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El arte de leer el juego
LA SERENA.- "Siempre prefiero a un rival que me espere. Yo no quiero que me vengan a atacar, yo sufro cuando me atacan. Para mí, no es un sufrimiento ver cómo te hago daño, mi sufrimiento es cuando pasaste la mitad de la cancha y la pelota la tenés vos. Después tengo que ver cómo defiendo los grandes espacios que te dejo, pero me acostumbré a que el control lo tengamos nosotros."
El Tata Martino no dijo lo que dijo anoche, después del vertiginoso debut en la Copa América contra Paraguay, sino unos cuantos días antes, cuando seguía dándole forma a su postulado futbolístico. No importa el cuándo, en este caso, sino el qué, que quedó más demostrado que nunca en La Portada, el pequeño estadio de La Serena donde el partido comenzó con un sol agradable y terminó en noche bastante más que fría. Más o menos como el primer y el segundo tiempo de la Argentina.
En realidad, hubo tres equipos en la Argentina.
1) La favorita. La que refrendó que está mejor que en Brasil. Por el portento técnico de un jugador como Messi, cada vez más integral, capaz de cuerpear con tres defensores paraguayos juntos, hasta dejarlo expuesto al error grosero a Samudio, y de tirar un caño en retroceso, para limpiar la jugada en la mitad de la cancha y cambiar de frente en busca del ataque por el otro lado, lejos de su zona de confort, allá por la derecha. Y por el portento físico de alguno de ellos, como Agüero. La del primer tiempo, en definitiva.
2) La dormida. Confiada en la calidad del recurso individual, aliviada por una rival que no le había ofrecido equivalencias, dejó pasar su tiempo mientras el otro lo aprovechaba. Si los primeros 45 minutos habían demostrado cómo dos entrenadores de igual nacionalidad pueden plantear una manera de jugar tan diferente, el segundo mostró algo de la habilidad que los paraguayos fueron a buscar en Ramón. Obligado o convencido, Ramón Díaz movió antes las piezas que el Tata Martino. Derlis Benítez por Ortiz, primero; Edgar Benítez por Bobadilla, después, y Lucas Barrios por Santa Cruz, finalmente, terminaron de equilibrar lo que en la primera parte no había tenido equivalencias.
3) La desconcertante. Cuando ya hacía rato que Kun no gravitaba, que Pastore no concretaba y que Banega se había diluido, el Tata juntó más de lo que en sus postulados parecía posible reunir: Tevez e Higuaín juntos en la cancha, para acompañar las ráfagas de Messi. Ya era demasiado tarde. Otamendi, Garay y Romero, en ese orden, que en el arranque habían demostrado que estaban listos para la exposición esporádica, ya no pudieron ante el asedio mano a mano.
"Siempre prefiero a un rival que me espere. Yo no quiero que me vengan a atacar", había dicho Martino hace bastantes días. Parece que Ramón lo leyó mientras se jugaban los primeros 45 minutos.
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