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El apoyo sin límites de una multitud
Los simpatizantes de San Lorenzo desataron una fiesta que se debían tras tiempo de angustia; hubo llantos, reclamos desesperados y un coro de respaldo inquebrantable
En el entretiempo, mientras su adorado San Lorenzo pasaba a formar parte de los equipos que disputarían el torneo de la primera B Nacional durante la próxima temporada, el canoso de impermeable rojo usaba una de las manos para apretar la radio contra su oído; la otra la mantenía en su boca, para arrancarse las uñas con vehemencia, una por una, y sin poner atención a los daños estéticos.
La angustia que este hincha reflejaba se multiplicaba por los miles que en la tarde de ayer llenaron el Nuevo Gasómetro con una premisa: alentar al equipo por sobre todas las cosas; más allá de los nombres, más allá de los antecedentes. Todos parecían de acuerdo, esa era la manera de colaborar desde afuera para ayudar a los jugadores, que a fin de cuentas serían los únicos en condiciones de salvar a San Lorenzo de descender de forma directa.
Los abrazos en el playón de ingreso al estadio, y también dentro del Pedro Bidegain, parecían esta vez más fraternales que de costumbre entre los que habían conseguido su entrada para asistir a lo que sería un día histórico para la institución, para bien o para mal.
Media hora antes del comienzo del partido ante San Martín, la capacidad estaba casi desbordada. Las acciones en las tribunas empezaron con una coreografía de brazos que se movían en sincronía, de abajo hacia arriba, juntando las palmas sobre la cabeza para aplaudir, mientras entonaban un himno que erizaba la piel.
Segundos antes de que el equipo pisara el césped, los que estaban en la platea Sur ordenaban los carteles de colores, que bien distribuidos formaban prolijos bastones azules y rojos. La escenografía aumentaba las expectativas, los jugadores debían entender lo que se estaban jugando; escuchar la voz del hincha de una buena vez.
La acción comenzó rápido y bien mientras los encargados de pasar el parte radial informaban del gol de Godoy Cruz, ante Atlético Rafaela, en Mendoza. No obstante, el estallido se sintió como tantor propio -con abrazos y todo- cuando Colón empezaba la demolición de un casi derrumbado Banfield, en el Sur.
Poco después, casi nadie se atrevía a comentar el repunte de los rafaelinos, mientras daba vuelta el partido y escapaba de todo, y los que lo hacían, preferían dar la noticia al oído de quien los consultaba al respecto. Tenían un acuerdo tácito, que toda manifestación debía girar en el aspecto positivo. Sin embargo, cuando Emmanuel Gigliotti dejó pasar la oportunidad de convertir en posición inmejorable, los insultos caían desde los cuatro costados como piedras. Era inevitable.
San Martín abrió el marcador cuando San Lorenzo estaba más impreciso y los hinchas de la platea preferían ni mirarse. El empate llegó rápido para no darle paso a las nubes, y todos volvieron al aliento desesperado.
El entretiempo les dio a los hinchas locales el alivio. Durante quince minutos podían bajar un poco las tensiones, y dedicarse a respirar un poco.
El segundo tiempo fue un circo romano, a puro insulto, reclamo y murmullo, hasta que Kannemann desató la tensa fiesta, que recién comenzó a ser tal con el gol del uruguayo Carlos Bueno. El 3-1 eyectó a todos los presentes de sus asientos hasta el final del partido. Muchos alentaban a grito pelado, abrazados a los suyos. Otros preferían que la procesión fuera interna, y consumaban el alivio que se supone levantarse luego de estar casi enterrado.
El estadio se movía y, en el medio de tanta euforia, el canoso del impermeable rojo, radio en mano, miraba al cielo y soltaba una lágrima.
UNA SITUACIÓN CURIOSA
Los hinchas de San Martín, de San Juan, debieron aguardar que la parcialidad de San Lorenzo se retirara en su totalidad del estadio, cuando en general ese tipo de evacuaciones se realizan de manera inversa; eso provocó el enojo de los cuyanos.
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