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De futbolista a taxista: Rubén Araos, el defensor que marcó a Maradona y hoy se gana la vida alejado de las canchas
En el Día del Taxista, LA NACION conversó con el ídolo Sabalero, quien transita sus días subido a un auto blanco a la espera de algún pasajero que quiera viajar con él desde la zona aeroportuaria de Sauce Viejo
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La puerta del aeropuerto que permite el ingreso y egreso de pasajeros se abre. Es una mañana fría en Sauce Viejo, al sur de Santa Fe. Una de las tantas personas que circula por la playa del estacionamiento camina hacia una fila de autos color blanco para tomar un vehículo y dirigirse a algún otro destino. Le señalan quién será su chófer. “¿Sabés quién te va a llevar? El ‘Bambi’”, se escucha. Entre la muchedumbre y el ritmo frenético del lugar se esconde la historia de Rubén Ernesto “Bambi” Araos, un lateral de corte y proyección de Colón, figura clave del club en la década del 70, quien se dio el gusto de marcar y compartir una cancha con íconos como Diego Maradona, Ricardo Bochini y René Houseman.
Su celular solo recibe mensajes de texto y llamados. El WhatsApp “no lo agarró a tiempo” -justifica- como si se tratará de un delantero rápido que se le escapó por la banda. En su niñez, su papá era ferroviario y, por cuestiones laborales, debió mudarse a la zona de Laguna Paiva cuando era chico. Ahí empezó a romantizar con el fútbol. En aquella época, las ligas del interior empezaban a forjar su temperamento en torneos que duraban solo un día y de premio tenían un lechón.
A los 15 años, por recomendación de Hugo Francisco Figueroa, un aguerrido defensor de ese entonces, Araos -sin “Z” al final por un error de inscripción en su fecha de nacimiento- inició su camino en el club Colón de Santa Fe. Dos años después, debutó en la Primera contra Rosario Central bajo la conducción técnica del “Vasco” Urriolabeitia. “Pasaba mucho al ataque y tiraba centros. Lo que más me gustaba era el contacto con la pelota. Tenía una respuesta física bastante importante”, recordó al conversar con LA NACION.
Contemporáneo de jugadores históricos del fútbol nacional, Araos coincidió con los primeros pasos de Maradona en Argentinos Juniors, la etapa dorada de Bochini en Independiente y la estadía de Houseman en Huracán. Su tono de voz cambia al referirse a Diego. Los adjetivos empiezan a fluir y los recuerdos se tiñen de color. “Nosotros ya sabíamos, por intermedio de otros técnicos, de lo que se trataba jugar contra él. Vos lo veías y tenía todo el potrero incorporado. Era diferente en todo sentido, miraba para la derecha y daba un pase para la izquierda. Era un elegido verdaderamente”, resaltó.
Este lateral integró una de las mejores líneas defensivas que tuvo Colón a lo largo de su historia. Junto a Hugo Villaverde, Enzo Trossero y Edgar Fernández formaban una muralla infranqueable para los atacantes contrarios. Con 284 participaciones, llegó a convertirse en el jugador con más partidos en la historia el club: honor que conservó hasta que fue superado por Esteban “Bichi” Fuertes.
De 1971 a 1978, tuvo su primera etapa con la camiseta roja y negra; en 1979, emigró a Racing, pero sufrió problemas de adaptación al instalarse en Buenos Aires, por lo que retornó a su club de origen en 1980. Un año después, integró el plantel de San Lorenzo que jugó en la “B” Nacional y, en 1983, bajó la persiana de las grandes luces en Chacarita.
Su derrotero continuó por el fútbol del interior, pero ya no era lo mismo. “Uno se va dando cuenta cuando tiene que hacer un pasito al costado. Te cuesta entrenar y empezás a notar que te pasan por arriba en la cancha”. Entonces, ocurrió: como si se tratara de un cambió de piel, Araos comenzó a migrar a un nuevo mundo en el que, en vez de pelotas, hay ruedas; y los volantes no corren, sino que se agarran fuerte para precisar la dirección. Allí, las hinchadas ya no cantan desde la tribuna. Devenidos en pasajeros, se sientan cómodos y -solo algunos- se animan a tararean alguna melodía que se pase por la radio.
El primer paso de este cambio de vida se produjo en 1987, cuando un amigo -hincha de Colón- que trabajaba en el Concejo Municipal de Santa Fe le propuso un cargo en el sindicato en la parte de deportes y, en paralelo, comenzó un nuevo idilio fuera de la línea de cal arriba de un vehículo que transportaba pasajeros.
Orgullo, Araos explicó a este medio cómo llegó a ganarse un lugar en aquella fila de autos blancos que esperan para llevar a quienes recién aterrizan en su amada Santa Fe: “Arranqué con un remis en la capital de la provincia, ahí se trabajaba de radio y de calle, como se dice en la jerga popular ‘yirar para buscar pasaje’. Luego, pasé a taxista, donde estuve 20 años y ahora, hace diez, trabajo en el aeropuerto”.
Ídolo de la parcialidad Sabalera, Araos aún mantiene un perfil bajo. Su nombre adquiere relevancia de generación en generación, y en gratitud a su devoción por Colón, unos hinchas crearon la peña que lleva su nombre en Sauce Viejo. Pese a ello, y al reconocimiento de quienes lo vieron jugar, admite que no hace diferencias con el resto de los taxistas. Se siente uno más. Sus días comienzan a las 6.15 de la mañana. La rutina lo mantiene activo y lúcido, como en aquellos días de gloría en los que debía adivinar el cintureo de un amague de Maradona, cubrir el hueco para que no se filtre un pase de Bochini y evitar, con una barrida, el remate de gol de Houseman.
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