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De Ledesma para el mundo
La profesora de Física explicaba hasta el hartazgo la fórmula de la velocidad. Distancia sobre tiempo, eran las tres palabras que combinadas daban el resultado justo. El "Chango" porque así le decían en el pueblo jamás las aprendió. Lo suyo era arrancar para el colegio pero más de una vez doblar para el campito para jugar a la pelota con los amigos. Tal vez por esa resistencia al aprendizaje, Ariel siempre utilizó un arma mucho más importante y efectiva que la velocidad. El freno.
La línea de cal, el rival y la pelota. Esos eran sus tres elementos y la conclusión era siempre la misma. Un arranque, un freno abrupto y un jugador fuera de acción.
Tuvo suerte este periodista. Pudo ver en vivo casi todos los grandes momentos de la carrera del "Chango". Sus primeros goles con la camiseta de River y sus bailes antológicos al pobre "colorado" Mac Allister. Sus cuatro caños a los ingleses en el mundial de Francia de 1998 en solo un tiempo, el día en el que un tal Mick Jagger se preguntaba desde el palco quién era ese que movía su cintura y se deslizaba por el césped igual que él en el escenario. Los goles de emboquillada picándola por arriba del arquero frente a Unión, cuando hizo cuatro en un mismo partido, frente a Saja o Nacho González. El "serpenteo" fantástico ante las camisetas verdes de Ferro en su cancha de Nuñez tan propia o ante las otras de Irlanda en el viejo Landsdome Road, en una helada tarde a la que le puso calor a pura gambeta. También su cabezazo a Van der Sar el día de la eliminación ante Holanda en el asfixiante calor de Marsella, porque la vida de Ariel tuvo de todo. Los mimos de Nuñez y la frialdad de Ranieri en el Valencia. La calidez de los hinchas de Newell´s y la escapada de Turquía como en una "remake" de Expreso de Medianoche. Los goles para la Sampdoria y el ocaso en All Boys y Defensores de Belgrano. El "burrito" era todo en el mismo combo.
Ariel Ortega era esa clase de jugador que un día antes de un partido de mundial, en algunos casos no sabía cual era el rival de turno, y en la mayoría de las veces no tenía ni la más remota de quien era el defensor que iba a tener enfrente. Él solo quería jugar. Que le den la pelota y jugar. Porque por momentos Ortega "jugaba al fútbol", pero en otros, el tipo "jugaba a la pelota" y la verdad, no quedaba mal.
Reacio a las declaraciones ante la prensa, más por timidez que por convicción, siempre aplicaba una gambeta al salir del vestuario. A veces también en la vida frenaba de manera abrupta, como cuando en sus inicios se puso de sombrero un auto en una esquina de Nuñez, cuando la noche ya casi día, y cuando lo "cruzaron" en una nota con Passarella, el "Kaiser" que lo había apadrinado, solo quería saber a que hora de la madrugada había sido semejante travesura.
Ortega debió hacerse cargo de un momento delicado en la vida del fútbol argentino. Ariel fue el primer diez post Maradona y cargó semejante mochila con enorme fortaleza. Tomó la posta en Salta antes del mundial de 1994 en un amistoso ante Marruecos, cuando Diego lo recibió con la celeste y blanca y después de la efedrina y el doping positivo se transformó en el dueño de la camiseta emblemática del más grande de todos los tiempos.
Contento de jugar en su tierra, fue uno de esos personajes que prefería estar aquí en donde lo entibiaba su gente y para todo el mundo era el "burrito" y no en la opulencia europea en donde la frialdad le marcaba la distancia y era simplemente "Ortega".
Arrancar, acelerar y frenar. En un metro, en un segundo y por un lugar imposible. Hacerlo mil veces y siempre con un recurso distinto. Ver pasar de largo a tipos rudos, rápidos, ásperos. Irse de frente contra los carteles o arando el césped al borde del ridículo. En tiempos en los que los rivales son superados por velocidad o por potencia, Ortega los eludía. Los encaraba y los superaba con técnica, lo más genuino que tiene el fútbol, pero al mismo tiempo lo más difícil.
Recibirá la última gran ovación de todo un estadio y por fin las maltratadas cinturas de los marcadores tendrán algo de clemencia. Lo recibirá el "club de los ex" y con su picardía e intuición seguirá transitando con todos sus placeres y dificultades ese desafío llamado "Vida".
Nunca se irá del todo porque su placer seguirá siendo jugar a la pelota. Aparecerá en cualquier "picado" con amigos y entregará algún otro movimiento propio de su sello, porque la fórmula de la velocidad nunca estuvo en su cabeza, pero la del freno la supo siempre de memoria. Se emocionará y disfrutará del encuentro, del último aplauso y la ovación final.
La redonda siempre te espera Ariel. Chau "Burrito", hasta la próxima gambeta.
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