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Desde Brasilhasta Pelé
En un punto, los cantitos de cancha son como los chistes. Vienen dando vueltas por ahí, de boca en boca, a partir de un origen incierto o misterioso. Tienen su tiempo, su origen, su apogeo. De alguna manera, cubren una necesidad expresiva, un deseo de significado.
Los cantitos de cancha de hoy no son los mismos que hace treinta o cuarenta años. Todavía recuerdo, en mi niñez "A todas partes vaya con el campeón" usando un jingle de una publicidad de guardapolvos. O el "Sí, sí, señores, yo soy de equis" con el equipo que fuera, para rematar con el "salió el nuevo campeón", rimando con "corazón". Ahora parece de una candidez inaudita, la verdad.
Los que compusieron la musiquita de un Operativo Sol a principios de los 80, para esa publicidad en la que un chico se veía obligado a dejar a su perro Bobby antes de salir de vacaciones, jamás habrán imaginado que tres décadas después esa melodía atronaría en los estadios, devenida en el himno ecuménico de "Equis, mi buen amigo, esta campaña volveremo' a estar contigo".
Sucede. La lírica tribunera toma una melodía popular, inventa la letra y la pone a rodar un domingo cualquiera. En la cancha siempre me pregunto: ¿quién la inventa? ¿Son siempre los mismos? ¿Son miembros de la barra? ¿Nace de algún rincón de la popular? No lo sé. De ahí mis preguntas del primer párrafo.
Este Mundial de Brasil, entre otras particularidades (como abundancia de partidos interesantes, sin ir más lejos) ha traído una abrupta renovación del repertorio argentino. En una de esas por el agotamiento terminal de "la barra quilombera que no te deja, no te deja de alentar", o tal vez por el abigarrado número de argentinos en las tribunas, o por la abundancia relativa, dentro de ese número, de gente habituada a ir a la cancha, o por cierta convicción generalizada de que en este Mundial hay que hacer un papel importante sí o sí, o por una combinación de todos esos factores, desde el inicio del torneo los argentinos estamos batiendo el parche con el cantito de "Brasil decime qué se siente".
Seguro que los lectores lo ubican sin esfuerzo. El tema es "Bad Moon Rising", de Creedence. El cantito tribunero no nació con el Mundial. Es lógico. Habría sido muy difícil instalarlo de buenas a primeras si no llevase rodando los últimos dos años en las canchas argentinas. En diferentes versiones, lo cantaron hinchadas diversas, adaptándolo al deseo o necesidad de cada cual. En el caso de Independiente (por poner la cosa en mi propio amor doméstico) creció cuando el Rojo se acercaba al despeñadero del descenso, y la frase "Ahora que estamos en la mala" tenía un nivel de franqueza y aceptación del dolor que nos vino bien asumir.
Parece que la versión mundialista la hizo un grupo de flacos que viajó a Brasil al inicio del Mundial. Será como dicen. Pero lo llamativo es el modo en que prendió. La manera en que se generalizó. Y la forma en que viaja desde Brasil a la Argentina y de aquí de nuevo allá, en cada nuevo escalón del fixture. El martes, en San Pablo, se notó la condición de "visitante" de nuestra selección, entre otras cosas, porque la mayoría de brasileños en la tribuna tornó difícil que el cantito se hiciera masivo y sostenido.
¿Por qué tanto éxito para esta cancioncita? Tengo para mí que este cantito reúne mucho del folklore actual del fútbol argentino. Una especie de gragea antropológica, síntesis absoluta de nuestra manera de vivir, hoy por hoy, el fútbol. Hace unos años no hubiera funcionado. Dentro de unos cuantos más, no lo sé. Pero hoy reúne mucho de lo que buena parte de los argentinos piensan del noble deporte de la pelotita.
No estoy diciendo que me guste o me disguste esa síntesis. Me limito a describirla, tal como la vivo semana a semana viendo fútbol del nuestro, y escuchando a nuestras hinchadas.
