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Jorge Luengo, el fotógrafo de Maradona, cuenta lo que no se vio: desde la trágica noche de Punta hasta el error en la serie de Amazon
Lo siguió durante más de 20 años por todo el mundo y tenía permiso exclusivo para mirar dentro de la intimidad del astro; de Cuba a Dubai, lo que nunca se dijo
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Diego duerme plácidamente en una hamaca paraguaya en el parque de La Pradera, el centro internacional de salud de Cuba donde se recupera después de estar al borde de la muerte, y Doña Tota se acerca con sigilo de madre y le besa la frente.
Es una tarde de tantas de ese enero trágico de 2000 y el reportero gráfico Jorge Luengo atesora esa imagen con su cámara. No será una foto más ni para él ni para nadie. Será la que Maradona más amó de todas las que le hizo. Así se lo confesó El 10 en la intimidad más absoluta y así lo cuenta Luengo a LA NACION, con lágrimas que le empiezan a asomar y que se mantienen al borde del llanto durante toda la charla. “Me confió que adoraba esa imagen por sobre todas las que le hice, me temblaron las piernas cuando me lo dijo”, admite Jorge.
“¿Sabés Negro, sos mi fotógrafo preferido, pero si lo digo así voy a sonar medio rarito, así que te voy a decir que sos el que más me fotografió en el mundo, nadie me sacó tantas y conoció mi intimidad como vos”, asegura Jorge que le confió Maradona una y mil veces. Hasta hoy, por respeto a semejante figura, nunca había dado una entrevista, pero consideró que a un año de su muerte debía rendirle homenaje, con sus tomas inéditas junto a él y con su palabra leal.
“Indio, ¿querés que nos agarremos a las piñas?”
Se conocieron un verano de 1995 en Punta del Este. Diego, triste y en busca de relax y descanso luego de que “le cortaran las piernas” en el Mundial de 1994 en Estados Unidos, llegaba al Aeropuerto Internacional Laguna del Sauce. Luengo debutaba como paparazzi para la revista Gente. Junto a varios colegas de otros medios comenzaron un seguimiento en lo que fue una minicaravana de autos. Hasta que Diego clavó los frenos a la altura de Solanas, se bajó, se plantó frente a todos con los brazos en jarra, pero se dirigió a Luengo con una mirada que sacaba chispas: “Cortala con los seguimientos, no me gustan, no quiero problemas”.
Y siguió viaje con todos detrás de él otra vez. En la zona de la Barra volvió a parar y de muy mal humor les volvió a hablar a todos, pero siempre clavándole la vista a Jorge: “Indio, qué te dije del seguimiento, ¿querés que nos agarremos a las piñas?”, lo increpó. Lo llamó así, rápido para los apodos como siempre, porque el fotógrafo tenía su pelo negro largo que le pasaba los hombros.
“No, Diego, por favor, cómo me voy a pelear con vos, sería lo último que haría’, contestó Luengo con máximo respeto. “Entonces cortala, si me querés hacer fotos, vení esta noche a Coyote, voy a estar ahí”, explotó el jugador. Jorge pensó de inmediato que era su primera temporada y que si abandonaba el seguimiento podía costarle su trabajo ya que el resto de sus colegas continuaron persiguiéndolo. Pero confió en su intuición y se la jugó.
El abrazo de El Diez
“A la noche fui al boliche, estaba sentado y de repente siento que alguien me abraza de atrás. Sí, era él, no lo podía creer. Sentí que le estaba hablando a alguien inmaculado. Le conté que hacía poco que estaba trabajando en la revista, y me salió del alma pero no como golpe bajo decirle que para mí era una oportunidad porque estaba viviendo en la villa Ciudad Oculta de Mataderos después de venir de Tucumán. Cuando le expliqué eso me abrazó más fuerte, puso su frente contra la mía y no me olvido más su frase: ‘Indio, perdoname vos a mí. Ahora nos vamos con Claudia a bailar y haceme las fotos que quieras, en bolas, mandás vos”, explica y confiesa que le tiembla el cuerpo de emoción cuando rememora aquel episodio porque cuando fue a despedirse de él a Casa Rosada, el día que falleció, Claudia Villafañe lo hizo pasar y él le dijo al oído: “Nunca más vamos a poder hacer la foto con vos desnudos que Diego me prometió”. La reacción de ella lo dejó mudo: lo abrazó con el alma.
