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Coronavirus. El deporte en tiempos de pandemia: los comportamientos y las lecturas que arrojan la desesperación y el miedo a morir
"No tienen que seguir jugando". Los sectores más insensibles del béisbol finalmente ceden. Aceptan que también su deporte, "pasatiempo nacional" de Estados Unidos, debe parar. Es septiembre de 2001. Han sido atacadas las Torres Gemelas. Hay que sumarse al dolor colectivo. Sin embargo, preocupado porque pasan los días y el país tiene que volver a funcionar, el gobierno presiona esta vez en sentido opuesto. Precisa que vuelva el béisbol. Algunos jugadores protestan. "No podemos jugar mientras los bomberos sigan buscando cadáveres entre los escombros". El béisbol vuelve. Liza Minelli canta "New York, New York" en el estadio. Los odiados Yankees de Nueva York se convierten en el equipo amado. Se clasifican al Super Bowl. El presidente George Bush aterriza en el Yankee Stadium, a pocos kilómetros de la Zona Cero, con chaleco antibalas. La multitud lo ovaciona. Los Yankees no salen campeones. Pero su campaña, dicen todos, es alivio, curación y distracción. Resiliencia y comunidad. Y política.
Tres meses después, diciembre de 2001, estalla la Argentina. Corralito y saqueos. Cinco presidentes en 12 días. Treinta y ocho muertes. El fútbol, claro, es suspendido. Hasta que el gobierno prefiere que vuelva. Racing sale campeón después de 35 años.
Juego, pasión y negocio, termómetro de humores sociales, nuestro fútbol también puede ser un "divertimento", como lo definió el presidente Alberto Fernández en su conferencia de prensa del domingo. Puede sonar peyorativo, o valioso en tiempos de dolor ("En nuestra melancólica humanidad, el arte, para muchos, es mejor que la verdad", sugiere el brasileño Jose Miguel Wisnik). "Divertimento" ("infotainment" son también algunos programas de la tele). A los de fútbol, Umberto Eco les decía "La cháchara deportiva".
Preocupado por su salud, River se negó a jugar el viernes contra Atlético Tucumán. Luego fue Independiente, aunque el "Rojo" sí comunicó primero su decisión al gremio. "Una epidemia –dice el infectólogo Pedro Cahn– es como un incendio. No sirve el sálvese quien pueda". No tiene mucho sentido ya la polémica de si River, distanciado de la AFA, fue "valiente" o si "se cortó solo". Igual que el mundo, el deporte sufre la pandemia posmoderna que, como el rating, cuenta las muertes minuto a minuto.
El fútbol resistió hasta dónde pudo jugando en estadios vacíos. También un siglo atrás, en plena gripe española, la pandemia de 1918 que provocó entre 50 y 100 millones de muertes, Barcelona se negó a aplazar su partido ante Sabadell que marcaba el arranque del campeonato catalán. Pero el coronavirus detuvo finalmente todo. De repente, el deporte cesó su rol de gran distractor. Dejó de ser alivio y pasó a ser amenaza. La NBA, impactada ayer por el contagio de Kevin Durant, anunció su cese en pleno partido, apenas conoció que uno de sus jugadores estaba infectado. Fue una escena surrealista. En Estados Unidos pararon ligas que habían seguido jugando aún en tiempos de Guerras Mundiales. El presidente bufón negó hasta dónde pudo, pero algo profundo y desestabilizador sucede cuando, como dijo The New York Times, se detiene una industria de 160.000 millones de dólares, líder en el entretenimiento mundial.
En Italia, la policía detuvo hasta un partidito que jugaban niños en una cancha de Busto Arsizio, en Varese. El filósofo francés Michel Serres dijo una vez que el deporte era "una manera de estar juntos". Pero el coronavirus nos prohíbe hasta eso. Aislarse hoy es clave. Somos naciones en cuarentena. Luchando también contra otra epidemia. La epidemia del miedo que otros en cambio aprovechan. Así funciona la codicia. Los que acaparan. Lo sabe el deporte. La tele, sin la comodidad psicológica que nos ofrece la pelota, avisa las consecuencias económicas del parate forzado. Pero los gurúes de los recortes sociales ahora piden Estado. Y los científicos dejaron de ser "vagos". La pandemia, claro, tiene epicentro en Europa, no en Africa, donde todo tiene menos rating. Allí estalló "La peste", la novela de Albert Camus que describe ratas, cadáveres, cuarentena y miedo. Y personajes formidables y otros también miserables. Y un sujeto central: la solidaridad humana.
Camus fue jugador en el primer equipo de la Universidad de Argel (R.U.A.). Arquero para que le duraran las zapatillas, porque no había dinero para comprar otras. Contó que el fútbol le había enseñado a él lo mejor sobre "la moral y las obligaciones de los hombres". La pelota como herramienta social e inclusiva. "Quedate en casa", ayudan hoy por las redes los supercracks. Los jugadores más anónimos saben que el futuro será más difícil. Me quedo con el mensaje que escribió Federico Bernardeschi, de Juventus, desde una Italia desolada. El párrafo en el que pide que, "cuando todo esto termine, recordemos estos días, este sufrimiento, esta histeria que nos ha convertido en animales movidos sólo por el instinto de supervivencia. Recordemos cómo nos tranforman la desesperación y el miedo a morir. Recordémoslo cuando alguien más tenga miedo y pida ayuda".
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