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Deporte y Torres Gemelas, 20 años después
Veinte años atrás, los estudiantes de Stuyvesant High, una escuela pública a metros de las Torres Gemelas, volvieron a jugar al fútbol americano mientras los bomberos seguían buscando cadáveres entre los escombros. Cuando aparecía un cuerpo sonaba un cuerno. Algunos alumnos rezaban. El 11 de septiembre de 2001 habían evacuado la escuela despavoridos. Corrieron temerosos de ser aplastados si otros edificios caían. Permanecía un olor espantoso cuando volvieron en octubre. El béisbol de las Grandes Ligas, “pasatiempo nacional”, ya había retomado su actividad diez días después de la tragedia. El gobierno precisaba que Nueva York diera señales de “vuelta a la normalidad”. En el barrio de Queens, casa de los Mets, hubo himno, banderas y gritos de “¡U-S-A!”. Y los Yankees, crédito local, se convertían en símbolo de la recuperación. Jugaron su temporada más emotiva. El presidente George Bush (h) era ovacionado en el estadio. Era la patria hecha show.
Apenas después del ataque, ESPN acopló su señal a su cadena hermana ABC. El periodista Bob Ley, presentador de ESPN “SportsCenter”, logró colar al menos un especial de una hora. “Todos sabemos que el deporte es ahora un tema secundario. Aun así, hay noticias que informar esta noche”, abrió Ley el noticiero. Estados Unidos invadió Irak y Afganistán. “SportsCenter” viajó a Kuwait y “Fox NFL Sunday” visitó la base aérea de Bagram, en Afganistán. El célebre programa puso ropa de mártir a Pat Tillman, el astro que había renunciado a su contrato millonario en la NFL para ir a la guerra. El Ejército encubrió que Tillman había muerto por “fuego amigo” y Fox formó parte del engaño. De la cultura de guerra y de venganza. En 2015, un informe del Congreso descubrió que el Pentágono había pagado a la NFL y a otras Ligas deportivas 6,8 millones de dólares. “Patriotismo pago. “En las últimas dos décadas, dijo días atrás Steve Kerr, entrenador de Golden State Warriors de la NBA, todos hemos sido objeto de manipulación patriótica de muchas maneras”.
En 2016, Colin Kaepernick comenzó a arrodillarse y la ola fue imparable. Algunos creen que el inicio de la renovada protesta social en Estados Unidos fue “Occupy Wall Street”, un reclamo por la desigualdad económica que cumplirá diez años este viernes y que, según muchos, inspiró en 2020 a “Black Lives Matter” (BLM), la queja masiva por la brutalidad policial contra la población negra. Kaepernick, que comenzó a arrodillarse en medio de ambos movimientos, hoy es libro flamante (Efecto Kaepernick: Arrodillarse, Cambiar el Mundo, de Dave Zirin) y documental inminente de Netflix (“Colin in Black & White”). La NFL adhiere ahora a BLM, seguirá tocando el himno nacional de los negros (un poema musicalizado en 1905) y concede leyendas en los cascos de los jugadores. Pero sus ex futbolistas negros siguen sufriendo escandalosos criterios raciales que dificultan el cobro de indemnizaciones por conmociones cerebrales. Y Kaepernick lleva ya cinco años sin conseguir equipo.
La división estos días en Estados Unidos tiene como tema la dura resistencia de gobernadores republicanos a cualquier forma de semiobligatoriedad de las vacunas contra el Covid 19 que quiera imponer el presidente Joe Biden. Algunos de esos Estados, que tienen otra vez al borde a sus Unidades Intensivas, sí evalúan en cambio obligar a que siga cantándose el himno nacional antes de cada partido, del deporte que fuere, si el juego es financiado en parte con dinero público. El himno antes que la vacuna. La canción patria “refuerza nuestro sentido de pertenencia” y debe ser respetada, afirma también la NBA. El deporte, justificó el comisionado Adam Silver, ayudó “en tiempos difíciles” y la gente “anhela esa unión física”, esa “sensación de estabilidad y comodidad” y de “comunidad real que es difícil encontrar en cualquier otro lugar”.
El sábado, tras perder la final del US Open contra la británica Emma Raducanu, la juvenil tenista canadiense Leylah Fernández, que ni siquiera había nacido cuando cayeron las Torres, emocionó cuando pidió otra vez el micrófono para recordar el vigésimo aniversario de la tragedia. “Sólo quería hacerles saber que son tan fuertes, tan resistentes”, dijo Fernández a los aficionados. Al día siguiente, los Yankees y los Mets jugaron algo más que el clásico del béisbol neoyorquino. El estadio se vistió de homenajes, banderas y gritos de “¡U-S-A!”.
Biden y sus predecesores Bill Clinton y Barack Obama participaron de una ceremonia oficial. Donald Trump, en cambio, reapareció en Miami para hacer de comentarista en el “combate-circo” del luchador de artes marciales Vitor Belfort, que destrozó en apenas un minuto al ex campeón mundial de boxeo Evander Holyfield, de 58 años. “Eres un gran patriota”, felicitó Trump a Belfort, que es brasileño. Sus fanáticos le gritaban que quieren su vuelta a la Casa Blanca (muchos de ellos marcharán el sábado otra vez al Capitolio pidiendo por los manifestantes que están detenidos tras el ataque del 6 de enero pasado denunciando “fraude” y pidiéndole a Trump que no entregara el poder). Suspendido en varios sitios de redes sociales, el ex presidente contó el sábado por la noche que había “mucha gente” mirando ese circo-boxeo de Miami. “Y no puedo imaginar por qué”, agregó riéndose. Sus fanáticos también gritaban “¡U-S-A!”.
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