Llora Delfina, auténtica, y no le importa que se note. Sus lágrimas son un imán: de pronto, los Juegos Olímpicos de la Juventud se condensan en ese natatorio. Buenos Aires es ahora Delfina, y la tele se ocupa de que sus ojos húmedos inunden todo el país, de repente. Es un instante, un fogonazo que estremece. Llora Delfina con la palma abierta de su mano izquierda, que muestra la razón de su llanto. Su abuela Amalia, contenida en un corazón dibujado a pulso de fibrón, murió justo una semana antes de que ella se tirara al agua a buscar las medallas más importantes de todas las que ya juntó, con apenas 18 años. Ella nada conmovida, empujada por su abuela, dirá después, cuando alguna palabra le brote mientras a su espalda la emoción inunda el Parque Roca. Los Juegos podrían clausurarse ahora mismo: ya nada explicará mejor qué es eso de la esencia del deporte.
No hay recompensa sin esfuerzo. La idea la tiene bien aprendida esta chica que tenía 12 cuando decidió tomarse muy en serio la natación, la disciplina que enseña la profe Paula, su mamá. El agua es su hábitat unas cuatro horas, seis días a la semana. Así de impiadosas son las rutinas de los que quieren ser campeones: Delfina Pignatiello se levanta todos los días a las 4.50 porque 40 minutos después tiene que estar nadando en la pileta municipal de San Isidro, en el primer turno de entrenamiento de la jornada. Y habrá otro a la tarde, sazonado con la cursada de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de San Andrés. Sus privaciones son típicas de un prodigio deportivo: la abanderada del colegio Cardenal Spínola se perdió el año pasado el viaje de egresados a Bariloche. Estaba nadando en Australia. Como nadó en los Juegos hasta ganarse dos medallas de plata.
Delfina es fresca. Capaz de escribir, después de recibir el premio a la mejor nadadora argentina del año, estatuilla en mano: "La gorda bajó del escenario y lo primero que hizo fue entrarle al helado". Capaz también de recibir a los curiosos en sus redes sociales con una dedicatoria: "Hola, stalker". Delfina sabe quién es y cuánto vale: "Querida mujer, sos demasiado hermosa, demasiado inteligente, demasiado fuerte. Nunca te conformes con menos", se planta en Instagram. Delfina prefiere ser Calu, si está arropada por su familia y sus amigos. Delfina es agradecida: repite que lo mejor que recibe de sus papás no es solo el apoyo, sino que nunca la presionan. Será lo que deba ser. Ahora que su nombre traspasó la barrera del micromundo de su deporte, su cabeza está acomodándose a un nuevo ecosistema. Caminar por un boliche y que la reconozcan, por ejemplo. Delfina es popular.
Delfina es una "mujer empoderada", como se define. Una representante de una generación imparable, decidida, mejor. En el agua, Delfina vive igual que en la superficie. Lo grafica como nadie el Gallego Martín, su entrenador: "Es un corchito. Otras usan la patada para flotar; ella no, la usa para avanzar. Y eso no se entrena. Eso es genético". Estaba escrito.
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