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DOHA, Qatar.- Doha, la capital qatarí, es un oasis en medio del desierto. Toda artificial, de casas color crema y edificios que acarician las nubes, se expande hacia los cuatro puntos cardinales. Pero, sobre todo, hacia arriba. Su microcentro es de ciudad estadounidense: largas avenidas, ínfimas veredas y sendas peatonales que no suelen respetarse. En este emirato que reposa sobre el Golfo Pérsico es más común tener un auto que ver a un nativo: apenas el 10% de los casi cuatro millones de habitantes estables nacieron aquí. A fin de año, esta torre de Babel tendrá aún más visitantes ilustres, ya que el gobierno espera 1,3 millones de hinchas del fútbol. Serán los peregrinos del Mundial. El primero de la historia en una sola ciudad. Así de excéntrico.
Los brazos de Doha son importados. El país se hace con inmigrantes. Bangladesíes, indios y pakistaníes manejan taxis o trabajan para las aplicaciones de pasajeros. Pueden llegar a hacer unos 2000 dólares por semana. Muchos compatriotas suyos trabajaron en la construcción de los estadios que albergarán los partidos de la Copa del Mundo. La ONG Amnistía Internacional habló de “miles de obreros fallecidos” durante los trabajos; el diario inglés The Guardian cifró el número de víctimas en 6.500. Qatar niega las cifras y, al hablar sobre el tema, asegura que el número informado tiene en cuenta múltiples motivos para el fallecimiento de los obreros, y alega que no están directamente relacionados con las obras.
A golpe de vista, Doha está en obras. Tiene un bulevar costero, que serpentea el golfo. El alumbrado público se asemeja a una palmera, típica de esta parte del mundo. Y hay una construcción granítica que parece una tribuna de seis o siete escalones. Con un palco oficial. Sí, en plena avenida. Todos los 18 de diciembre se realiza allí el desfile por el Día Nacional de Qatar. “Lo mandó a construir el emir”, dicen en la capital, en un inglés casi improvisado. Esa avenida, Corniche, funciona como la costanera porteña. De un lado, el mar, con playas de arena blanca y el puerto a lo lejos. Del otro, moles de cemento que miran al oriente y se calientan cuando el sol despierta.
Doha es una ciudad de contrastes, como el de las autopistas sin peaje que recorren el desierto y que comunican la capital, única gran metrópoli del país, con las ciudades-satélite. A un costado se divisa el mismísimo desierto. Y construcciones a tono, como un fuerte gigante que funciona de cuartel de las fuerzas de seguridad. Está camino al estadio de Al-Rayyan, allí donde Perú quedó eliminado por penales ante Australia; allí donde Costa Rica selló su clasificación frente a Nueva Zelanda. Fueron los dos partidos que, en junio, le dieron la bienvenida al Mundial bajo el paraguas del repechaje.
Con acento europeo, árabe o incluso sudamericano, el inglés es la lengua más hablada en este país. Tanto, que la mayoría de los carteles en árabe están subtitulados en aquel idioma, casi universal. Al lenguaje del fútbol, en cambio, no le hacen falta traducciones. Cuando los hinchas argentinos pisen el inmenso aeropuerto de Hamad, en las afueras de Doha, se encontrarán con un tótem gigante que tiene el logo de la FIFA. Funciona como punto de encuentro, y allí podrán quedar con sus respectivos transportes para que los lleven a sus hoteles o a los lugares en los que se alojen durante el Mundial. No hay forma de perderse.
Puntos de interés
La salida de la estación aérea (que tiene una mezquita y una pista privada para el emir del país) ofrece una autopista hacia el centro de la ciudad. Primer punto de interés: al llegar al puerto, y de la mano derecha, los viajeros podrán ver el estadio 974, allí donde la Argentina de los Lioneles (Scaloni y Messi) jugará con México (de Gerardo “Tata” Martino) su segundo partido del Mundial. Al fondo, y recortada sobre la costa, la ciudad de Doha. De día, cemento puro. De noche, luces de neón. Siempre, en obras.
La ciudad está acostumbrada a atraer grandes eventos deportivos. Hay gigantografías con la leyenda “Now is all” (“Ahora es todo”, en inglés), el eslogan del mundial. En otros carteles publicitarios aparecen los futbolistas del seleccionado local, que participará de la Copa del Mundo por ser el organizador. En primer plano, Almoez Ali, el 9 del equipo. El goleador que nació en Sudán. El centrodelantero importado.
