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El año de las pérdidas, y también el de los reencuentros
"Celebremos a los que se fueron". Sports Illustrated, una de las revistas más míticas en la historia del deporte mundial, pide en su última portada un "último guiño a los titanes" que murieron en 2020. Y allí están desde Kobe Bryant a beisbolistas veteranos que mató el Covid-19. Todos estadounidenses. Menos Diego Armando Maradona, que aparece con pelota al pie, en el centro de la escena. En el año de estadios vacíos, cánticos grabados, burbujas sanitarias y pasiones vía zoom, el adiós a Maradona rompió distancias y unió corazones. Nada podrán hacer ante eso todas las disputas judiciales que lleguen ni viejos videos íntimos filtrados por algunos cuervos. Tampoco la difusión de los negocios en Venezuela. Difícil que la marca Diego Armando Maradona pudiera haber servido de imagen a Disney World. Otro enorme artista popular, el mexicano Armando Manzanero, que murió este lunes por el virus, escribió en 1967 "Contigo aprendí". Es el bolero en el que canta que podría irse "mañana mismo de este mundo", porque "las cosas buenas ya contigo las viví".
El año de pérdidas fue también el año en el que los deportistas dijeron como nunca antes que eran algo más que meros entretenedores. Los obligaron a volver en plena pandemia para cumplir con millonarios contratos de TV. Nada era normal, pero los deportistas debían avisarnos "la vuelta a la normalidad". Los aislaron y los consideraron "trabajadores esenciales". Y, al menos en Estados Unidos, fueron realmente esenciales. Ayudaron ya no al rating de la distracción colectiva, sino a construir un país más democrático. Usaron ellos mismos al show para declararse en huelga porque la policía siguió matando a ciudadanos negros. Y fueron actores claves para el voto que desalojó a Donald Trump. Lo hicieron la NBA de LeBron James y la WNBA de las mujeres. Y cientos de deportistas más de otras Ligas también poderosas que no temieron en confrontar con patrones, patrocinadores, TV y aficionados que sólo querían que ellos siguieran jugando.
Fue, además, una protesta globalizada. Se sumaron figuras como la tenista Naomí Osaka o el campeón británico de Fórmula 1, Lewis Hamilton. En la Premier League, los futbolistas retomaron inmediatamente el gesto de reclamo apenas después de que algunos fanáticos furiosos comenzaron a abuchear a sus jugadores arrodillados. Hasta la Champions League vio cómo se paraba uno de sus partidos en París por una denuncia de racismo. Fueron deportistas que, aún sin gente en los estadios, decidieron estar con su tiempo. Y con sus orígenes. Por eso fue justo que Sports Illustrated entregara en 2020 su tradicional premio anual no a un campeón individual, sino al "Atleta activista".
Y si el negocio de Globe Soccer Awards premió el lunes en Dubai a Cristiano Ronaldo como el mejor jugador del siglo XXI (aun cuando falten todavía ochenta años por jugarse), la BBC distinguió en cambio a Marcus Rashford, el atacante de Manchester United que obligó al gobierno de Boris Johnson a mantener las raciones de comida durante el verano en las escuelas de los niños más vulnerables. Rashford, de apenas 23 años, promueve ahora una lucha nacional contra el hambre. Inició también otra campaña para que los niños puedan leer, porque a él, además de pan, también le faltaron libros. Leyó el primero cuando tenía 17 años. Cuenta que cambió su vida.
En un documental flamante de la BBC, Mel, madre soltera con cinco hijos y tres trabajos, recuerda aquellos años duros. Y el fútbol como salvación. Pero "el sistema –dice Marcus– no fue construido para que familias como la mía tuvieran éxito, independientemente de lo mucho que trabajara mi madre". Lo mejor del documental sucede cuando Marcus recibe una llamada telefónica de Boris Johnson. El primer ministro se esfuerza explicándole las nuevas políticas de su gobierno para atenuar la pobreza.
En el año de la pandemia, cada uno procesó sus propias pérdidas. Jerry Brewer, columnista deportivo del Washington Post, contó días atrás que en dos semanas perdió a dos abuelos y a un tío abuelo. Que por el virus debió "asistir" a los funerales a través de una computadora. Y que así también debió consolar a su padre devastado. En una crónica íntima, Brewer, que mide casi dos metros, contó que él mismo, alarmado tras un malestar serio, decidió que era hora de perder kilos. Bajó de 155 a 95. Ganó liviandad, pero, en medio de tanta pérdida, su cuerpo se hizo más pesado. "Peso perdido, gente perdida, inocencia perdida, paciencia perdida, apatía perdida. En un sentido filosófico –escribió Brewer–, vivir es perder".
Para aliviar el dolor por el abuelo que se iba consumiendo, Brewer contó que ambos compartían un rito. "Parece que has perdido peso", le decía mientras lo abrazaba. "Y parece que lo encontraste", respondía el abuelo. Brewer pensó en el abuelo y pensó en el deporte. Escribió que aficionados y prensa perciben ganar y perder de modo muy distinto a como lo sienten los mejores deportistas. Los primeros exageran cada resultado. Los segundos miran más allá de victoria o derrota. Como el abuelo muerto, siempre encuentran algo, aún en medio de tanta pérdida.
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