terapia y que se transformó en el máximo ganador de medallas en los Juegos. El que llegó para decir que 8 doradas en una competencia (Pekín 2008) eran mejores que las 7 de Mark Spitz (Munich 1972), ése que parecía destinado a no tener un heredero de su dimensión, aunque el propio Michael Phelps lo había hecho tambalear con sus seis victorias en Atenas 2004. Con un 18-2-2, esos 22 podios de Phelps, a los 31 años, más lo que sume aquí, ameritarán más de una mirada empañada por la admiración en el Estadio Acuático Olímpico.
Habrá despedidas tácticas, virtuales si se quiere (¡cómo faltarían en estos tiempos!). Nos quedamos con dos, por diferentes motivos. Las de Roger Federer y de Yelena Isinbayeva, ambos con 34 años y el magnetismo intacto. Al suizo lo frenó el físico; a la rusa, el escándalo por doping y la exclusión de los atletas. Río los extrañará horrores, pero también les dice hasta siempre.
El rincón argentino tendrá una función especial, sentida como pocas. Porque aún con el recambio y las ilusiones, cuatro de los fundadores del Equipo del Pueblo estarán brindando su despedida olímpica. Doce años después de aquel mágico 28 de agosto ateniense, con pechos dorados y coronas de laureles. Manu Ginóbili (39), Luis Scola (36), Andrés Nocioni (36) y Carlos Delfino (33) afrontan el último capítulo bajo el influjo irresistible de los anillos; de un viaje de egresados eterno que hoy ya no los tiene como jóvenes impetuosos, sino como padres dispuestos a dar el latido final de un orgullo bien ganado.
Río 2016. La bienvenida de los Juegos a América del Sur. Con puntos grises, sí, pero imbatibles en la emoción que provoca un adiós.
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