“Sol sin drogas”
Al verano siguiente Maradona protagoniza la campaña “Sol sin drogas” y se vuelve a encontrar con Luengo, que fue el encargado de realizarle las fotos para Gente. “Ahí pegamos más onda, y entonces cuando había algo para hacer Diego pedía que fuera yo”, revela.
Jorge cuenta que como era muy difícil comunicarse con Maradona por teléfono, él aplicaba su táctica que siempre le rendía frutos: “Aprendí que no tenía que intentar llamarlo, sino ir directamente adonde él estuviera y siempre me recibía, no fallaba. A Dubái me fui así, sin avisarle, cuando lo encontré me preguntó dónde estaba parando y me invitó para que me quedara en su casa. No quería invadirlo porque yo estaba con mi mujer, pero él me retaba y quería que me alojara en su hogar, decía que era un gusto recibirme”.
Jorge detalla que tuvo conversaciones profundas y hermosas con Diego: “La verdad, y no es falsa modestia, yo no sabía que él me consideraba tanto. Pero una vez me dijo algo que me despertó y me sirvió para mis trabajos futuros: ‘Indio, no les des todas las fotos que me hacés a tu revista, guardate material para vos’. Ahí me hizo provocar un click. A partir de ese momento empecé a hacer fotos diferentes, él me aceptaba más porque sabía que las imágenes más jugadas no iban a salir publicadas sino que eran para mi archivo personal”.
“Las charlas que tuvimos en Cuba fueron hermosas. Por eso siempre insisto con que muchas veces lo han culpado en base a mentiras o cosas que la gente repite sin que sean ciertas. Diego era un ser humano más que especial que vivía todo ‘al mango’, apasionado. Si gritaba un gol, lo hacía diez veces más fuerte que cualquiera. Entregaba todo, por eso su corazón no aguantó, porque vivía todo con mucha intensidad, cuando contaba sus anécdotas, cuando amaba, cuando jugaba, cuando dirigía… Le gustaba mucho hablar de política, de fútbol, esperaba siempre el llamado de Dalma y Gianinna. Donde yo estuve vi cómo se desesperaba por hablar con ellas”, recuerda con nostalgia.
La polémica escena de la serie Sueño Bendito
Surge la pregunta de si estuvo en Punta del Este a comienzos de 2000 cuando Maradona estuvo a punto de morir. Jorge toma aire y relata: “Claro que estaba. Te cuento. Vi el primer capítulo de la serie (Sueño Bendito) y no quise ver más porque me desilusionó mucho cómo lo cuentan. Si bien es una ficción, la escena de la pileta con gente, mujeres, fuegos artificiales, eso no ocurrió ni de lejos. Si en la piscina estaban Dalma y Gianinna jugando con él. Claudia ahí al costado tomando mate, Guillermo (Coppola), Claudio Lanzetta (La Clotta), Gaby Alvarez (otro relacionista público) que pasó a saludar, Pablo Cosentino que había alquilado la casa, todo más que tranquilo. Ferro Viera no estuvo esa tarde, tampoco después en la cena”.
Un asado antes del gran susto
Luengo continúa recordando que él fue el responsable de hacer el asado aquella noche 3 de enero previo a la descompensación con riesgo de vida de El Diez.
“De ahí fuimos a un supermercado porque el dueño lo había invitado porque le regalaba la carne y las achuras. Hice un asado esa noche como para 20 y éramos 6 o 7. Diego comió un corte de carne que en Uruguay llaman choto -es el intestino grueso del cordero, la tripa gorda a la que, a su vez, se le enrolla el chinchulín-. Pesaría un kilo y medio más o menos. Me acuerdo que estaba al lado mío esperando que se hiciera porque quería comer eso, que acá le llaman rueda. Me pedía que estuviera bien dorado. Lo único que comió él fue eso”, narra sobre el inicio de aquella noche.