Sobre Corniche, la costanera, hay un cronómetro oficial con la cuenta regresiva al primer partido del torneo. Lo aporta uno de los sponsors de la FIFA. A su alrededor, y con el mar de fondo, las banderas de los 32 equipos que participarán. Están ubicadas en forma cronológica. La Argentina, celeste y blanca, figura en el quinto lugar: consiguió su clasificación en noviembre de 2021. El lugar funcionará como punto de encuentro para los hinchas durante la Copa del Mundo. Y será reproducido hasta el hartazgo por las transmisiones de TV, casi tanto como las playas de Copacabana en Río de Janeiro (2014) o la moscovita Plaza Roja (2018). Primer consejo: el Mundial se jugará en invierno y puede llover, con temperaturas medias que varían entre los 24 y los 28 grados. Los argentinos que viajen deberán llevar un rompevientos o una campera impermeable. Están avisados.
Doha es asfalto y arena. No está hecha para peatones: veredas XXXS donde una familia de cuatro integrantes no puede caminar a la par. En el verano, la temperatura superior a los 43 grados desaconseja las caminatas. E incluso las selfies en plena vía pública: tomar un recuerdo puede provocar que los teléfonos recalienten y entren en modo de emergencia. Siempre hay tiempo para fotografías. A la sombra.
En Doha se puede comer un sándwich de pollo y un agua por 20 riyales (algo más de cinco dólares). Pero, también, pagar 25 riyales (6 dólares) por un café de especialidad. Un licuado refrescante junto al mar puede costar algo más de cinco dólares. Sentarse en un restaurante cinco tenedores no baja de los 100 riyales (30 dólares) por persona. Y de ahí para arriba, sobre todo si se piensa en una cena con vino.
No voy en tren, voy en Metro
Los organizadores del Mundial recomiendan que los hinchas concurran a los estadios en el Metro. Son tres líneas, construidas en tiempo récord (sí, con brazos importados) y vagones de lujo fabricados… en China. Funciona con tarjetas tipo SUBE que son recargables o con pases diarios, que cuestan 6 riyales (1,6 dólares) y permiten subir y bajar las veces que uno quiera durante cuatro horas. Se adquieren en máquinas expendedoras que hay en todas las estaciones, e incluso puede pagarse con tarjeta de crédito. En Qatar se puede vivir sin problemas con dinero electrónico.
El subte parece un tren de lujo: un tren cada cinco minutos, velocidades que alcanzan los 100 kilómetros por hora, conexiones USB en todos los vagones para recargar teléfonos celulares o tablets y hasta un lugar para dejar los bolsos mientras dure el viaje. El mapa de las estaciones está en inglés y en árabe, como corresponde a un país multiétnico y cosmopolita. Otro dato: durante la Copa del Mundo la frecuencia de los trenes aumentará y dispondrán servicios adicionales para trasladar a los hinchas a los estadios. Además, se ampliará el horario del Metro, para que todos los que asistan a los partidos puedan utilizar ese medio de transporte que, de hecho, será gratuito con la Hatyya Card, la Fan Id qatarí a la que tendrán acceso todos los que compren sus entradas para la Copa del Mundo.
Messi para todo el mundo
“Si los aficionados llegan y se van de los estadios en el Metro, nos será mucho más fácil organizar el ingreso y la desconcentración”, dice Tamim Elabed, gerente de operaciones del estadio de Lusail, allí donde la Argentina jugará contra Arabia Saudita (el debut) y Polonia (tercer partido). De todas formas, y más allá del fomento al subterráneo, los hinchas de billeteras más generosas seguirán apostando por el auto. El petróleo, baratísimo (0,7 dólares el litro de nafta), hace que alquilar un coche sea una buena opción. Otra posibilidad es subirse al coche de alquiler de Muhammad, que se maneja con aplicaciones como Uber o Cabify.
-¿Argentinos? ¡Maradona, Messi!-, se alegra al reconocerme por el acento.
-¿Cuánto cuesta vivir en Qatar?-, le pregunto.
-Unos 300 dólares para alquilar una habitación. Y otros 300 para comer todo el mes-, responde. Lo que cobra como conductor por los viajes le alcanza y le sobra: hace un promedio de 170 dólares por jornada. Vamos desde el estadio de Al-Rayyan al centro de Doha y se pasa buena parte de los 25 minutos que dura el viaje hablando de fútbol. Y de las reglas que hay en el país: “Acá hay que obedecer siempre. Hay reglas para todo: para trabajar, para desplazarse, para tener la ciudadanía, para jubilarse. ¡Para todo!”. Le hablo de cómo funcionan las reglas en la Argentina, mi país. Y le cuento que en Buenos Aires mucha gente compra alimentos en cuotas.
-¿En serio? Guau. Entonces acá no estamos tan mal-, vuelve a alegrarse. Y promete que en la Copa del Mundo hinchará por Argentina. Siempre y cuando Qatar, el país donde trabaja y donde vive desde los cinco años, quede eliminado, claro.