Empecemos por el principio. El primer verso constituye un arranque demoledor en el que se consigue situar dos elementos esenciales: a quién le cantás y qué le querés decir. "Brasil" es el destinatario último y único de lo que la Argentina haga en el campeonato del Mundo. Ni siquiera lo hacemos para nosotros mismos. Es para Brasil. Para refregárselo en la cara. Así de simple. Cuidado: de allá para acá corre un flujo idéntico. El "ole" que bajaba de las tribunas del Arena Corinthians, cuando la toqueteaban los suizos, no era entonado por gente venida de los cantones alpinos. No señor. Eran brasileños que nos desean, en reciprocidad con nuestros propios anhelos hacia ellos, la peor suerte futbolística posible.
La segunda parte del primer verso tiene la claridad impoluta de los juicios futboleros de la actualidad. Blanco, negro. Sí, no. Vos, yo. "Decime qué se siente" busca transmitir la siguiente idea: "Como jamás voy a atravesar por la humillación a la que vos te has visto sometido, te pido que me expliques de qué se trata." "A mí eso no me pasó, ni me pasará. Vade retro, Satanás. Por eso, necesito que me lo expliques vos, pobre diablo". Palabra más, palabra menos, ésa es la idea.
"Tener en casa a tu papá". En la cosmovisión futbolera, la paternidad es cualquier cosa menos un vínculo sano o deseable. Nada de eso. La paternidad es un sometimiento. "Sos mi hijo" es sinónimo de "sos basura", de "sos mi esclavo". Equivalencias, digamos. No pretendo entrar en materia sobre la cuestión de fondo, según la cual la Argentina tendría una relación de dominio futbolístico sobre Brasil. Algunos expertos discuten al respecto, y yo no dispongo de elementos para zanjar la cuestión. Tal vez el observador imparcial objete un poco esa superioridad, partiendo del dato "duro" de que esos muchachos tienen 5 mundiales y nosotros sólo 2, pero para eso están los cantitos de cancha. Para obturar cualquier posible protesta del rival. Para acomodar el mundo a cómo queremos que sea. De modo que a Brasil sólo le queda seguir escuchando, qué tanto.
"Te juro que aunque pasen los años, nunca nos vamos a olvidar". Acá la métrica se nos trastoca un poco, y tenemos que acentuar "aunque" como si se dijera "aunqué". No importa. Lo que sirve es que avanzamos sobre la idea de eternidad. Nada cambiará el partido de Italia 90. No importa cuánta agua corra bajos los puentes. Aquello que te hice sufrir no tiene cura, no tiene vuelta, no tiene reparación. Para más datos, el cantito se solaza en la evocación detallada del gol argentino, por si algún brasileño ha desobedecido la orden de recordar a perpetuidad. "Que el Diego te gambeteó, que Cani te vacunó" (de nuevo aparece la cuestión del sometimiento: un psicoanalista a mi derecha, por favor), y un cierre otra vez en la sintonía del dolor eterno infligido: "Que estás llorando desde Italia hasta hoy." Vuelven a surgir dificultades de acentuación, pero bueno, que esto tampoco es de Góngora, no jorobemos.
El final del cantito hilvana tres apellidos clave. Primero se confía en el heredero de la gloria: "A Messi lo vas a ver, la Copa nos va a traer", y para rematar se declara el axioma principal de nuestra argentinidad futbolera: "Maradona es más grande que Pelé".
En un círculo que cierra perfecto, desde alfa hasta omega, "Brasil" es la primera palabra, "Pelé" es la última. En medio, todo lo que tuvimos a bien decirles a los locales. Un día, un partido, una eliminación, elevada a la categoría de instancia última e inapelable de nuestra superioridad.
¿Está bueno el cantito, o es un fiasco? ¿Ingenio de futboleros o finta de compadritos? ¿Gana las tribunas porque nos representa o porque no se nos ocurrieron otros? ¿No se nos ocurrieron otros porque no supimos, o porque decidimos no necesitarlos?
Preguntas. Un montón de preguntas para las que no tengo respuestas. Cosa que suele ocurrirme desde siempre. Y cuanto más viejo me pongo, más todavía.
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