Luego, cuenta, la comida se desarrolló con normalidad y hasta cuando terminaron, como había sobrado mucha carne, el propio Coppola le dijo que lo llevara como cena a los fotógrafos que hacían guardia afuera.
“Alrededor de las 5 de la mañana me llama Guille y me pregunta si tengo el asado. Se había levantado Diego y le pidió que quería comer. Él le dijo que me lo había dado a mí. Y no se aguantó: ‘Pero Guillermo, ¿dónde viste vos que se regala el asado? Se les da a los perros’”, rememoró las palabras del Diez.
Luego de hacer el asado y compartir la noche-madrugada con Maradona, Luengo se despertó esa mañana del 4 de enero de 2000 con la noticia de que Maradona peleaba por su vida: “Agarré el auto y me fui para la casa de La Boyita, donde él había estado, y cuando llego me encuentro con Claudia que me pide por favor que me quedara con Dalma y Gianinna a cuidarlas porque ella iba para la Clínica Cantegrill. Me fui para el lado de Laguna Garzón para que no escucharan noticias y para que los medios no las encontraran, por si había una mala noticia. Las entretuve mientras rezaba para que no le pasara nada. Fue muy duro. Dalma en el velatorio se acordó de aquel día y me lo dijo. Ahí se dio la imagen que nunca quise ver, Diego en el cajón y Dalma y Gianinna a su lado”.
Al día siguiente a la internación en Punta, Jorge fue a visitar a Maradona: “Se sentía mejor, se había levantado, pidió un bife, y luego lo trasladaron a Buenos Aires a un sanatorio en Olivos. Tomé un vuelo y también me vine. Me senté en el cordón de la vereda a esperar, y de repente me suena el teléfono. Atiendo y Diego que dice: ‘¿Qué hacés ahí sentado? Mirá para arriba’. Y por una ventana me saludaba. ‘Vení a hacerme fotos que estoy vivo, no estoy muerto’”, gritaba. “‘Ahí baja Lalo a buscarte’”, recuerda que le expresó y Jorge se quiebra por segunda vez en la nota.
Diego en Cuba y alguien que le acerca cocaína
Enseguida Jorge recuerda cuando Maradona llegó a Cuba parar recuperarse. Allí también él lo acompañó con su amistad y su cámara. “Le asignaron un médico y una enfermera las 24 horas. Empieza a hacer caminatas, dietas con frutas, antes del almuerzo y la cena. Al principio estaban Doña Tota y Don Diego, había una mesa larga, bien familiar, con Claudia, Dalma, Gianinna, un primo de Claudia con la mujer y los hijos. “A los pocos días lo acompañamos a la peluquería y se tiñe de rubio, decía que quería un cambio para una nueva etapa. Nos reíamos porque le hicieron un tono zanahoria y Claudia se lo tuvo que arreglar”, rememora Luengo.
Diego en Cuba empezó a mostrar signos de recuperación: “Bajó de peso –cuenta Luengo, y agrega-: Después los padres regresaron a Buenos Aires, Claudia y las chicas también. Pero la mesa siempre era grande, yo disfrutaba mucho las conversaciones de familia, con Don Diego en la punta de la mesa, siempre respetando los lugares. Diego estaba con abstinencia y sufría”.
Jorge recuerda una anécdota que nunca reveló y que en ese momento lo hizo sentir muy mal a Maradona y a él que presenció el hecho: “Se le acercó un señor en la pileta con mucha educación a saludarlo y Diego que estaba con toda su familia le tendió la mano cordial para saludarlo. Se para y de inmediato le retira la mano, empieza insultarlo y lo echa. No entendíamos nada. Él me contó que le había puesto un papel con cocaína en la mano, increíble”.