Muhammad tiene entradas para siete partidos de la fase de grupos, y para octavos de final y cuartos de final. No llegó a conseguir para semifinal y final, los más codiciados. Está en lista de espera: para los ciudadanos qataríes hay un precio preferencial, más barato que para los hinchas extranjeros: 40 riyales, algo así como 11 dólares, mucho menos que los 800 riyales o 220 dólares que cuesta la entrada más accesible para los extranjeros. Pertenecer tiene sus privilegios. “Esperemos que más adelante me toque alguna entrada para la final”, se despide tras recibir el pago electrónico del servicio que acaba de prestar. Un tip: la primera inversión que conviene hacer al pisar suelo qatarí es comprar un chip 4G con un plan de datos. Si bien es otro número telefónico, compensa el costo del roaming de cualquier compañía argentina. Por 70 riyales (unos 20 dólares) puede adquirirse un plan de 3 gigabytes.
Ley “semiseca”
Tomar alcohol en Qatar cuesta caro. Los lugares habilitados para el expendio de bebidas blancas pagan una licencia anual y recargan el valor de ese cánon a cada una de las botellas que venden. Así, una pinta de cerveza puede llegar a costar entre 15 y 20 dólares ($3525-$4700), cuando el precio real varía entre los 5 y los 7 dólares. Los frigobares de los hoteles no tienen una sola botella de whisky, ni de gin, ni de ron. Ni siquiera de vino. Están vacíos.
Hasta la cerveza sin alcohol es bastante más cara que el agua. Y un detalle: en los supermercados hay góndolas enteras con botellas que tienen la leyenda: “Alcohol free” (sin alcohol). El packaging y las etiquetas simulan a las marcas más conocidas de gin, vodka o ginebra. Pero no tienen una sola gota de contenido alcohólico. Están avisados: son “fake bottles” (botellas truchas).
“El alcohol está disponible en Qatar”, asegura Fatma Al-Nuaimi, directora de Prensa y Comunicaciones del Supremo Comité para el Legado de Qatar 2022. “Pueden encontrarlo en algunos hoteles, restaurantes y bares. No es parte de nuestra cultura, aunque estamos seguros de que habrá una experiencia satisfactoria para todos los fanáticos”, estima. Y agrega: “Para aquellos que quieran beber una cerveza durante el partido, habrá áreas designadas además de los hoteles, bares y restaurantes que ya tienen alcohol”. Dato al pie: la FIFA tiene un sponsor oficial de cerveza, que es Budweiser.
La del alcohol es una de las tantas reglas que quienes lleguen de afuera tendrán que respetar. ¿Podrán ser deportados quienes se besen en público? ¿El colectivo LGBT+ será perseguido? ¿Habrá condenas para quienes fumen drogas? ¿Está prohibido tener sexo fuera del matrimonio? La respuesta a todo eso habrá que buscarla en el sentido común. Ningún funcionario qatarí querrá ser “más papista que el Papa” y salir en cadena nacional por provocar un incidente diplomático con otro país por la expulsión de algún hincha sin motivo justificado.
Sí es cierto que Qatar obliga a observar determinadas cuestiones inherentes a su cultura. Y a respetar sus leyes como todo país organizador. En la entrada de un parque, por ejemplo, se deja bien en claro que los hombres no pueden llevar musculosa y las mujeres no pueden usar “vestimenta provocativa”. Algo parecido ocurre en los shoppings: todas las puertas de entrada tienen pegado un listado de reglas que hay que respetar en el interior. Una de ellas es “evitar las manifestaciones de cariño en público”. Otra regla: tirar basura en la vía pública tiene una pena de 10 mil riyales. Unos 2600 dólares. O $611 mil.
Ellos adelante y ellas atrás
Los hombres árabes van delante de las mujeres, que acostumbran a seguirlos (tapadas hasta el cuello), junto a sus hijas. Parejas y matrimonios no van jamás de la mano. Sino, simplemente, uno delante del otro. Ellos visten la típica túnica blanca. Ellas, de negro. Y sólo pueden darse un lujo: elegir la cartera que más sintonice con su personalidad.
Nadie tiene que alertarse si en medio de sus compras escucha por los altoparlantes rezos en árabe. La actividad no se detendrá, ni nadie se sentará en el medio de un pasillo a rezar. ¿La razón? En Qatar, los qataríes son abrumadora minoría. “En las salas de rezo hay que descalzarse antes. Todas tienen una especie de alfombra y hay una para hombres y otras para mujeres”, dicen empleados del estadio 974, construido con containers como unidad estructural. La escena se repite en shoppings, estaciones de subte y todas las construcciones cerradas en las que suele haber mucha gente. Todas estas costumbres seguirán durante el Mundial, casi un mes de competencia en el que el mundo bailará al ritmo de la pelota.
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