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El adiós a un personaje entrañable del periodismo: Tito Travaglini, el hombre siempre presto y que amaba divertir
Imposible no quererlo, incluso en los momentos en que más de uno deseaba "acogotarlo". Sabía cómo caer bien y le sacaba jugo al personaje: le encantaba divertirse divirtiendo a los demás. Tenía una gran sensibilidad. Y si algo le encantaba profesionalmente era estar al pie del cañón cuando había que solucionar una emergencia. Difícilmente tendría un "no" aunque llevase 20 horas sin dormir.
Carlos Alberto Travaglini tenía 62 años. Pocos sabían sus nombres. Era Tito. Se enorgullecía cuando le preguntaban la fecha de nacimiento: "El día que Brasil ganó su primer Mundial, el de Pelé". Era el 29 de junio de 1958. Porteño, habitante del barrio de Liniers, Vélez terminó compartiendo sus simpatías con el alma racinguista que trajo desde la cuna. Le encantaba ir a ejercitarse al polideportivo del club y prenderse en algún partido de fútbol o de básquetbol. Se ponía una vieja camiseta con el 10 del Mago: Daniel Willington. Y si la acción se cerraba con un buen asado, mucho mejor.
Trabajó como cadete en una financiera mientras estudiaba periodismo deportivo. Escuchaba todas las audiciones radiales y solía extender sus días hasta las madrugadas. Ningún problema si había que cenar bien tarde, el sueño recién llegaba con la salida del sol y el día empezaba técnicamente recién al mediodía. Fueron hábitos que rara vez abandonó.
El rugby fue el deporte que le abrió las puertas en LA NACION, allá por 1986. Trabajó como colaborador hasta 2003, año en el que fue efectivizado. Dejó la empresa en 2014, luego de 28 temporadas, y estuvo en las redacciones de la calle Bouchard y de Vicente López. Puntilloso con los nombres de los jugadores de rugby, conocía a casi todos. Cubría muchos partidos nocturnos de fútbol, sean torneos locales o internacionales. Y guardaba un orgullo muy especial cuando transitaba por las instalaciones de Vélez como asociado: el saludo infaltable de José Luis Chilavert cada vez que se cruzaban. Conoció al arquero paraguayo en una entrevista y desde entonces hubo una relación mutua de respeto y afecto.
Fue el eje de miles de anécdotas en la sección Deportes de LA NACION, pero no hubo lugar de la redacción que no transitara desparramando su simpatía. Y sus tics: cuando surgía un nuevo deportista con un nombre extraño para pronunciar, lo repetía hasta el cansancio, poniendo un énfasis muy particular, taladrante. O acomodarse el pelo y testear continuamente cómo iba evolucionando un injerto al que se sometió con convicción.
Tito era capaz de dejar perplejo a un compañero durante una cobertura en la vieja cancha de Chacarita, en San Martín, luego de un partido con Vélez. A la salida, luego de que el partido se hubiera suspendido por una agresión a Chilavert, y rodeados de unos 50 hinchas de la barra brava del Funebrero ávidos de gresca, le preguntó: "¿Diego, vos ya te vas para Liniers? ¿Me llevás?". O de sorprendernos a todos con dos docenas de empanadas al llegar una noche a la sección. "Es que acerté en la quiniela", aclaró. Al rato, los comensales se transformaban en una suerte de dragones: la ingesta de carne picante causó estragos y no alcanzaban ni los matafuegos.
También era capaz de no dormir por el trabajo. Como en el Mundial 2002 de Japón y Corea del Sur. LA NACION publicaba dos ediciones, matutina y vespertina, producto de la diferencia horaria y de la programación de partidos. Tito cubrió un entrenamiento de fútbol, llegó a la redacción, hizo la nota, cenó y empalmó con el grupo que entraba a trabajar a la 1 de la madrugada para la vespertina. Y se quedó hasta la media mañana del día siguiente. Bautizó esa jornada como "Las 24 horas de Bouchard".
Soltero, de buen comer (algunos se sorprendían cuando después de una picada generosa, a la hora se iba a cenar), se enamoró de la ciudad correntina de Paso de los Libres donde tendría una ahijada: Maripaz Itatí. Se le iluminaba la mirada al hablar de ella.
Disfrutaba mucho de las interminables noches en los 36 Billares y las caminatas para facilitar la digestión. Rockero y admirador de Freddie Mercury. "Es el mejor de todos", decía sobre el vocalista de Queen. Tito llegó a sacarle sonrisas a un hombre de gesto adusto como Julio César Falcioni cuando cubría los entrenamientos de Vélez y llegaba con vestimenta antigua de "runner" a la charla con los medios. Se vida se fue apagando los últimos años y, extrañamente en él, siempre muy cuidadoso con su salud, el temor al Covid-19 y al contacto con los médicos lo alejó de los chequeos.
La tristeza de hoy por su viaje a la eternidad seguramente se transformará en las sonrisas del mañana al recordarlo. Es que hay personas que son precisamente inmortales sin proponérselo. ¡Hasta siempre, Tito!
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