En una de las tantas conversaciones íntimas que Jorge tuvo con Diego allí, El Diez lo miró serio y le dijo, comenta Luengo: “Indio, si un día me entero que vos tomás esa porquería nunca más en la vida me hacés una foto”.
¿Qué decía de sus padres? “Doña Tota para él era como su novia, le escribía cartitas de amor y todo, le daba picos. Ahí en Cuba logré hacer esa imagen que te conté cuando él dormía y ella se acercó y le besó la frente. Él siempre me decía que era de mis fotos la preferida. De Don Diego contaba cuando lo llevaba de chico a los entrenamientos y venía muy cansado, comentaba que hacía un gran esfuerzo. No le decía papá, lo llamaba siempre Chitoro”.
“Trataba a Mavys como una novia”
Con relación a Mavys Alvarez, la joven que tuvo una relación con Maradona en Cuba, y que ahora realizó una denuncia ante la Justicia argentina contra el entorno del 10, Jorge rememora: “Cuando yo estuve de entrada ella no estaba. Luego regresé a Buenos Aires, cubrí el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York y volví a Cuba. Llego, justo Diego va a hablar con Fidel Castro y ahí la veo y hago fotos. El trato que tenía con ella era como si fuese su novia. No compartí nada más que eso. Él estaba con Mavys en el cuarto o se iba para la casa de ella, que estaba a unos kilómetros. Decía que se llevaba bien con la familia de la chica. La trataba como una princesa. A Ferro Viera tampoco lo vi allá, cuando yo fui él no estaba, sí los otros muchachos, Guillermo Coppola, Mariano Israelit, Omar Suárez”.
La intimidad en Dubái
Dubái fue otro punto de encuentro para la amistad entre Maradona y Luengo en 2011/2012. Se mezclaron en ese lugar, dos puntos exóticos, como la cultura arábica y la extroversión del 10.
“Él se separa de Vero (Ojeda) y nos quedamos solos”, describe Jorge. “Pasamos un Año Nuevo los dos juntos, como un matrimonio. Hizo un trabajo espectacular como director técnico en el Al Wasl, no fue campeón de casualidad. Estaba entusiasmado, se cuidaba”, comienza este pasaje de la historia.
Luego, rememora un insólito gusto de Maradona, no por lo extravagante sino por la asiduidad: el pollo al horno con papas. “En Dubái, me pidió que le dijera a la cocinera que lo preparara. Eran tailandesas y no me entendían bien. Con la palabra chicken estaba todo bien, el tema eran las papas, entonces les llevé una, abrí el horno y les insistí con que así las quería él. Cuando volvimos habían hecho el pollo al horno pero con papas fritas. Diego empezó a insultarme mal una y otra vez, hasta que me fui a mi cuarto diciéndole: ‘Tu Tota es sagrada, pero mi vieja también, cuidado’”.
La pelea no los alejó, al contrario. “Al otro día me despierto, abro un ojo, y lo veo parado a los pies de mi cama. Eran las seis de la mañana: ‘Vení Cumpa, vamos a tomar un café, tenemos que hablar’. Me invitó, era su manera de pedir disculpas. Después nos reíamos. Era como te explicaba antes, todo a full, si se enojaba era a tope, si se reía, lo mismo, jajaja, había que conocerlo y entenderlo. Él te tenía que querer para que estuvieras conviviendo, si no, te aseguro que no ibas a estar”, explica.
Jorge comenta que siempre que iba a verlo se sacaba su pasaje: “Jamás lucré con él y lo sabía. Pedí un préstamo para poder estar en el Mundial de Sudáfrica en 2010. Si ahí se consagraba Campeón Mundial iba a ser un hito en su vida, una verdadera fiesta en todo el planeta. Viajé con 700 dólares. El taxi del aeropuerto al hotel me costó 200, me quedaron 500 para tirar hasta el final. Después lo pude ver en la casa donde estaba parando Vero, que era su pareja de entonces, hablé con él ahí y en algún entrenamiento”.
El llanto desconsolado de El Diez
“Muchas veces me dijo ‘estoy triste’. En 2007 ó 2008, creo, cuando estaba en General Rodríguez, me pidió si lo podía ayudar con algo esotérico, que no fuera medicina convencional, para que lo ayudara a salir, a mejorar”, señala sobre ese otro Maradona, el alejado de la exaltación constante.
“En ese momento sentí a que todo lo que hacía le salía mal. Ese día yo había ido con mi auto, le había hecho fotos con Claudia y las nenas, y me pide ir a buscar la camioneta. Afuera estaba lleno de periodistas y le dije que mi coche era un Escort sin polarizar. No nos íbamos a poder escapar de nadie. Recuerdo que caminó unos metros, entró al cuarto, se largó a llorar y no podía parar boca abajo, como una criatura. Me partió el alma, era evidente que sentía angustia o pánico, no sé, explotó. Enseguida llegó Juan Barbas, conversó, se distrajo y nos regalo dos vinos a cada uno con su marca”, dice Luengo, testigo de la persona detrás del astro.
En los últimos tiempos no lo pudo ver: “Cuando se separa de Vero y comienza una nueva relación con Rocío Oliva, empieza a viajar con ella de un lado a otro y ya no lo encuentro tanto. Ya no lo tenía en el contacto del teléfono. En 2011 le dije que quería hacer una muestra fotográfica con sus fotos, un libro, me dijo que sí, me firmó una autorización y me regaló eso; para mí fue increíble, tiene un valor personal tremendo, es un tesoro. Siempre quise hacer algo lindo, grande, junto a él, pero no pude un homenaje en vida, pero no lo pude lograr, se generaban muchos intereses y no se podía concretar. Ahora sueño con hacerlo por mí y por él, estoy trabajando en eso. Me acuerdo que hace muchos años fui a Roma para tratar de hacer una muestra fotográfica de Diego con la RAI y La Gazetta dello sport. Les dije que tenía el permiso de él, se los mostré y no me creían. Me contestó: ‘Dejalos que vengan acá a Dubái, que gasten plata, que cuando lleguen yo les digo ‘conmigo no tienen nada que hablar, arreglen con el artista’. Y se mataba de risa..
Amplía su idea de hacer un gran proyecto fotográfico con las casi 30 mil imágenes que obran en su poder y muchos videos como para hacer un gran documental: “Este año no lo concreté por respeto a él, a sus hijas, a su familia, con quienes tengo muy buena relación, igual que con Claudia y Vero, a quienes respeto muchísimo. Quería ir a verlo, pero no pude, hablé por teléfono y lo felicité cuando llegó a Gimnasia. Lo escuché bien esa vez. Pero él no hablaba mucho por celular, le gustaba tenerte cara a cara, gesticulaba mucho todo, hablaba con el cuerpo, era su forma de mostrarte afecto. Para mí él era un cuadro con pies, como si fuera San Martín, así lo sentí y lo siento hoy. Cada cosa que me sorprendía lo fotografiaba. A él le gustaba sacar fotos, me pedía la cámara”.
Las últimas horas de la despedida
“¿Cómo me enteré de su muerte? Yo ya tenía miedo. Lo había visto en sus redes sociales diciendo cosas que no condecían con su persona, con su forma de ser. Ojalá muchos hubieran podido conocer al Diego hombre, ser humano, papá, antes de hablar de él… Lo veía mal, se lo había comentado a mi hijo. Ese día salí a trabajar y me llegó un mensajito de mi mujer diciendo que había llegado de urgencia una ambulancia adonde vivía. Se me enfrió el cuerpo y me puse a ver canales de deportes a ver qué decían. Cuando se confirmó la noticia fue el día más triste de mi vida. Llamé a Claudia para poder despedirme de mi amigo. Cuando miré el cajón no lo podía creer, lo vi con la cara limpita, como de paz, de tranquilidad, fue la última vez que lo vi, quedé destrozado”.
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